Domingo XVIII Ordinario del ciclo A.
¿Cuál es la única causa que puede separarnos de Dios?
Estimados hermanos y amigos:
San Pablo, en su Carta a los cristianos de Roma (ROM. 8, 35-39), enumera una
serie de problemas, por cuya visión, muchos han dejado de creer en Dios, a lo largo
de la Historia. He aquí la lista de las citadas causas del alejamiento por parte de los
hombres de Dios, según el citado Apóstol de nuestro Señor:
"¿Quién, pues, podrá arrebatarnos el amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la
angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, el miedo a la muerte?
Ya lo anuncia la Escritura: Por tu causa estamos en trance de muerte cada día; nos
tratan como a ovejas destinadas al matadero. Pero Dios, que nos ama, nos hace
salir victoriosos de todas estas pruebas. Seguro estoy de que nada, ni muerte, ni
vida, ni ángeles, ni cualquiera otra suerte de fuerzas sobrehumanas, ni lo
presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni
criatura alguna existente, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos ha
mostrado por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro".
¿Puede el sufrimiento arrebatarnos el amor que Cristo siente por nosotros? En la
Biblia, leemos que Dios nos dice:
"No permitáis que la fiebre del dinero se apodere de vosotros; contentaos con lo
que tenéis, ya que es Dios mismo quien ha dicho: Nunca te abandonaré , jamás te
dejaré solo" (HEB. 13, 5).
Si el sufrimiento no puede arrebatarnos el amor con que Cristo nos ama, ¿por
qué es el mismo una de las causas que le impide a mucha gente creer en Dios? Ello
sucede porque la visión de nuestros padecimientos puede conducirnos a desconfiar
tanto de Dios, como de nuestros prójimos los hombres y de nosotros. Dios permite
que suframos, no porque desea hacernos daño, sino porque sabe que la experiencia
del dolor nos aporta muchas enseñanzas útiles para que vivamos como buenos
cristianos, pero el sufrimiento no es una causa lo suficientemente notable como
para que el Dios Uno y Trino deje de amarnos.
¿Puede la angustia arrebatarnos el amor de Cristo? En el libro de los Salmos,
leemos:
"Si el afligido grita, el Señor lo oye
y lo salva de sus angustias" (SAL. 34, 7).
La angustia es muy desagradable de sufrir, así pues, aunque la acumulación de
motivos que nos hacen padecer puede conducirnos a la desesperación, ello no
indica que la angustia que podamos acumular, inste a Dios a dejar de amarnos.
¿Son las persecuciones que podamos vivir por cualquier causa motivos que
justifiquen el hecho de que Dios deje de amarnos?
"Pero tú, Señor, trátame bien, por tu nombre,
líbrame por tu lealtad bienhechora,
que yo soy un pobre desvalido,
y llevo dentro el corazón traspasado;
voy pasando como sombra que se alarga,
me sacuden como a la langosta;
se me doblan las rodillas de no comer,
estoy flaco y descarnado" (SAL. 109, 21-24).
Las persecuciones son ocasiones en que tenemos la oportunidad de demostrarnos
hasta qué punto mantenemos la firmeza a la hora de vivir inspirados en nuestras
convicciones.
"A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado;
tú que eres justo ponme a salvo" (SAL. 31, 2).
De la misma manera que Dios permite que tengamos muchas dificultades, no
impide que muchos de nuestros hermanos de fe sean perseguidos por causa de la
fe que profesan. El siguiente texto de San Pablo, anima a dichos cristianos a
mantenerse firmes en su profesión de fe.
"Doctrina de fe es ésta: Si morimos con Cristo, viviremos con él; si nos
mantenemos firmes, reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si le
somos infieles, él permanece fiel, pues no es posible que falte a su palabra" (2 TIM.
2, 11-13).
Jesús perdona nuestras infidelidades, pero, si le negamos, ello significa que no
queremos relacionarnos con Dios, de hecho, esta es la causa por la que nuestro
Salvador les dijo a los oyentes de su discurso misionero:
"Todo aquel que se declare a favor mío delante de los hombres, yo también me
declararé a favor suyo delante de mi Padre celestial. Y, al contrario, si alguien me
niega delante de los hombres, yo también le negaré a él delante de mi Padre que
está en los cielos" (MT. 10, 22-23).
El hecho de que Jesús nos niegue si le negamos, no significa que deje de
amarnos, sino que nos deja vivir según nuestras creencias, porque no puede
concedernos nada que no le pidamos, con tal de no privarnos de la libertad con que
fuimos creados. Vemos que las persecuciones que podamos vivir en un
determinado periodo de nuestra vida, no indican que Dios deja de amarnos.
¿Puede ser la miseria en que podamos vivir sumidos una causa lo suficientemente
notable como para que Dios deje de amarnos? En muchos de nosotros, se cumplen
las siguientes palabras, con que Dios, por medio de Moisés, les recordó a los
hebreos que los mantuvo durante sus cuarenta años de peregrinación, a través del
desierto, camino de la tierra prometida.
"Todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, cuidad de
practicarlos, para que viváis, os multipliquéis y lleguéis a
tomar posesión de la tierra que Yahveh prometió bajo juramento
a vuestros padres.
Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho
andar durante estos cuarenta años en el desierto para
humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si
ibas o no a guardar sus mandamientos.
Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que
ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no
sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo
que sale de la boca de Yahveh.
No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a
lo largo de esos cuarenta años.
Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un
hombre corrige a su hijo,
y guarda los mandamientos de Yahveh tu Dios siguiendo sus
caminos y temiéndole" (DT. 8, 1-6).
Detengámonos unos momentos a considerar el texto bíblico que estamos
recordando, pues, en las palabras del mismo, se refleja la experiencia de la vivencia
de la fe de muchos cristianos.
Dios no nos pide que cumplamos aquellos de sus Mandamientos que más se
adaptan a nuestros deseos, sino que cumplamos todas sus prescripciones legales.
Sé que no todas las prescripciones de la Ley de Moisés siguen en estado de
vigencia, pero, al vislumbrar las mismas con sabiduría, podemos sacar conclusiones
muy provechosas.
A lo largo de nuestra vida, Dios ha sometido a prueba nuestra fidelidad a El por
medio de las circunstancias que hemos vivido, e incluso ha permitido que seamos
humillados, con tal de que comprobemos si seguimos dispuestos a creer en El hasta
el punto de hacer su voluntad, pues, antes de someternos a prueba, El sabe
perfectamente lo que vamos a hacer, pero, a pesar de ello, nos somete a pruebas
diversas, para que quienes están empeñados en creer que no merecen el perdón
divino, comprendan que nada hay más lejos de la realidad, cuando descubran que
en sí mismos se oculta una santidad, que se niegan a reconocer actualmente.
Es cierto que Dios no evita muchos de nuestros problemas, pero, dado que las
dificultades que vivimos son útiles para ayudarnos a crecer espiritualmente, ello
nos induce a creer, que, nuestro Padre común, nos corrige, como cualquier hombre,
corrige a sus hijos amados.
¿Puede ser el miedo a la muerte una causa que haga que Dios deje de amarnos?
Obviamente, no lo es, porque, en la Biblia, leemos las siguientes palabras de San
Pablo:
"Mantengo una esperanza confiada en Dios, la cual comparten también mis
oponentes, de que tanto los buenos como los malos habrán de resucitar" (HCH. 24,
15).
Si Dios ha prometido resucitarnos al final de los tiempos, en vez de considerar
que el miedo a la muerte nos separa de nuestro Padre común, quienes tengan ese
problema, pueden intentar superarlo, porque, en la Biblia, leemos las siguientes
palabras de Jesús:
"Yo os aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que me ha enviado,
tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la
vida" (JN. 5, 24).
¿En qué sentido hemos pasado los cristianos de la muerte a la vida? Cuando en la
Biblia se nos habla de que hemos sido redimidos, ello no significa que hemos
alcanzado la perfección de Jesús, sino que aún estamos en el tiempo de seguir
creciendo espiritualmente, por lo que aún podemos alcanzar la misma. San Pablo,
nos instruye:
"Porque salvados ya lo estamos, aunque sólo en esperanza. Sólo que esperar lo
que uno tiene ante los ojos no es propiamente esperanza, pues ¿cómo seguir
esperando lo que ya se tiene ante los ojos? Pero si esperamos algo que no vemos,
entonces ponemos en juego nuestra perseverancia" (ROM. 8, 24-25).
Los versículos bíblicos que hemos utilizado para escribir esta meditación, son los
mismos que usamos para consolar a aquellos de nuestros lectores que, en sus
padecimientos, tienen a bien escribirnos, con la esperanza de encontrar a unos
amigos que les comprendan. Aunque no podemos utilizar todos estos textos bíblicos
para enviárselos a todos nuestros lectores, hay una cita de San Pablo que les
repetimos a la gran mayoría de los mismos, porque queremos que la memoricen,
porque la comprensión de la misma es de crucial importancia para nosotros. Estas
son las citadas palabras paulinas que nunca debemos olvidar:
"Estamos seguros, además, de que todo se encamina al bien de los que aman a
Dios, de los que han sido elegidos conforme a su designio" (ROM. 8, 28).
Podríamos citar muchos ejemplos bíblicos de cómo Dios ayuda a sus fieles
creyentes, pero, con tal de que esta meditación no sea excesivamente larga,
recordaremos únicamente el caso de Abraham, el cual tenía su vida organizada,
cuando Dios le pidió que se olvidara de sus seguridades, y que dependiera de la
seguridad de la fe en El.
"Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de
la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré" (GN. 12, 1).
Imaginemos que tenemos familia, trabajo y vivienda, y que Dios nos pide que
dejemos el trabajo y la vivienda, y nos marchemos con nuestros familiares
siguiendo sus instrucciones, sin ni siquiera saber en qué parte del planeta nos va a
pedir que moremos. ¿Seríamos capaces de obedecer a nuestro Padre común en
esas circunstancias?
Abraham era pastor, y, a lo largo de su peregrinación, no sólo conoció la riqueza,
sino que también conoció la pobreza, la cual era tan extremada, como para que le
pidiera a su mujer que se hiciera pasar por su hermana y se prostituyera, con tal de
que no lo asesinaran. Abraham pasó dos veces por esta dramática situación.
"Hubo hambre en el país, y Abram bajó a Egipto a pasar allí una
temporada, pues el hambre abrumaba al país.
Estando ya próximo a entrar en Egipto, dijo a su mujer
Saray: «Mira, yo sé que eres mujer hermosa.
En cuanto te vean los egipcios, dirán: "Es su mujer", y me
matarán a mí, y a ti te dejarán viva.
Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien
por causa tuya, y viva yo en gracia a ti."
Efectivamente cuando Abram entró en Egipto, vieron los
egipcios que la mujer era muy hermosa.
Viéronla los oficiales de Faraón, los cuales se la ponderaron,
y la mujer fue llevada al palacio de Faraón.
Este trató bien por causa de ella a Abram, que tuvo ovejas,
vacas, asnos, siervos, siervas, asnas y camellos.
Pero Yahveh hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas por
lo de Saray, la mujer de Abram.
Entonces Faraón llamó a Abram, y le dijo: «¿Qué es lo que
has hecho conmigo? ¿Por qué no me avisaste de que era tu
mujer?
¿Por qué dijiste: "Es mi hermana", de manera que yo la tomé
por mujer? Ahora, pues, he ahí a tu mujer: toma y vete."
Y Faraón ordenó a unos cuantos hombres que le despidieran a
él, a su mujer y todo lo suyo...
Trasladóse de allí Abraham al país del Négueb, y se estableció
entre Cadés y Sur. Habiéndose avecindado en Guerar,
decía Abraham de su mujer Sara: «Es mi hermana.» Entonces el
rey de Guerar, Abimélek, envió por Sara y la tomó.
Pero vino Dios a Abimélek en un sueño nocturno y le dijo:
«Date muerto por esa mujer que has tomado, y que está
casada.»
Abimélek, que no se había acercado a ella, dijo: «Señor, ¿es
que asesinas a la gente aunque sea honrada?
¿No me dijo él a mí: "Es mi hermana", y ella misma dijo: "Es
mi hermano?" Con corazón íntegro y con manos limpias he
procedido.»
Y le dijo Dios en el sueño: «Ya sé yo también que con corazón
íntegro has procedido, como que yo mismo te he estorbado de
faltar contra mí. Por eso no te he dejado tocarla.
Pero ahora devuelve la mujer a ese hombre, porque es un
profeta; él rogará por ti para que vivas. Pero si no la
devuelves, sábete que morirás sin remedio, tú y todos los
tuyos.»
Levantóse Abimélek de mañana, llamó a todos sus siervos y les
refirió todas estas cosas; los hombres se asustaron mucho.
Luego llamó Abimélek a Abraham, y le dijo: «¿ Qué has hecho
con nosotros, o en qué te he faltado, para que trajeras sobre
mí y mi reino una falta tan grande? Lo que no se hace has
hecho conmigo.»
Y dijo Abimélek a Abraham: «¿Qué te ha movido a hacer
esto?»
Dijo Abraham: «Es que me dije: "Seguramente no hay temor
de Dios en este lugar, y van a asesinarme por mi mujer."
Pero es que, además, es cierto que es hermana mía, hija de mi
padre aunque no de mi madre, y vino a ser mi mujer.
Y desde que Dios me hizo vagar lejos de mi familia, le dije a
ella: Vas a hacerme este favor: a dondequiera que lleguemos,
dices de mí: Es mi hermano.»
Tomó Abimélek ovejas y vacas, siervos y esclavas, se los dio a
Abraham, y le devolvió su mujer Sara.
Y dijo Abimélek: «Ahí tienes mi país por delante: quédate
donde se te antoje.»
A Sara le dijo: «Mira, he dado a tu hermano mil monedas de
plata, que serán para ti y para los que están contigo como
venda en los ojos, y de todo esto serás justificada."
Abraham rogó a Dios, y Dios curó a Abimélek, a su mujer, y a
sus concubinas, que tuvieron hijos;
pues Yahveh había cerrado absolutamente toda matriz de casa de
Abimélek, por lo de Sara, la mujer de Abraham" (GN. 12, 10-20. 20, 1-18).
Antes de tacharnos como pecadores, Dios juzga la intención con que actuamos.
¿Por qué no permitió Yahveh que Sara se prostituyera? Ello sucedió porque
Abraham era su siervo tal como hemos visto, y porque en ella se cumplieron las
siguientes palabras de San Juan:
"En cuanto a nosotros, sabemos que todos los que han nacido de Dios no siguen
pecando, pues el Hijo de Dios los protege y los mantiene lejos del alcance del
maligno" (1 JN. 5, 18).
Si el tiempo de su vivencia de la pobreza fue amargo para Abraham, no le
aportaron menos amargura, los años en que su mujer no pudo concebir un hijo, por
causa de su esterilidad. Dado que la mujer del citado jeque no podía tener hijos, en
cumplimiento de un artículo del Código de Hammurabi, le cedió a su esclava Agar a
Abraham, para que esta le diese un descendiente, que sería como si fuese su hijo.
Si analizamos todos los casos bíblicos en que se narran relaciones de poligamia,
podemos comprobar que las mismas son problemáticas. Esto es lo que le sucedió a
Abraham, así pues, la esclava de su mujer hizo lo posible por ser superior a su
dueña, la cual la maltrató por ello sin que su marido lo impidiera, porque Agar era
de su propiedad.
Llegó el día en que Dios le pidió a Abraham que abandonara al hijo de la esclava,
porque Isaac, -el hijo de Sara-, había de ser el heredero de la promesa de ser el
padre de todos los judíos y cristianos del futuro. Abraham sufrió mucho, pero, en su
vida, se vislumbró la luz del Dios que nunca dejó de ayudarle, y que incluso le visitó
personalmente, tal como podemos comprobar en los primeros versículos de GN. 18.
(José Portillo Pérez y María Dolores Meléndez Ortega).