Ciclo A, 3º domingo de Cuaresma
Tito Romero, C.M.
SEDAPAL NO, JESÚS SÍ
¿Quién no ha sentido sed alguna vez en su vida? Me refiero a una sed extrema, de
esas situaciones en las que parece que vamos a caer rendidos por falta de agua.
Dicen algunos que la sensación de sed afecta mucho más a la persona que la
sensación de hambre, que el requerimiento de líquidos es más urgente que el de
sólidos. Todos hemos tenido sed en algún momento, al menos en distintos grados,
y todos hemos experimentado esa angustia de desear algo líquido y no conseguirlo
cerca. Sin embargo, hay algo peor que esa sensación. Hoy en el mundo existe una
sed que es más angustiante que la del agua: es la sed de felicidad, de sentido de la
vida, de trascendencia, de valores, de Dios. Cada vez son más las personas que
andan por el mundo buscando la felicidad sin encontrarla, y lo más trágico de esto
es que el mundo no está en condiciones de apagar esa sed, porque pareciera que el
mismo mundo camina hacia el sinsentido al alejarse cada vez de Dios y descartar
los valores religiosos. Felizmente, dentro de esta realidad podemos encontrar una
fuente que tiene aquello que puede apagar la sed de sentido y felicidad del ser
humano, una fuente que tiene la ventaja de ser inagotable, que no necesita de
recibos para repartir su contenido, que no necesita de cañerías para llegar a todo el
mundo. De esa fuente nos habla la lectura del evangelio de este domingo.
Los protagonistas del evangelio del tercer domingo de cuaresma son dos: Jesús y
una mujer calificada como “la samaritana”. Ella representa a todas aquellas
personas que buscan saciar su sed de sentido, y Jesús a aquella fuente que puede
saciar esa sed. Según lo que nos cuenta san Juan, Jesús llega a un pozo y allí se
encuentra con la samaritana que iba a buscar agua (Cf. Jn 4,5-7). Ese era el trajín
diario de la mujer, ir a buscar agua para calmar su sed. Jesús, solo con verla, se da
cuenta que lo que en verdad busca la mujer no es agua, porque su sed no es
material. Esa mujer, en el fondo, buscaba algo que le dé sentido a su vida, buscaba
la verdadera felicidad, pero la andaba buscando por lugares y caminos equivocados,
es por eso que a esas alturas ya llevaba seis maridos, porque creía que con ellos
podría ser verdaderamente feliz (Cf. Jn 4,18). Esta mujer es imagen de todas
aquellas personas que buscan y no encuentran la felicidad. La desesperación por no
ser felices muchas veces nos puede llevar a optar por situaciones ilegales, como en
el caso de esta mujer que llegó a estar con un hombre que no era su marido, o
como tantas otras personas que se refugian en drogas, alcohol, sexo, creyendo
encontrar allí la felicidad. La verdadera felicidad, lo que puede darle sentido a la
vida, no puede hallarse en algo material y efímero. Todos los que buscamos la
felicidad debemos dirigir la mirada hacia otro lado. Eso fue, precisamente, lo que
intentó hacer Jesús con la samaritana.
Cuando la mujer se acerca al pozo, Jesús le pide agua, y ante la sorpresa de la
mujer, Jesús responde: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice:
“Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.” (Jn
4,10). Esta respuesta, que llevaba más contenido de lo que aparentaba, no fue
comprendida por la mujer. Estaba tan angustiada en su búsqueda de agua material,
que no se dio cuenta que Jesús le estaba ofreciendo más que simple agua. Por eso,
Jesús añade: “Todo el que beba de esta agua (la del pozo), volverá a tener sed;
pero, el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que
yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.” (Jn
4,13-14). La mujer poco a poco empezó a intuir que el hombre que tenía al frente
era especial y que no le estaba hablando del agua del pozo, sino que le estaba
ofreciendo un agua distinta, un manantial que no sacia la sed material sino la sed
del espíritu, precisamente aquella sed que torturaba su vida. Por eso la mujer,
usando el mismo lenguaje que Jesús, y entendiendo de qué se trataba la
conversación, respondió ilusionada: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga
más sed.” (Jn 4,15). Y la mujer bebió y sació su sed. Jesús hizo que saliera de ese
círculo vicioso de infelicidades y maridos que no eran suyos. Y lo hizo no dándole
agua material, sino un agua que salta a la vida eterna, es decir, su propia persona:
“Le dice la mujer: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga,
nos lo explicará todo.” Jesús le dice: “Yo soy, el que te está hablando. ” (Jn 4,25-26)
Aquella mujer conoció a Jesús y acabó su sed, fue al pozo por agua y regresó con
vida eterna.
Igual que a esa mujer, la sed también nos agobia. Las felicidades momentáneas
que nos dan las cosas materiales tienen el mismo efecto en nosotros que el agua
del pozo para la mujer samaritana: se acaba pronto y tendremos que ir siempre por
más. Esa constante búsqueda solo demuestra que nuestra sed es de otra cosa.
¿Dónde podremos saciar nuestra sed? La lectura del evangelio de este domingo nos
responde: en el mismo lugar donde la samaritana sació la suya: en Jesús. Él es la
única fuente de agua viva que puede darnos la verdadera felicidad que buscamos,
él es el único que puede hacernos trascender, él es el camino para llegar a Dios. En
esta cuaresma, en esta búsqueda constante de Dios, sentiremos sed. Felizmente,
tenemos una fuente de agua a la mano, y no cualquier agua, una que da la vida
eterna: Jesús.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)