Ciclo A, 18º domingo de Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Un Dios diferente, sin duda, es lo que desentrañamos en las lecturas bíblicas de
este domingo. Isaías, habla de un tiempo nuevo, ya que la realidad del exilio había
golpeado hondamente en el corazón del pueblo judío. La esperanza tenía que
manifestarse ante la vuelta de este terrible acontecimiento y es Dios quien por boca
del profeta avizora tiempos nuevos para los que permanecieron fieles en medio de
esa situación tan comprometedora de su fe. La simbología del banquete es más que
notoria y habla del Dios que favorece y recompensa la fidelidad de su pueblo. El
salmo 144 expresa con palabras propias y claras el sentido de la liturgia de este
domingo. Estamos acercándonos al tema del Dios providente o más conocido en la
teología como la providencia divina. Esta manifestación misteriosa de un Dios que
no se desentiende de su creación y conduce, sin menoscabar la libertad del
hombre, hacia su plena felicidad. Aquí es donde entra el diálogo con el hombre,
administrador de esta hermosa creación, y que hace, que la auténtica libertad,
ayude al creyente a sentirse acompañado por Dios en el logro de sus objetivos. Y
esto trasciende la propia vida terrena ya que nuestro destino es el cielo. Aquí nos
unimos a San Pablo, que ante su fe en la resurrección de Cristo, no cesa de
proclamar la victoria del amor de Dios y la justificación, deplorando el atrevimiento
del pecado y de la muerte. Un Dios diferente, un Dios providente, un Dios que
busca lo mejor para su criatura por excelencia, un Dios que quiere que todos sus
hijos lo reconozcan como un Padre compadecido de sus dolores y sufrimientos y
que hace lo posible para saciarlo en sus necesidades más profundas. Aquella
muchedumbre que acompañaba a Jesús no solo necesitaban saciarse de pan sino
de la Palabra de Dios encarnada. La multiplicación de los panes fue un signo
portentoso especialmente para sus propios discípulos quienes se sintieron de
seguro abrumados ante la responsabilidad que les exigía el Maestro, pero creemos
que después de la resurrección, se dieron cuenta verdaderamente a qué les
comprometía el Señor y a qué nos compromete hoy a nosotros: presentar a quien
saciará realmente la sed y el hambre que tiene nuestro pueblo: Cristo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)