Domingo Decimoctavo del Tiempo Ordinario 31 de Julio de 2011
“Dadles vosotros de comer”
Después de tres domingos dedicados, mediante la lectura evangélica, a la
afirmación del Reino de Dios, nos centramos en la fe en Jesús, Mesías del Reino. La
narración de unos milagros de Jesús intentará reafirmar nuestra fe, y culminará en
la confesión mesiánica de Pedro en Cesarea de Filipo.
Un proverbio budista dice que “cuando el dedo seala la luna, es estúpido se quede
uno mirando el dedo”. Algo de esto nos puede pasar a nosotros al leer los milagros
de Jesús. Nos quedamos en el carácter portentoso de los milagros, sin llegar al
mensaje que encierran. Jesús no pretende, con sus milagros, realizar prodigios
propagandísticos. Son signos, así los llama san Juan (cfr. 2, 11), que abren brecha
en este mundo de pecado y apuntan a la realidad del Reino de Dios.
El milagro de la multiplicación de los panes y los peces nos invita a descubrir el
proyecto de Jesús. Una muchedumbre de gente sencilla sigue a Jesús. Le da lástima
de la situacin angustiosa de los que le seguían, que “andaban como ovejas sin
pastor” (Mc 6, 34), y “no tienen qué comer” (Mc 8,3). Había entre ellos algunos
enfermos a los que Jesús curó.
El Reino de Dios es el amor de Dios, la fuerza de Dios que penetra en la sociedad
para que la justicia, la comprensión, la solidaridad, la responsabilidad, la honradez
y la defensa de los más débiles vayan cambiando la convivencia entre los hombres.
Es una fuerza que no se impone, sino que transforma; no domina, sino que atrae.
Tanto entonces como hoy se dan esas situaciones donde millones de seres
humanos sufren de manera trágica. La necesidad y el hambre de los pobres es
pluriforme. Conocemos bien los datos de tantos de nuestros semejantes que
carecen de lo más elemental, porque son muchas clases de hambres y privaciones:
hambre de pan, de trabajo y vivienda, de dignidad personal y cultura, de estima y
afecto, de paz, libertad, de espíritu y religión.
¿Qué hacer ante esta situación? Jesús no es insensible. El relato evangélico rechaza
la respuesta fácil de la insolidaridad: “despide a la multitud para que vayan a las
aldeas y se compren de comer”. La actitud de Jesús es de compromiso y
solidaridad: “No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer”. Los discípulos
cambian de actitud y ponen a disposición de Jesús todo lo que hay entre ellos,
aunque sólo sean “cinco panes y dos peces”. Solo entonces, cuando se unen la
generosidad del hombre, que pone a disposición del que necesita lo que tiene, y el
poder de Jesús, se realiza el milagro que destruye una situación inhumana y
angustiosa.
Desde la solidaridad compartida cambi la situacin: “Comieron todos hasta quedar
satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”. Jesús levanta los ojos al
cielo para recordar a ese Padre de todos que está cerca de sus hijos y que nos
invita a la fraternidad para que no le falte a nadie lo que necesita para vivir
dignamente.
El conocido milagro de la multiplicación de los panes y los peces realizado por Jesús
es signo del mundo querido por Dios. Un mundo solidario y fraterno donde todos
compartamos dignamente los bienes que hemos recibido de Dios. Para ello los
creyentes hemos de aprender a vivir con estilo fraternal escuchando las
necesidades del hombre de hoy.
Joaquin Obando Carvajal