Ciclo A, 2º domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
Seguimos en el camino de la cuaresma y en esta oportunidad Dios nos da un
respiro en el itinerario por el desierto. Cuando uno recuerda cómo Dios se le
manifestó encuentra sosiego y paz en medio de las dificultades propias de la vida.
La vocación de Abram llama mucho la atención. Dios le invita a dejar la estabilidad
de su vida por arriesgarse a confiar en él y su promesa de una tierra y una
descendencia numerosa. Abram no duda un instante y se pone en las manos de
Dios. Lo mismo nos pasó cuando decidimos seguir a Cristo y optar por su estilo de
vida pero cuando miramos nuestra realidad y parece que ésta nos agobia traemos a
nuestra memoria aquel momento maravilloso y nos damos un respiro para seguir
afrontando los problemas del presente sabiendo que no estamos solos en esta vida.
Este convencimiento está muy bien expresado en la carta de Pablo a Timoteo.
Cristo nos salvó y por tanto estamos llamados a una vida santa. Cuando uno está
convencido de la necesidad que tiene nuestro mundo de liberación y salvación,
pone todas sus fuerzas en disposición de los duros trabajos del evangelio. Por ello,
Jesús, viendo el desánimo de sus discípulos que escucharon que el Maestro
terminaría sus días en una cruz y no en la proclamación victoriosa de su
mesianismo al mundo; los lleva a vivir la gloria por un instante. Cristo es el centro
de la historia de la salvación. Profetas y la Ley, fueron los intermediarios de la
voluntad de Dios. Ahora es la misma palabra de Dios la que se revela como
salvación para los hombres. Las palabras de Pedro hacen notar lo maravilloso que
es la gloria, pero para llegar a ello, hay que esforzarse mucho. Hay que confiar en
Dios que nos saca de nuestras seguridades; hay que compartir los esfuerzos
propios del anuncio del evangelio, hay que bajar del monte y ser perseverantes en
nuestro discipulado.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)