Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La injustica exige reparación
El tema central del domingo es el reino de los cielos. Jesús a través de varias
comparaciones se estruja las meninges para hacernos comprender cómo es el cielo.
Compara el reino de los cielos con fabuloso tesoro escondido, tipo Alí Babá y los cuarenta
ladrones; con una pequeña semilla de mostaza que cuando crece se convierte en un gran
árbol, tipo las habichuelas mágicas de Periquín y la gallina de los huevos de oro. En
realidad nos cuesta mucho entender porque cada vez miramos menos al cielo (es decir, que
se ora cada vez menos) y por el contario estamos bien enterrados en las realidades del
mundo: consumismo, placeres, diversión, etcétera.
Me gustaría destacar dos aspectos de estas parábolas. La primera es que el reino de los
cielos es un don que Dios nos ofrece a todos los hombres, pero este regalo debe ser
aceptado en la propia vida, es decir, a través de las obras y no de las palabras o las
intenciones. Como dice el apóstol Santiago: “Muéstrame tu fe sin obras, que yo por mis
obras te mostraré mi fe” (2,18). Al cielo no se llega por accidente, ni se roba ni se regala,
sino que se conquista a través de las buenas obras y la rectitud de la conciencia. Podríamos
decir que el hombre no es sólo naturaleza humana , sino que también es vocación pues está
llamado a participar eternamente de Dios por haber sido creado a imagen suya.
La segunda es que el reino de los cielos exige una respuesta a la acción de la gracia que se
manifiesta a través de la fidelidad a la propia conciencia. Ni luteranismo ni pelagianismo,
es decir, que no basta sólo la fe para salvarse, ni tampoco es cierto, que todo depende de
nuestra voluntad, algo así como puritanismo. La gracia de Dios actúa constantemente y de
nosotros depende el corresponder con libertad. Por eso es que la fe no puede quedar
escondida o embargada. La fe nos exige ser coherentes en todo momento, tanto en público
como en privado. Ya se trate del ámbito político, social, económico, hay que ser coherente
con las propias convicciones. Un ejemplo nos lo dio el rey de Bélgica, Balduino cuando el
4 de abril de 1990 abdicó durante un día al trono para no tener que firmar la ley del aborto
exponiendo la existencia de la monarquía.
En sentido opuesto, la conversión de los pecados públicos exige también una reparación
pública para ser perdonados. El perdón exige una reparación del daño causado, no basta con
decir, “lo siento”. Sobre todo de los pecados que atañen a la justicia como son el robo, la
difamación, el abuso de poder, el cohecho, la prevaricación, la apostasía pública, la
explotación del trabajador. (CIC 2454) “La injusticia cometida exige reparación”.
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