XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
EL CRECIENTE FERTIL
Padre Pedrojosé Ynaraja
El norte de Israel está coronado por una cinta de montañas de entre las que
destaca el Hermón, de nieves perpetuas, hasta hace poco. Las estribaciones de la
cordillera reciben el nombre de Anti-Líbano. Allí nace el río Jordán. Brota de tres
fuentes que pronto se juntan, presumiendo entonces hasta de pequeñas cataratas.
La corriente desciende rápida, descansa un momento en el Hule, cuyo nombre no
es mencionado en la Biblia, para desembocar en el Lago de Genesaret, o mar de
Tiberiades. Aprovecha el agua para deslizarse una grieta de la corteza terrestre que
nace donde me vengo refiriendo y se prolonga hasta los grandes lagos africanos.
Os cuento esto, mis queridos jóvenes lectores, para que comprendáis que el
episodio que nos cuenta el evangelio del presente domingo, ocurre en un lugar
precioso. Se le ocurrió al reyezuelo de turno, edificar una ciudad allí, para darse
importancia y perpetuar su nombre. De acuerdo con estas ideas, la llamó Cesarea
(en honor del mandamás de Roma) de Felipe, pues, este era su propio nombre. Las
primeras veces que estuve todavía era un lugar salvaje, ahora ya no, limpio sí,
pagando la correspondiente entrada para poder verlo. Domina el paisaje un gran
peñasco, pululaban damanes por entre agujeros y arbustos, brota un poco más
abajo el Jordán. Parece ser que en tiempos de Jesús, el agua manaba del enorme
agujero que subsiste todavía bajo la roca. Seguramente, consecuencia de un
terremoto, se cegó el manantial y se escurre ahora el agua por entre guijarros,
para aparecer mansamente unos metros más abajo. Se contaban de este antro
muchas leyendas, se decía que se prolongaba hasta los niveles más inferiores de la
tierra, entre otras cosas.
Jesús, que le gustaba la naturaleza, probablemente escogió este lugar una vez,
para pasar la fiesta de los Tabernáculos, acompañado de los suyos. La excursión
supone más de 80 Km. desde Cafarnaún, por un camino que sube junto al río.
Llegarían cansados, pero la belleza se lo merecía. Y, pese a la ciudad recién
inaugurada, este lugar era visitado principalmente por pastores. Era así porque
tenían allí lugares de culto. Todavía vemos las hornacinas que albergaban el ídolo
del dios Pan, su divinidad propia. Del nombre de este dios, deriva la palabra
castellana pánico, dicho de paso. La soledad y el encanto del entorno, invitaba a las
confidencias. En este singular ambiente, el Señor pregunta a sus amigos que
pensaban las gentes de Él y que pensaban ellos mismos. Como a un enamorado le
interesa la opinión que pueda tener de él su amada.
La soledad invita a ser sincero. Engañar es más propicio de la vida de ciudad, con
sus mercados y mercaderes. Se adelanta impetuoso Simón y le contesta decidido:
eres el Mesías. Al Maestro le parece bien la respuesta, le advierte que no ha salido
de su talento. Si le recuerda que no son grandes su cabales, ve y proclama que es
fruto de la predilección del Padre y del soplo del Espíritu, mayor suerte que ser lito.
Es preciso corroborar aquella declaración. Ya que ha sido él el elegido, cambiará de
nombre, de ahora en adelante le conocerán como Quefas, Petron en griego, peñón,
en román paladino. Era lo lógico, situados como estaban bajo una enorme peña. Si
pensaban que la caverna que se abría ante ellos, se prolongaba hasta lo más hondo
y de donde emergían los poderes malignos, pues, le anuncia que no tema, le da
poder para dominarlos. Será roca firme donde se asiente lo que tiene proyectado,
una ecclesia, la vivencia estable donde residirá su futura creación. Los
acompañantes han escuchado atónitos. Se les ocurría en su interior un montón de
preguntas. Pero era mejor dejarlas para otra ocasión, les advierte con prudencia,
mientras les confía que no deben explicar a nadie lo que han oído.
En aquel lugar parece que se escuche todavía hoy el eco de la pregunta: ¿vosotros
quien pensáis que soy yo, que opinión tenéis de mí? Pero no nos engañemos, no es
preciso desplazarse a aquella tierra para oírla. En cualquier momento y en cualquier
sitio, el Señor nos interpela a nosotros con lo mismo. Cerrad los ojos, mis queridos
jóvenes lectores, y preguntaos con sinceridad ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué
cuenta en mí vida? ¿Cómo cuenta? ¿Cómo modifica mi conducta? De la respuesta
que le deis dependerá en gran parte vuestro futuro. Os prometo que pediré al
Señor que le respondáis con generosidad y valentía. Y os decidáis después. Solo así
me creeré digno de continuar escribiéndoos y estimulándoos, para que sepáis tener
tales virtudes.
Padre Pedrojosé Ynaraja