Ciclo A, Domingo 4º de Adviento
Mario Yépez, C.M.
Estamos ya dentro de las ferias especiales del adviento y en este domingo
celebramos con alegría la fiesta de Nuestra Señora de la Esperanza. Las promesas
de Dios se van cumpliendo en la historia de salvación. Dios abre ese diálogo de
amor y pide una respuesta del hombre. La incertidumbre de un mundo que se
aparta de Dios mantiene en jaque la fidelidad de los “pequeños de Dios”, aquel
resto de Israel, del Antiguo testamento, que trató de mantenerse fiel al Dios de
Israel. La esperanza de un pueblo creyente simbolizado en el niño que nacerá de
una doncella, es decir, del heredero del reino, confirma una vez más que no se
puede desligar la vida cotidiana del amparo del Todopoderoso. Por eso, Cristo, la
Palabra de Dios hecha carne, se convierte en el centro de esta historia de salvación
y el interlocutor eficaz que viene a este mundo en el misterio de la Navidad. Tan
gran regalo de Dios, viene con la colaboración libre de María y José. No se puede
hablar de la verdad del misterio del Verbo encarnado sin comentar la libertad y la
absoluta obediencia a la voluntad del Padre por parte de ambos. María, en la
humildad de quien reconoce que Dios puede hacer obras grandes en ella y la
actitud diligente de José, quien siendo un hombre justo, cumplidor de la Ley,
acepta la Palabra viva que viene a traer salvación. Esta es la esperanza de Israel,
esta es la esperanza de la Iglesia: un niño cuyo rostro es el Dios del amor. Parece
que es preciso gritar al mundo este urgente deseo: “¡Emmanuel!”. Para eso viene a
nacer Jesús hoy y es preciso creerlo: para estar con nosotros. ¡Gracias María de la
Esperanza, porque nos enseñas a saber confiar en Dios!.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)