Ciclo A, 3º domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
El evangelio de hoy (Mt 4,12-23) presenta a Jesús como misionero y nos invita a
ser con Él y como Él “pescadores de hombres”. Silenciado Juan el Bautista, Jesús
había tomado su relevo misionero y se había lanzado a predicar con tanto éxito que
los jefes judíos ya lo tenían fichado. Por ello y midiendo el peligro, decidió dejar
Judea e irse a Galilea. A su pueblo de Nazareth, para visitar a la madre y para dar a
su gente la primicia de quién realmente era Él. Lo que aquí pasó lo cuenta Lucas
con lujo de detalles (Lc 4, 14-30), explicando de paso cuál era el método de la
predicación de Jesús en las sinagogas. Éxito o fracaso, lo cierto es que, dejando
Nazareth, Jesús se fue a Cafarnaún, junto al mar de Galilea, para que se cumpliese
la Escritura (Is 8,23-9,1) y para hacer de esta ciudad cosmopolita y pagana su
centro de operaciones en Galilea.
El hecho de haber escogido a Cafarnaún como su segunda ciudad, al mismo tiempo
que como campo y centro de operaciones, nos dice que Jesús se había propuesto
un Plan Misionero bien definido. Junto con tomar al toro por las astas, los otros
puntos del Plan incluían: 1. Fijar el objetivo de su misión; 2. Recorrer toda Galilea
enseñando en las sinagogas; y 3. Escoger y preparar los discípulos, que habrían de
ayudarle y reemplazarle cuando Él ya no estuviese. Son las líneas maestras del
Plan, cuyos detalles los evangelistas irán exponiendo a lo largo de sus evangelios.
¡Qué bueno si nosotros, llamados a ser misioneros con Jesús, hacemos nuestro su
Plan.
Ante todo y para no perdernos diciendo y haciendo un montón de cosas, tenemos
que fijar el objetivo de nuestro trabajo misionero. Para Jesús la cosa era clara:
proclamar el evangelio del Reino de Dios. Lo habían anunciado los profetas y era el
sueño del pueblo, que se haría realidad cuando apareciese el Mesías. Los dichos y
hechos de Jesús, en especial los milagros, tuvieron como único propósito hacer ver
que el Reino de Dios ya había llegado con Él (Mt 11, 3-6). Para nosotros y puesto
que Jesús es el Reino de Dios, el objetivo de nuestra predicación debe ser Jesús. El
es nuestro evangelio, el kerigma, que se centra en la persona de Jesús, en su
muerte redentora y en su resurrección salvadora. El resto de las cosas es sólo como
la cereza en la torta
Personalmente lo que más me encanta en el Plan Misionero de Jesús es su
búsqueda de agentes que le ayuden. Y que le respondan, claro. Siente que Él y la
Misión necesitan de ellos y los llama directamente: vengan, síganme… En su Plan
entra contar con discípulos, que estén con Él (identificándose con Él) y formen una
comunidad (iglesia), que sea el brazo de la inserción del Reino de Dios en el mundo
(Mc 3, 14-15). Es lo que, aleccionados por Jesús, hicieron luego los apóstoles, en
especial Pablo, que terminaban toda predicación consiguiendo agentes pastorales y
formando comunidades (iglesias), que hacían crecer y fortalecer el tejido de la
Iglesia. ¡Qué bueno si nosotros actuamos misioneramente como Él!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)