Ciclo A, 3º domingo de Cuaresma
Pedro Guillén Goñi, C.M..
El evangelio del día de hoy nos presenta el diálogo que Jesús sostiene con la
samaritana. Es un ejemplo de la importancia que tienen las relaciones
interpersonales y de la transformación que pueden suscitar en las personas cuando
se basan en la confianza, capacidad de escucha, apertura y sinceridad.
La mujer samaritana cambia el rumbo de su vida al encontrarse con Jesús.
Descubre en Jesús la profundidad de su corazón y empieza a vislumbrar lo nuevo,
la novedad de la donación desinteresada y pregunta para ver. Ese es el camino de
los hombres sinceros, de los limpios de corazón que buscan apasionadamente la
verdad. Y cuando la “Verdad” se presenta sin adornos, “Soy yo el que habla
contigo” se siente liberada, alegre, entusiasmada. Cuando buscamos otras fuentes
de felicidad es porque no nos hemos encontrado con el Señor, porque no valoramos
suficientemente su presencia e influencia que puede tener en nuestras vidas.
Jesús ofrece a la samaritana un agua de valor eterno y ella, no solamente la
acepta, sino que se hace apóstol de Cristo compartiendo con sus vecinos la paz y la
luz que ella encontró con Jesús. Si nuestro corazón se halla inquieto o está
intranquilo acerquémonos a Jesús: nos dará su paz y la gracia que salta hasta la
vida eterna. Solamente el que tiene sed se alegra de haber hallado la fuente. El que
no está sediento pasa de largo sin hacer caso del manantial.
La mujer samaritana se detiene ante “la fuente de la vida” y el agua que busca se
convierte en signo de la presencia gozosa y fecundante de Dios. Y encontrar a Dios
es dar con el manantial de agua viva que hace reverdecer el desierto de la vida
humana.
Todos necesitamos saciar nuestra sed. Nos sentimos fatigados por nuestras
preocupaciones diarias, la rutina, el vacío interior, la materialidad de la vida, el
consumo… No toda agua nos libera, nos hidrata y tonifica. Tendamos hacia la
fuente de agua que sea “un surtidor que salte hasta la vida eterna” (Jn. 4, 14) y
dejemos el cántaro de las situaciones pasajeras, accidentales, sin importancia. El
Señor nos acompaña, calma nuestra sed y fortalece y rejuvenece nuestra vida con
el agua limpia de su Espíritu que nos lo entrega por amor.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)