Ciclo A, 4º domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Llamémosle Evangelio de las Bienaventuranzas o Sermón del Monte, estamos ante
el pasaje más famoso de toda la literatura cristiana, sobre todo en la versión de
Mateo (Mt 5, 1-12a). Que contiene el 1º y más importante de los 5 discursos, con
los que Mateo construye su evangelio. La bienaventuranza, que quiere decir algo
así como bendito y feliz, era una forma literaria común tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento (Sal 2,12; 33, 12; 40,5; Mt. 11,6; Lc 1,45, etc.). Se la
aplicaba a quien gozando de un bien -tener confianza en el Señor,- , esto le
acarreaba otro bien mucho más grande: el Reino de Dios, en el caso de las
bienaventuranzas de Jesús.
Llamarlas el sermón del monte, como lo hace Mateo (Mt 5,1), da a las
Bienaventuranzas un valor incalculable que deja chico lo que pasó en el Sinaí. Pues
así como Jesús es muy superior a Moisés, también lo es la Nueva Ley que
proclama. Es decir, que las Bienaventuranzas, que Jesús da, son muy superiores a
las Tablas de la Ley que Moisés dio en el Sinaí (Ex 23,12). Es decir, que todo lo que
las Tablas significaron en el Antiguo Testamento -señal de una Alianza, camino de
perfección de un pueblo, compromiso ético-religioso, etc.-, es lo que significan las
Bienaventuranzas en el Nuevo Testamento: síntesis del espíritu del Reino de Dios,
código ético religioso del Pueblo de la Nueva Alianza, garantía de elección y
salvación, etc.
Alguien llamó a las Bienaventuranzas los Mandamiento del Nuevo Testamento, su
Nueva Ley ¿Las hemos aprendido de memoria como alguna vez aprendimos los 10
Mandamientos? ¿Las entendemos y tenemos en consideración? ¿Nos esforzamos
por vivirlas como, creo, nos esforzamos por cumplir los 10 Mandamientos? Si la
respuesta es NO, significa que aún no hemos entrado en el Nuevo Testamento, no
al menos en el terreno del discipulado. Significa que estamos anclados en el AT,
que somos cristianos del AT (¡¡ !!), preocupados sólo por cumplir los Diez
Mandamientos. No es que no haya que cumplirlos, sino que hay que ver su
cumplimiento como lo mínimo que un cristiano tiene que hacer. “Lo máximo” y lo
nuevo que Jesús nos pide es que vivamos las Bienaventuranzas, que contienen el
espíritu y el núcleo del cristianismo y de nuestro ser de cristianos.
La clave para entender las Bienaventuranzas está en las palabras, que Jesús dice:
Bienaventurados o felices, pobres de espíritu, Reino de Dios, que están en la 1ª B.
pero que, de un modo u otro, están en las otras 8, especialmente en esta última. 1.
Jesús mira a sus discípulos, que le siguen, y no puede menos felicitarlos; por ser
sus discípulos y por estar poniendo en Él toda su confianza. 2. Ser pobre de espíritu
(anawim) es justamente eso: estar consciente de que ante Dios se está desnudo,
confiando en Él y sólo en Él. Cualidad indispensable del discípulo de Cristo, que va
mucho más allá que el no tener o estar desasido de los bienes terrenos. 3. El Reino
de Dios (=de los cielos), es ya de ellos, porque lo tienen en anticipo con su modo
de vida, totalmente según Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)