XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
AL SERVICIO DE LOS HOMBRES Y SIN AGOBIOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Juan el Bautista se hizo muy célebre en su tiempo, fue más conocido que Jesús. El evangelio nos
cuenta detalles de su nacimiento, añade que al crecer se retiró al desierto. Después nos lo
presenta, ya adulto, como un gran profeta que anunciaba al Mesías. El Maestro, dejada Nazaret y a
su Madre viuda, se fue a verle y quiso ser bautizado por él. La radical honestidad del Precursor, de
su predicación y de sus denuncias dirigidas a quien tocara denunciar, no dejaban indiferente a
nadie. Algunos que le escuchaban se convertían, otros se irritaban escaldados. Esto último fue lo
que le pasó al rey Herodes. No era capaz de aguantar la insolencia de un vulgar hijo de casta
sacerdotal, como tantos otros. Él que era hijo del Gran Asmoneo, no podía permitir que lesionaran
su orgullo. Finalmente lo hizo prisionero y lo ajustició. El historiador Flavio Josefo nos dice que esto
ocurrió en la fortaleza de Maqueronte. De esta residencia quedan hoy solo ruinas. Estaba situado el
acuartelamiento palaciego cerca del Mar Muerto, en la actual Jordania. Este asesinato fue famoso.
A Jesús no le había llegado la hora, de aquí que tomara precauciones. Juan y Él eran parientes, sus
discursos tenían muchas cosas en común, todavía al Maestro le faltaban muchas cosas que
enseñar. Decidió ocultarse.
Pero las gentes lo encontraron, a ellas no les preocupaba lo que pudiera pensar el reyezuelo.
Querían escuchar al Señor y Él no rehuyó el peligro. Debía ser fiel al encargo dado por el Padre, en
consecuencia se dejó ver, predicó e hizo el bien. Curo enfermos. La turba le escuchaba
encandilada. Se hizo tarde. Los discípulos se dieron cuenta de que, lógicamente, tendría hambre
aquella multitud y con prudencia debían despedirlos. De esta manera se dispersarían por los
pueblecitos cercanos. Era acertada la decisión, prudentemente hablando. Pero no coincidía con lo
que Él pensaba, que no obedecía a criterios de esta índole: si estaban hambrientos se les debía
alimentar, era lo lógico, de acuerdo con la doctrina que enseñaba, por muy descabellado que les
pudiera parecer a los apóstoles.
Habían empezado a comprenderle, así que le trajeron pan y pescado y que decidiese lo que le
pareciera oportuno hacer. El pescado, lógicamente, estaría en salazón, la única manera conocida
entonces de conservarlo. Para que me entendáis, sería algo semejante a nuestros arenques o el
bacalao seco. El pan, nos lo dice otro evangelista, era de cebada, el propio de los días de labor, el
comido habitualmente por los pobres.
Jesús tomó en sus manos lo que le ofrecieron. Antes de partir la vianda, dio gracias al Padre, con
un gesto que después los Apóstoles recordarían y entenderían que había sido un anticipo de la
Eucaristía. La multitud quedó saciada. Aquella proeza selló la predicación de la jornada.
Lógicamente, si creemos el relato, quedaremos, mis queridos jóvenes lectores, asombrados del
poder del Señor. Pero no nos podemos contentar con la admiración. Quisiera que os dierais cuenta
de algo más.
En primer lugar, el Maestro que dijo que debíamos ser astutos como serpientes, obró con la
prudencia correspondiente y no quiso provocar con altanería al rey gobernante. Hacerlo no hubiera
sido suficiente para cambiar la conducta del calzonazos, que se dejaba dominar por la mujer que
había usurpado a su hermano. Tal vez lo único que hubiera conseguido era que sufriera una rabieta
y adelantara acontecimientos que debían llegar más tarde. Irritar por irritar, carece de sentido.
La segunda enseñanza, y me parece la fundamental de este fragmento, es ver que el Señor no
ignora las necesidades de los que están con Él. Como en las bodas de Caná, pese a que no había
llegado su hora, sació a aquellas gentes hambrientas. Hizo todo lo que pudo, aunque comprometía
con ello su seguridad personal. A la hora de hacer el bien no sirven excusas, hay que arriesgarse, si
es necesario. Se han puesto de moda entre nosotros los juegos de riesgo. Subir a las más altas
montañas, explorar simas, o dejarse arrastrar por locas corrientes de aguas bravas, es rabiosa
actualidad. Ciertamente que suponen estas actividades, unas aventuras apasionantes. Pero que tal
vez sean puro entretenimiento, posible para gente de un nivel económico elevado. Arriesgarse por
el Reino le da una nueva dimensión y es respuesta de amor. No hay cosa más apasionante que la
aventura con Jesús, no hay cosa más útil que dejarle a Él que se aventure con nosotros.
Otro aspecto que se acerca más a vuestra realidad y de la que debéis sacar lección: se trata del
comportamiento generoso del muchacho. Cualquiera hubiera dicho que entregar lo que llevaba en
el zurrón era absurdo, dada la gran multitud. Lo lógico es que comieran algunos y los demás se
espabilasen. La generosidad debe ser quijotesca, no lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores.
Llevad en la mochila, cuando salgáis de casa, algo que ofrecer a quien os encontréis y lo necesite.
Os recuerdo un proverbio oriental: dale al indigente un pan y una moneda, para que también pueda
comprar un libro y alimentar su espíritu.
Padre Pedrojosé Ynaraja