XIX DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes 19:9.11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33)
Hace siete años un crucero turístico estaba en el medio del Mediterráneo. De
repente una tormenta dejó el barco sin poder. Todos quedaban a la merced del mar
que no conoce la misericordia. Los pasajeros literalmente rebotaban de pared a
pared. Tuvieron el mismo horror de los discípulos en el evangelio de hoy.
La barca sin Jesús siendo sacudida por las olas es el modo evangélico de expresar
la Iglesia en crisis. En el primer siglo la Iglesia primitiva sufrió la persecución. En el
tiempo de Santo Domingo la herejía albigense amenazó al catolicismo en el sur de
Francia. Los albigenses enseñaban que hay dos dioses en guerra uno contra el otro
-- el dios bueno que creó todas cosas espirituales y el dios malo que hizo el mundo
material. Según sus líderes, los albigenses tenían que rechazar al dios de la
creación material por abstenerse de todo lo que tiene que ver con la carne,
incluyendo relaciones entre los matrimonios. Por supuesto, era un reto grande de
modo que sólo los llamados “perfectos” pudieran practicar toda la disciplina. Los
demás esperaban hasta que fueran a morir antes de entrar en la orden de los
perfectos.
Ahora la Iglesia sigue luchando. El papa Benedicto ha señalado el relativismo como
la amenaza principal en el mundo actual. El relativismo reconoce que tú tienes
verdades para ti como yo tengo verdades para mí. Pero rechaza que existan
verdades universales para todos. Sí, el relativismo permitirá leyes hechas por la
mayoría del pueblo, pero niega que haya una ley universal que gobierna a todos.
Según el relativismo, si la mayoría dice que dos hombres pueden casarse, está
bien; no importa la estructura del matrimonio como una unión para la prolongación
de la sociedad. El relativismo se cuela dentro de la Iglesia cuando los católicos
piensan que son libres para aceptar o rechazar la doctrina de la Iglesia como les dé
la gana. Bajo la sombra del relativismo el católico pudiera decir que si yo no pienso
que sea pecado faltar la misa dominical, está bien, o si una pareja quiere usar los
anticonceptivos, es asunto de ellos y la Iglesia no tiene ningún derecho de
condenarlo.
En el evangelio Jesús viene caminando sobre el mar para rescatar a sus discípulos.
Nunca está lejos de la Iglesia que siempre va a ayudar. Similarmente Jesús fue la
fuente de los esfuerzos de Santo Domingo a resolver el desafío albigense en el siglo
trece. Domingo reconoció que no podían existir dioses separados del espíritu y de la
materia si el Hijo de Dios llegó al mundo en la carne. No, Domingo dio cuenta de
que todo es creado como bueno por un solo Dios aunque a veces los humanos
corrompen el valor de los bienes creados.
Asimismo, Jesús salva la Iglesia contemporánea del relativismo. En primer lugar, él
cumple la ley universal encontrada en la naturaleza y refinada en los Diez
Mandamientos. Entonces él nos suple la gracia para llevar a cabo esa ley.
Finalmente, Cristo ha designado a sus apóstoles y sus sucesores (los obispos) como
sus vicarios cuyo papel es juzgar las novedades de cada época. Por la enseñanza
firma de los obispos nosotros católicos sabemos que no hay “matrimonio gay”. Sin
embargo, los mismos obispos afirman que los homosexuales merecen el respeto de
todos.
Como Jesús pide a Pedro que camine sobre el agua, quiere que todos nosotros
salgamos de nuestras zonas cómodas. “…no teman” nos dice a nosotros tanto como
a sus discípulos. El papa Juan Pablo II siempre repetía estas palabras añadiendo
que no estaremos desanimados cuando hacemos sacrificios por Cristo. En su
tiempo Santo Domingo no instruyó a sus frailes que caminaran sobre el agua sino
que anduvieran descalzados. Les quería que impresionaran a los albigenses que los
humanos a veces sacrifiquen los bienes materiales no porque son malos sino para
obtener un mayor bien. Por eso, un padre sacrificará el sueño para llevar a su hija
al entrenamiento de natación a las cinco de la mañana. Asimismo, los miembros de
la Sociedad de san Vicente de Paulo dejan su tiempo para servir a los pobres.
La próxima vez que tiene la oportunidad, vea una imagen de santo Domingo. A lo
mejor notará una estrella sobre su cabeza. La estrella significa la luz de la verdad.
Esta luz asegura a Domingo y a nosotros sacudidos por el relativismo que existen
verdades universales. También la estrella representa a Cristo, la luz del mundo.
Cristo mueve a Domingo y a nosotros para hacer sacrificios por el bien de Dios y el
prójimo. Sí, Jesús nos mueve a sacrificarnos por Dios y por el prójimo.
Padre Carmelo Mele, O.P.