XXII Domingo Ordinario - B
Evangelio: Mc 7,1-8; 14-15; 21-23 Verdadero cristianismo
Un grupo de fariseos se acerca a Jesús con interés por preguntarle y
aclararles dudas. Si por ser fariseos no llevaban buenas intenciones, sino la
crítica, el rechazo y –lo que era habitual en ellos- el desprecio a quienes
disentían de su modo de pensar, y sobre todo de actuar; en esta ocasión han de
callarse, pues se enfrentan no a un rabino cualquiera, o un profeta más, sino al
Profeta, al Mesías anunciado en las profecías antiguas. La lección que reciben,
además de acallarles, les deja en ridículo en la escena pública, y todos los
oyentes pudieron aprenderla.
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Señor, Jesús, que a todos escuchas, y acoges; a nadie desprecias,
y para todos te entregas en tu magisterio humano y divino.
Me imagino la escena del Evangelio, pues esa actitud de los fariseos
es frecuente encontrarla en algunas personas hoy día.
Son muchos, Señor, los que cómodamente se han fabricado
su propia religión con algunas prácticas y ceremonias religiosas,
en algunos casos de larga tradición, que en último término agradan
y tranquilizan; y ciertamente se sienten satisfechos en sus profundos
e inevitables sentimientos religiosos, pero que para nada exigen sacrificio,
entrega y generosidad, y en absoluto les piden abandono
del individualismo y del relativismo moral y doctrinal, y
tampoco les hablan de caridad cristiana y de auténtica santidad de vida.
Para ellos te pido, Señor, el milagro de la humildad y de la aceptación
del mandamiento del amor a Ti y al prójimo por amor a Ti y a los demás.
Y para mí te suplico la valentía de mostrar con mi vida
el verdadero rostro del cristianismo: el que a uno le hace más feliz
y seguro y el que se manifiesta en santidad de vida
y en apostolado y caridad con el prójimo.
También abundan los cristianos, que, sobre todo por escasa formación,
se han acomodado a ese cristianismo tibio y mediocre, fácil y acomodaticio,
del que incluso hacen exhibición como los fariseos,
y se aprovechan para medrar, aparentar bondad,
y creerse superiores a otros “pobres hombres, ateos o agnósticos”.
Te pido, Señor, la sinceridad de la humildad y del verdadero amor a Dios.
No quiero, Señor, conformarme con las prácticas piadosas tradicionales
y con los meros actos de culto, y menos considerarme superior a otros.
Ayúdame, Señor, a vivir y mostrar a los demás, el verdadero cristianismo
del Amor a Dios y al prójimo, como Tu nos enseñaste.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez