Ciclo A, 2º domingo del Tiempo Ordinario
Julio César Villalobos, C.M.
Al leer estas lecturas, resonaba en mi mente y en mi corazón la frase de San Pablo:
“Ay de mí si no anuncio el evangelio” (1Cor.9,16).
Cómo al inicio prácticamente de este tiempo ordinario la liturgia nos recuerda que
nuestra fe no tiene que ser estática: “te hago luz de las naciones, hasta el último
extremo de la tierra” (Is.49, 3.5-6). Anunciar a Jesús es una tarea que dura toda la
vida (cf.Hch.4,20: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”).
Estamos llamados por el Señor a ser siervos, con una actitud de total disponibilidad
para las cosas de Dios. Hay una mucha gente “que se muere y se condena”, dice
San Vicente de Paúl, por eso “la Caridad no puede permanecer ociosa”.
El que evangeliza, pasa también por un proceso de ser evangelizado. No podemos
dar de lo que no tenemos. San Pablo, habla de que estamos llamados a “formar el
pueblo santo” que Dios quiere (cf.1Cor.1,1-3).
Un misionero, un evangelizador se caracteriza por su humildad, una humildad capaz
de reconocer que la única autoridad sobre todo proceso evangelizador, sobre toda
persona la tiene Jesús. Escuchemos a San Juan bautista: “Detrás de mí viene uno
que es superior a mí, porque existía antes que yo” (Jn.12,9-34).
Un evangelizador es un testigo del amor redentor de Jesús en medio de este mundo
que le quiere dar la espalda a Dios. Y como testigo también fiel a Jesús y en él a la
Iglesia (cf.Jn.21,15ss: “Sí, Seor, tú sabes que te quiero…cuida de mi Iglesia”).
Toda evangelizacin tiene que tener como personaje principal a Jesús: “Juan vio a
Jesús que se acercaba a él y exclamó: este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo”, “aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él,
ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”.
¿Cuánto miedo y cuánta excusa tenemos a veces para proclamar a Jesús? Una vez
una seora me decía: “Padre, yo no sé leer, nunca he agarrado un libro…y le
contesté ¿Ud tiene a Dios en su corazn?…¡sí!..a ud le veo rezar el
rosario…¡sí!…aunque no haya ido a una escuela en algún momento de su vida, Dios
le dará todo lo necesario para que proclame su amor”.
Cuánto cambiarían nuestras evangelizaciones si anunciáramos a Jesús y no a
nosotros mismos. Cuántos jóvenes se quedarían en nuestras parroquias si se les
predica a Jesucristo muerto y resucitado (cf.Rom.10,17; 2Cor.4,1-6; 1Cor.15,1-
21).
Anunciar a Jesús siempre será, para toda la Iglesia, una tarea permanente.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)