Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Jesús llega tarde
Existen algunos pasajes del evangelio en donde parece que Cristo es lento para reaccionar y
en más de una ocasión se ganó una amonestación por parte de los suyos. Veamos dos
escenas: el primer reclamo es el que Martha le propinó al Maestro por causa de la
enfermedad de su hermano Lázaro. Martha y María enviaron a informarle: “Señor, aquel a
quien tú quieres, está enfermo de muerte”. Cuando Jesús se enteró permaneció dos días más
en el lugar donde se encontraba y entre tanto Lázaro se murió. Jesús se tomó las cosas con
demasiada calma y la demora le ganó un buen reclamo por parte de Martha: “Señor, si
hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. ¡Llegó tarde!
La segunda escena está en el evangelio de este domingo cuando Jesús al enterarse de la
muerte de su primo Juan el Bautista se retira a un lugar apartado en donde halla una
multitud de personas desamparadas. Jesús se puso a curar a los enfermos y a consolarles
porque sintió compasión de ellos. En eso uno de los discípulos se acercó nervioso a decirle:
“Estamos en descampado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que se vayan a los
caseríos y compren algo de comer”. ¡Nuevamente a Jesús se le hizo tarde! ¿Será que el Hijo
de Dios es medio despistado y que nosotros somos más expeditivos y ágiles para resolver
los problemas?
¡Qué bien estamos retratados en estas escenas! Cuántas reprimendas se lleva Dios porque
no nos resuelve las necesidades con rapidez y del modo que esperamos. Algunos hasta lo
abandonan por ineficaz y se marchan decepcionados como los discípulos de Emaús:
“Nosotros esperábamos…”
¿En realidad llega tarde? Dios llega cuando tiene que llegar, ni antes ni después. El silencio
de Dios o su aparente lentitud en socorrernos, es una maravillosa oportunidad para purificar
nuestra fe y acrecentar nuestra confianza. Se suele llamar “silencio de Dios” al aparente
abandono en los momentos de prueba, Auschwitz podría ser su símbolo. ¿Dónde estaba
Dios entonces? Aunque también quisiera preguntar: ¿Dónde estaba Dios Padre en el
Calvario, mientras el Hijo agonizaba? La respuesta es clara: ¡Estaba con el Hijo en la cruz!
Dios quiere vencer el mal, puede vencerlo y lo vencerá, pero lo hace transformándolo desde
dentro, es decir, trocando el odio por amor, la violencia por mansedumbre, la angustia en
esperanza. “No te dejes vencer por el mal, vence el mal con el bien” (Rom 12,21) Esto es
lo que ocurrió en la cruz y la respuesta de Dios fue la resurrección. El mal no tuvo la última
palabra.
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