La perla preciosa de Cristo para el mundo de hoy.
Domingo 17 ordinario 2011
Siempre ha sido proverbial la actitud de Salomón, aquél hombre que llevó adelante
los destinos de su pueblo, después de un gran rey como fue David. Su sabiduría se
extendió más allá de las fronteras de su patria, y las gentes venían a escucharlo y a
consultarlo. Pero en sus orígenes no fue así. Un día fue llamado a regir a su pueblo
en plena juventud y en verdad que habría sido difícil su conducción, de no ser
porque el Dios de Israel se le manifestó en sueños, concediéndole un deseo para su
corazón. El joven Salomón hizo memoria de su padre, que se había portado con
Dios “con lealtad, con justicia y rectitud de corazón” y por eso pidió un solo deseo:
“sabiduría de corazón para poder gobernar a su pueblo y distinguir entre el bien y
el mal”. Él acertó en su petición, que le fue concedida, y esa tendría que ser la
petición de nuestro mundo, de los que rigen las naciones e incluso de los que
gobiernan una sola familia, pues parece que nuestro mundo ha perdido el rumbo,
ha perdido el sentido de la vida vida.y estamos en una crisis existencial, vital y los
jóvenes mismos nada buscan porque piensan que nada van a encontrar, y lo mejor
será sumergirse en el mundo de los placeres, de la droga o del alcohol. Se les habla
de grandes oportunidades, pero hoy los diarios dicen que sólo uno de cada diez
jóvenes ingresará a las universidades oficiales. Sin embargo, la vida misma tiene
sentido, pues siendo un don que hemos recibido, y gratuitamente porque no dimos
nada a cambio, sólo tendrá sentido en la medida en que sepamos agradecerla al
dador de todos los dones, empeñando todos nuestros sentidos en proceder como
David, “con lealtad, con justicia y rectitud de corazón”, para conseguir la alegría, el
gozo, la amistad y la fraternidad entre todos los hombres.
De hecho es la petición de la Iglesia en este día, que “sepamos usar con sabiduría
de los bienes de la tierra, que no nos impidan alcanzar los del cielo”. Mientras
nuestros sentidos estén embotados sólo en la casa, el coche, las comodidades para
la casa, los viajes y los placeres, no tendremos el suficiente empeño en vivir según
la justicia y si además falta la lealtad para nuestros congéneres y la rectitud de
corazón, ya nos podemos imaginar que todos seremos atrapados por la ola de la
violencia y del mal.
Para un disfrute legítimo de la vida, hoy tendremos que romper ese círculo de cosas
materiales que nos invaden, para escuchar a Cristo que nos habla del Reino que él
ha venido a implantar como un hombre que encontró un tesoro en un campo, lo
escondió y corrió gozosamente a vender todo lo suyo para adquirir el campo y
quedarse con el tesoro. Cristo propone también como modelo el de un comprador
de perlas finas que al encontrar una de mucho valor entre muchas baratijas del
mercado, va también, empeña todo lo que tiene y se queda con aquella joya de
incalculable valor. No cabe duda que el empeño, la tenacidad y la astucia de ambos
personajes es digna de admiración y con la sabiduría que Cristo deposita en
nosotros, estaremos convencidos que el Reino de los cielos es el máximo tesoro al
que podemos aspirar. No podemos aspirar a él desde el lado de la economía, de la
ciencia, de la técnica, o desde el equilibrio de la bolsa, sino desde un corazón
desengañado de la superficialidad de las cosas, para abrirnos al Dios que nos libera
y nos salva en su Hijo Jesucristo. Esta vida que no nos ha costado, que se nos da
gratuitamente, es el más grande valor que se nos podía haber confiado, “llamados
por él según su designio salvador” al decir del Apóstol San Pablo. A Cristo lo
encontraremos en los pobres, en los que han sido maltratados por la vida y que no
han conseguido nada de lo que a nosotros nos interesa. Los pobres son el lugar, la
perla, el tesoro, de Cristo. ¿Sabremos correr a su encuentro con la Iglesia?
¿Sabremos socorrer en la medida en que Cristo lo ha hecho con nosotros?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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