Ciclo A, 17º domingo de Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Si es verdad lo que dice Jesús en las parábolas de este domingo, nuestros templos
quedarían chicos y hasta tendríamos la obligación de hacer muchos más. Pero
¿hemos caído en la cuenta del verdadero tesoro que representa Cristo en nuestra
vida? Qué gran ejemplo de oración el de Salomón. La coherencia de su pedido hace
que reciba más de lo que esperaba. Deberíamos aprender de Salomón: saber pedir,
es lo que nos falta y todo lo demás “se nos dará por aadidura”. Una vez más,
escuchamos a Cristo hablándonos en parábolas y el tema de fondo es la gran
riqueza que representa la salvación y todo lo que se hace para obtenerla como un
gran tesoro o una perla preciosa. Por ello, todo lo demás queda relativizado. Una
buena elección conlleva un seguir adelante; una buena pesca nos invita a recoger
muchísimos peces buenos, pero también hay de los malos. Hay que purificar la
cesta: así será al final de los tiempos. Y Pablo habla de esto categricamente: “los
predestin”. ¿De qué predestinacin está hablando? El discernimiento teológico nos
lleva a comprender mejor esta afirmación paulina. Dios quiere nuestra salvación,
por tanto, ante el pecado, Dios no cesará de manifestar su deseo de salvar
manifestado desde el comienzo de los siglos: “Dios quiere que todos los hombres se
salven”; y ésta es la verdad que mueve a Pablo a llevar la buena noticia y que la
Iglesia ha continuado vigorosamente. Y es que estamos predestinados a la gloria,
por voluntad de Dios. No podemos pretender querer salvarnos por nosotros
mismos; es Dios el que nos salva; es nuestra fe en él y que nos invita a cambiar y
a ver la vida con otros ojos. De esta forma, descubrimos la voluntad de Dios, los
secretos del Reino, su salvación. Somos como aquel maestro de la ley que de un
baúl saca cosas viejas y nuevas y es que entendiendo el Antiguo testamento como
una preparación del Nuevo, podemos creer firmemente que Cristo es el mediador
del Padre; y su infinita voluntad responde a su deseo de querer liberarnos del poder
del pecado. Saber leer la historia de salvación es entonces, requisito indispensable,
para aceptar en nuestra vida el Reino de Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)