XX Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Jn 6,51-58 Comunión frecuente
El párrafo evangélico de este domingo recoge el punto central del
discurso eucarístico. Con toda claridad y precisión, Jesús responde a las dudas y
a alguna crítica de sus oyentes, reafirmando la verdad de sus palabras y
conminando a creer en ellas y a ponerlas en práctica si querían salvarse.
Pueden parecer exageradas estas afirmaciones, pero seguramente
cuando San Juan redacta este capítulo de su Evangelio, él tenía una larga
experiencia de la verdad de las palabras del Maestro. El y sus discípulos seguro
que habían comido –comulgado– muchas veces del pan eucarístico, y se habían
apercibido de su eficacia espiritual en su propia vida y en la comunidad cristiana.
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Señor, pan vivo que has bajado del cielo,
quiero vivir la verdadera vida de tu gracia y de tu amor;
y para eso deseo recibirte cada día en la Comunión.
Me fío de tus palabras -y también, ahora, de mi experiencia-
que me hablan elocuentemente de la eficacia de la Comunión frecuente,
recibida con fe y humildad, y al mismo tiempo
con deseos de santidad y de caridad.
Además me preparas cada día el convite más suculento
para alimentarme espiritualmente, y así sentirme fuerte y vigoroso,
optimista y trabajador, servicial y apostólico.
En la mesa de tu Palabra me alimentas y orientas con tu mensaje salvador;
y en la mesa eucarística me nutres y vigorizas espiritualmente
con el Pan y el Vino, que realmente son tu Cuerpo y tu Sangre santísimos.
Aunque no te percibo por los sentidos, pero “te siento” por la fe
y los formidables sentimientos de bondad y entrega, de santidad y justicia,
que siempre me suscitas cuando te recibo con las debidas disposiciones.
Te pido, Señor, por todos los cristianos, para que aprovechemos
y valoremos convenientemente la Eucaristía, el regalo
que nos dejaste como recuerdo de tu vida, y así “actualizáramos”,
y “nos apropiáramos” cada uno de tu Pasión, Muerte y Resurrección.
Al despedirte en la Ultima Cena, “porque nos amabas hasta el extremo”,
instituiste este recuerdo sacramental, sin duda lo más apropiado
a tu condición divina y a la vez humana; y por supuesto
lo más cercano y aceptable para nuestra pequeñez humana.
¡Gracias, Señor, por este recuerdo-regalo, por este tesoro de la Eucaristía!
Que participe frecuentemente –a ser posible a diario– en la Santa Misa
y en la Comunión; y que busque tu compañía junto al Sagrario
y te adore como al Amor de los Amores.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez