Ciclo A, 17º domingo de Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El Señor, por medio de San Mateo, nos vuelve a presentar en el evangelio de hoy
tres parábolas: el tesoro, la perla, y la red.
Las dos primeras parábolas ponen de manifiesto la alegría que siente quien
encuentra alguna cosa de gran valor. En el mundo en que vivimos, sumergidos en
dificultades y tensiones, necesitamos cultivar la actitud de la alegría. No es
solamente la manifestación externa de la risa fácil que brota espontáneamente sino
la paz interior y el humor maduro de analizar con serenidad las situaciones, sin
sobredimensionarlas, y relativizando los sucesos diarios para vivir con tranquilidad
de espíritu cultivando nuestro mundo interior. Consiste también en ofrecernos
oportunidades de relajación, de sano esparcimiento, de compartir momentos con
las personas que queremos para que la rutina no nos domine y superemos los
vacíos del tedio y reemprendamos la vida con renovada ilusión.
Esta visión de la alegría nos orienta también hacia el encuentro con Dios. No hay
mayor gozo que sentir la presencia del Espíritu en nuestro corazón. Dios es alegre.
El descubrimiento de su presencia en nosotros es positivo, luminoso, radiante. Es
un hallazgo que colma todas nuestras expectativas, un tesoro escondido en el
campo de nuestras experiencias diarias. Por eso quien encuentra a Dios y su Reino
es capaz de dejarlo todo, de subordinar las cosas ante la presencia descubierta del
Dios que nos ama. ¿Con qué jerarquía de valores vivimos, ¿a qué damos verdadera
importancia en la vida?. Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón (Mt. 6,
21).
A propósito de la alegría decía Santo Tomás Moro, ilustre consejero de Enrique VIII,
rey inglés del siglo XVI:
“Señor, dame un poco de sol, un poco de trabajo y un poco de alegría. Dame el pan
de cada día y un poco de mantequilla. Dame una buena digestión y algo que
digerir.
Dame un alma que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros. Señor, dame
humor para que saque un poco de felicidad de esta vida y así ayude a los demás.
Dame una pequeña canción para mis labios y una poesía o una novela para
distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos sin ver en ellos una maldición. Dame
sentido común que lo necesito mucho…”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)