XVIII DOMINGO ORDINARIO
(Isaías 55:1-3; Romanos 8:35.37-39; Mateo 14:13-21)
Un salmo cuenta de los hijos de Israel exiliados en Babilonia. Allí recuerdan
Jerusalén donde caminaban líberamente. Dice la cancin: “Si me olvido de ti,
Jerusalén, que me paralice la mano derecha”. Ésta es la situacin a la cual Dios se
dirige en la primera lectura hoy del profeta.
En el siglo sexto antes de Cristo Babilonia conquistó Jerusalén y deportó a muchos
de sus habitantes. A lo mejor en las primeras décadas de la cautividad los exiliados
aguantaron la escasez extrema. Al menos en la lectura hoy la gente anda con sed y
hambre. Sufren como los desempleados en nuestra sociedad. Ahora nueve por
ciento de los trabajadores acá no pueden encontrar empleo. La cifra es aún más
grande entre los hispanos y los negros. En el principio les falta el dinero de pagar la
hipoteca. En tiempo su capacidad para proveer el pan para la mesa será desafiada.
Sienten desilusionados y deprimidos. Una desempleada dice que no la preocupación
consume su vida.
Estas personas son inclinadas a buscar salida de sus problemas en los placeres
mundanos. Un consejo a los desempleados advierte del peligro de “curaciones
líquidos” – eso es, el alcohol y las drogas. Por la misma razón el profeta pregunta a
los deprimidos de Babilonia: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el
salario, en lo que no alimenta?” Como el gusano en el anzuelo, los estupefacientes
no les traerán la satisfacción sino la muerte.
En lugar de vicios Dios propone Su palabra como la esperanza. Los pobres de Israel
tienen que poner la atención a Él que está para actuar en su favor. El profeta habla
de dos remedios. Primero, Ciro, el rey de Persia, va a liberarlos del dominio
babilónico. Aunque no cree en Dios, Ciro será Su instrumento para restaurar
Jerusalén. Segundo, los exiliados van a experimentar la promesa que Dios hizo a
David. Eso es, tendrán un reino perpetuo. Pero no será un linaje de reyes: el hijo
sucediendo a su padre al trono. No, el reino permanente se compondrá de una raza
de reyes, cada uno con su propia autonomía bajo la autoridad de Dios mismo.
Se realiza la segunda parte de la profecía con Jesús, el rey eterno. En el evangelio
lo vemos dándole al pueblo de comer para que tengan nueva fuerza. Esta comida
sirve como un anticipo del banquete que presentará a sus discípulos la noche
anterior de su muerte. Por compartir su cuerpo y su sangre en ese banquete, Jesús
los establecerá como hermanos y coherederos del Reino de Su Padre.
Lo necesario es que se muevan. El Seor les exhorta: “Vengan…” Tienen que
abrasarlo como la roca de salvación. En el tiempo del exilio abrasar al señor
significa seguir los mandamientos. En la nueva era es prepararse para la santa
Eucaristía. Participando en el banquete del Señor por la misa, los desempleados
pueden aprovecharse de su tiempo libre. Como aconsejaba el papa Juan Pablo II,
ya no tienen miedo de prestar la mano a su prójimo que necesita ayuda. Tampoco
tienen renuencia a aprender nuevas habilidades que pueden resultar en nuevo
empleo.
Dice el Seor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua”. Jesús le da
eco: “Vengan a mí los que van cansados – pronuncia él en este mismo evangelio
según san Mateo – y yo los aliviaré”. Él sabe que todos nosotros estamos en
necesidad de una manera u otra. Si no estamos desempleados, a lo mejor estamos
sobrecargados. Si no estamos desilusionados, estamos al menos desafiados. Como
la mano derecha no hay remedio tan cumplido como él. No hay remedio como él.
P. Carmelo Mele O.P