Ciclo A, 5º domingo de Cuaresma
Antonio Elduayen, C.M.
De las tres resurrecciones que Jesús hizo durante su vida (Lc 7,12; 8,41; Jn 11,43),
la más transcendente y significativa fue la de Lázaro, que nos cuenta el evangelio
de hoy (Jn 11, 1-45). Fue algo que impactó a todos. Con gratitud y alegría inmensa
por parte de los familiares y amigos; con recelo y rechazo irracional por parte de
los enemigos de Jesús, quien vio crecer su inseguridad y peligro de muerte
(Jn 11, 45-54) . El acontecimiento tiene mensajes infinitamente más importantes,
como veremos luego, pero vale la pena poner de relieve este hecho, pues nos hace
ver y sentir el lado humano de Jesús y su sentido de la amistad. También su
rechazo a la enfermedad y la muerte, frutos del pecado. Por todo ello, Jesús se
conmovió y lloró…
Y resucitó a Lázaro, aún conociendo las consecuencias, pues para Él, la amistad y
la gratitud para con la familia de Betania estaban por encima de sus
conveniencias personales. Como lo están sin duda en tu caso y el mío, pues
Jesús es el amigo fiel, el amigo que no falla . Había además otra razón para
resucitar a Lázaro, y tenía que ver con el Plan de su Padre Dios , que a
nosotros tanto nos cuesta aceptar. ¿Por qué Jesús no sanó a Lázaro en cuanto supo
que estaba enfermo? Pues porque en el Plan de Dios esta enfermedad no habría de
acabar para siempre con él sino que habría de ser para la gloria de Dios y de
Jesucristo (Jn 11, 4). ¡Y ya lo creo que lo fue! Más que si lo hubiera sanado cuando
enfermó, que es lo que todos esperaban.
Pero vayamos al punto principal de este relato . Se produjo cuando, a una
pregunta dolida de Marta, la hermana mayor y jefa de la familia, Jesús le
respondió: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya
muerto vivirá No morirá para siempre… Y añadió: ¿crees esto? (Jn 11,25-
26). Impacta la seguridad con la que lo dice y, por tanto, la conciencia que tiene de
su poder sobre la muerte y de ser el Hijo de Dios. Por eso, añadiendo los hechos a
las palabras, ante la presencia de decenas de amigos de la familia, le gritó a
Lázaro: ¡Lázaro, sal del sepulcro! Y el muerto salió… ¡Tremendo momento!, que
produjo y sigue produciendo las más variadas reacciones. Para nosotros, de alegría
y esperanza, pues nos hace ver que la muerte es sólo como una dormición, que un
día también nosotros escucharemos ese grito de resurrección, y que vale la pena
depositar toda nuestra esperanza en Jesús.
Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir
al mundo» (Jn 11, 27). Esta confesión de Marta -y nuestra- , en el Señor, es la
condición para lograr nuestra resurrección. Y para vivir con la esperanza en la vida
eterna, que, como dice Benedicto XVI, abre nuestra mirada al sentido último de
nuestra existencia: Dios, que ha creado al hombre para la resurrección y para la
vida. Esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los
hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la
economía. Privado de la luz de esta fe todo el universo acaba encerrado dentro de
un sepulcro sin futuro, sin esperanza.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)