Que la Palabra sea nuestro criterio de vida
06/08/2011
Evangelio
Del santo Evangelio según san Mateo 17, 1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de
éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevando. Ahí se transfiguró en su
presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías,
conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Seor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si
quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz
que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis
complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra,
llenos de gran temor. Jesús se acerc a ellos, los toc y les dijo: “Levántense y no
teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.
Mientras bajaban del monte, Jesús les orden: “No le cuenten a nadie lo que han
visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.
Oración introductoria
Señor, ¡qué maravillosa experiencia tuvieron Pedro, Santiago y Juan! Y qué
increíble es que ahora Tú me invitas a compartir esa vivencia en este momento de
oración. ¡Ven Espíritu Santo!
Petición
Señor, que sepa gozar de tu presencia.
Meditación
«A los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño: es la actitud
de quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la
lucha contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan "ver" la gloria
de Jesús. Entonces el ritmo se acelera: mientras Moisés y Elías se separan del
Maestro, Pedro habla y, mientras está hablando, una nube lo cubre a él y a los
otros discípulos con su sombra; es una nube, que, mientras cubre, revela la gloria
de Dios, como sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya
no pueden ver, pero los oídos pueden oír la voz que sale de la nube: "Este es mi
Hijo, el elegido; escuchadlo".
Los discípulos ya no están frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido
blanco, ni ante una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos está "Jesús
solo". Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, "Jesús
solo" es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos: es
lo que debe bastar en el camino. Él es la única voz que se debe escuchar, el único a
quien es preciso seguir, él que subiendo hacia Jerusalén dará la vida y un día
"transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo".
"Maestro, qué bien se está aquí": es la expresión de éxtasis de Pedro, que a
menudo se parece a nuestro deseo respecto de los consuelos del Señor. Pero la
Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son
puntos de llegada, sino luces que él nos da en la peregrinación terrena, para que
"Jesús solo" sea nuestra ley y su Palabra sea el criterio que guíe nuestra
existencia» (Benedicto XVI, 28 de febrero de 2010).
Reflexión apostólica
«El miembro del Regnum Christi ha de poner toda su alma y corazón para lograr
que la experiencia del amor de Cristo sea determinante en su vida. «Quien quiere
dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto –como nos dice el Señor– que
el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (Cf. Jn 7,
37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber
siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo
corazón traspasado brota el amor de Dios » Manual del miembro del Regnum Christi ,
n. 76).
Propósito
Me esforzaré por conocer más el Evangelio y estar atento a las inspiraciones del
Espíritu Santo para hacer el bien.
Diálogo con Cristo
Señor, concédeme el no quedarme aturdido ni dormido ante las innumerables
gracias con las que continuamente me manifiestas tu amor. Quiero seguir el estilo
de vida de tu Santísima Madre que supo contemplarte en silencio.
«Vivir siempre en el regazo de María y contemplar mi camino hacia Cristo asido
fuertemente de su mano maternal»
( Cristo al centro, n. 1542).