¡EL HALLAZGO DE LOS HALLAZGOS!
DOMINGO XVII PER ANNUM
17 de Julio de 2.011
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El reino de los cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría,
va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece
también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va
a vender todo lo que tiene y la compra. Mateo 13, 44.46
El tesoro escondido es el Reino de Dios y el hombre que lo encuentra, como por un
golpe de suerte, es consciente de su dicha hasta el punto que, en lugar de soñar en
todo aquello que él podría comprar con este tesoro, piensa en lo imperdonable que
sería dejarlo escapar una vez encontrado. La parábola pone de relieve no tanto ya
el sacrificio de este hombre cuanto el motivo del mismo, el hallazgo del Reino que
se considera como una suerte en la vida a la cual hay que conformar en adelante
todo lo demás.
El comerciante es, asimismo, el Reino de Dios comparado no ya a una cosa (tesoro,
red) sino a una persona como ocurre en la parábola del samaritano, del buen pastor
o del sembrador, símbolos los tres del mismo Dios o de su Cristo. Esta parábola de
la perla preciosa experimentó muy pronto una alegorización para designar a Dios
Padre estableciendo su Reino, su presencia, su fuerza salvadora universal, sobre la
Humanidad (representada por la perla según un simbolismo corriente en aquella
época) vendiendo todo aquello que poseía (su Divinidad “humillada” en la
encarnación de su Hijo), mediante una kénosis divina, una expropiación, un
vaciamiento de su condición de Dios.
Se trata, en ambos casos, del encuentro entre Dios y el hombre, encuentro en el
que cada persona, tras haber dado existencialmente con Cristo y haberse dejado
seducir por Él y los valores evangélicos, sigue a Cristo como el supremo tesoro de
su vida de hombre fiel y afortunado. Encuentro que no se realizará plenamente más
que al término de la fase última de la historia del mundo, tras el esfuerzo de
renuncia, de desposesión, de relativización del hombre mismo y de sus valores, en
el tiempo y durante el tiempo de la espera, entretiempo de paciente y perseverante
posesión siempre incompleta y arriesgada de dicho tesoro y perla del Reino…
Unas breves preguntas, al hilo de lo anterior. ¿Somos capaces de concebir y
presentar el cristianismo, no como pesada carga de deberes y obligaciones que
llevar, sino como descubrimiento gozoso, como posibilidad gratuita y gratificante de
hacernos auténticos, humanos, divinos, ligeros, libres, plenos? ¿O es para nosotros
el tesoro y la perla del Reino de Dios un añadido a todo lo que ya poseemos y que
queremos tener bien agarrado? ¿Es Cristo, hombre-Dios en quien el hombre
encuentra para el camino y la meta la plenitud de su verdad y su vida , lo es todo
para nosotros, la única cosa necesaria, que nos incita, sin demasiadas
lamentaciones y nostalgias de vista hacia atrás, a no idolatrar lo que somos y
tenemos, dado que en Él vemos purificadas, asumidas y trascendidas nuestras
mayores y mejores riquezas humanas? El dar con Cristo y los hermanos ¿ha sido
algo estupendo, excepcional, una experiencia desconcertante, a partir de la cual ha
cambiado o puede cambiar toda nuestra vida, convertido nuestro corazón de piedra
en corazón de carne, y nuestro corazón de carne en corazón de Dios, sin
plusvalorar los sufrimiento de esta vida en comparación con la gloria que nos
espera…? ¿Es verdad, por fin, para nosotros lo que tantas veces repite Benedicto
XVI, y que sin duda volverá a decirles especialmente a los jóvenes en la JMJ: Cristo
no quita, nada, lo pone todo? ¡Menudo Tesoro, menuda Perla nos ha puesto el
Padre, dador de todo bien, al alcance de todos los buscadores¡ ¡Como para
enloquecer de gratitud y de alabanza y de adoración!
Juan Sánchez Trujillo