XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
DESIERTO, PAZ ABSOLUTA Y ELOCUENTE.
Mar brava, grito atronador que permite medir las propias posibilidades
Padre Pedrojosé Ynaraja
El profeta Elías es una figura impresionante, su montaña es el Carmelo. Allí fue su
apoteosis al vencer él solo a los 400 colegas del dios Baal. Generalmente los
peregrinos no visitan el lugar de su triunfo, en el extremo más oriental de la
pequeña cordillera. Cuenta el suceso el capitulo 18 del I libro de los Reyes. Si su
victoria fue una importante enseñanza para la historia de Israel, el pasaje que se
nos ofrece en la primera lectura de este domingo, lo es todavía para nosotros.
Había huido de las tierras del norte, atravesado Galilea y Judea, se adentró en el
desierto, su decaimiento no le permitía continuar, no obstante, Dios le animó a
proseguir, le convocó a la Montaña Santa, quería confiarle un secreto. Uno imagina
que se trataría de una fórmula mágica, del anuncio de alguna catástrofe o de que
iba a ser designado soberano. Pues, no. En la soledad del desierto quiere hablarle
de sí mismo, como el enamorado le cuenta como es él a su amada, para que decida
si está presta a continuar el noviazgo.
(El peregrino que se va elevando hacia la cima del Gebel Musa, ilusionado por llegar
arriba, contemplar la vista impresionante que se le ofrece a la salida del sol y
recordar la Ley que allí se promulgó, un poco cansado por las dos horas que ya
lleva andando y la media que todavía le falta, no acostumbra a pararse en la
plataforma que aparece a su derecha. Si está bien informado, lo deja para la
vuelta. Lo he hecho yo así y he visto que lo hacen muchos. En aquel rincón puede
uno descansar, recordar y meditar.)
2.- Mis queridos jóvenes lectores, el relato se inicia con espectacular teatralidad.
Sopla un viento huracanado, pese a su fuerza, no deja de ser aire, al que sin duda
acompañara arena que lentamente erosionará las rocas. Está vacío de contenido
trascendente, el profeta no se inmuta. Tampoco le interesa el terremoto que sucede
después. Los seísmos destruyen, Dios no. Se enciende el entorno y las llamas
queman. Tampoco le interesa el fuego, hace tiempo que el hombre lo ha sabido
domesticar y conserva dócil en su hogar la lumbre.
Se escuchó un susurro, una suave brisa. Elías lo entendió. Él que había sido feroz
exterminador de los falsos profetas, debía entender que su Dios, el de sus
antepasados, era manso soplo. La revelación le llenó de serenidad y paz.
Mis queridos jóvenes lectores, influidos por un mundo de competiciones, trofeos y
diplomas, tal vez hayáis comprobado que conseguirlo no es garantía de felicidad,
hoy debéis comprender que Elías subió al podio para aprender lo que está a vuestro
alcance. En el silencio y soledad de la montaña, se nos acerca el Amigo y nos
susurra palabras de amor y es entonces cuando nuestro corazón emocionado, se
siente feliz.
3.- El pequeño mar de Tiberiades, cada atardecer ensaya el obrar como bravo
océano. Rápidamente enseña sus juguetonas olas, que a ninguno del lugar asustan.
Quiere lucirse, pero no es dañino. Ahora bien, de cuando en cuando, su enfado es
grande y sorprende hasta a la gente ducha en las artes de navegar. Añádase al
momento que nos narra el evangelio de este domingo, que entre las crestas
distinguen una figura humana. Lo habéis escuchado, el impulsivo Pedro se echa al
agua, pero al poco vacila y teme lo peor. Con seguridad Jesús sonreía al extender
su mano y todo acabó en un abrazo.
Todos se asombraron. Pensadlo un momento ¿Cuándo fue la última vez que Dios os
asombró?
Padre Pedrojosé Ynaraja