XVI Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A (Año Impar)
Introducción a la semana
Las anteriores lecturas del Éxodo nos dejaron a los israelitas saliendo de Egipto.
No iba a ser fácil esa escapada. El faraón reaccionó pronto organizando una
persecución para recuperar la “mano de obra” barata que estaba a punto de
desaparecer. Los hebreos temieron ser presa del ejército enemigo y se quejaron
a Moisés de haberlos sacado del lugar seguro en que habían vivido tanto tiempo.
Sólo él confiaba plenamente en la fidelidad de Dios a su promesa, que se reveló,
una vez más, favorable a su pueblo, haciéndolo atravesar victorioso el Mar Rojo
y hundiendo en él a las huestes del faraón.
Pero cuesta confiar cuando la realidad es hostil. Nueva protesta del pueblo por
falta de pan y de carne, añorando las ollas de Egipto (y olvidando que sus
comidas de entonces las hacían estando sometidos). Y nueva demostración de la
presencia providente de Dios al procurarles alimento suficiente. Haciendo
balance del tiempo transcurrido por el desierto, el Señor les recuerda su solicitud
por ellos y les propone un pacto que parecen aceptar de buena gana: se
comprometen a observar los preceptos del Decálogo (los diez mandamientos)
que Dios les dicta a través de Moisés. La alianza se ratifica y se sella con sangre.
¿Sabrán ser fieles a ese compromiso, como lo es Dios siempre al suyo?
Jesús tampoco lo tiene fácil con los que le escuchan y le piden signos evidentes
de su misión entre ellos. El signo definitivo –todavía futuro- no será otro que su
resurrección. Sólo convencerá a quienes desde ahora acojan con sencillez su
palabra –expresada en imágenes (en parábolas)-, que les irá revelando
progresivamente los secretos del reino.
Celebramos en estos días a una de las discípulas de Jesús que más cerca
estuvieron de él: María Magdalena. Amó profundamente al Maestro, estuvo
presente en los momentos más decisivos de su vida y fue testigo privilegiado de
su resurrección, anunciándola por mandato suyo a los demás discípulos.- Y
recordamos también a santa Brígida de Suecia (s. XIV), que después de educar
a sus ocho hijos se consagró a Dios, recibió unas excepcionales revelaciones
místicas relacionadas con la renovación de la Iglesia y la sociedad de su tiempo
y fue declarada por Juan Pablo II patrona de Europa.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Con permiso de dominicos.org