Ciclo A, 5º domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
En el evangelio del día de hoy, Jesús quiere completar las enseñanzas que
expresaba el pasado domingo pasado en el Sermón del Monte, las
Bienaventuranzas. Hoy lo hace por medio de dos parábolas: la sal y la luz. Todos
conocemos lo qué representan ambas cosas en la vida habitual de las personas.
Con la sal los alimentos tienen sabor y durabilidad; con la luz, natural o artificial,
podemos prolongar el día y realizar habitualmente nuestras funciones ordinarias. La
luz nos ilumina, nos orienta, nos da claridad para vivir.
El cristiano tiene que ser “sal” en el lugar habitual donde se desenvuelve: familia,
trabajo entorno social. Debe “condimentar” la sociedad. Debe sembrar los grandes
principios y valores humanos y cristianos: alegría, paz, optimismo, esperanza,
consuelo, amor. Nuestra “sal” no puede volverse “sosa” vencida por la resignación,
el pesimismo, la tristeza, la frustración. Nuestra vida, al estilo de la sal, purifica los
alimentos, perseverar, en estado dinámico y constante, el valor de nuestras
realizaciones personales.
El Señor también nos invita a ser luz. Luz interior que ayude a crecer en santidad
desde una profunda experiencia de Cristo y luz exterior que ilumine, irradie y se
expanda desde el ejemplo y testimonio de vida. La oscuridad y las tinieblas nos
llevan a la desolación y a la angustia; la luz resplandeciente se orienta a la
serenidad, la alegría y la paz.
Como vemos en el presente evangelio, el cristiano debe dar sabor y luz al mundo.
No por vanagloria, autosuficiencia o superioridad sino para que los demás, viendo
su actuación en el mundo, den gloria a Dios, reconozcan su presencia y actúen
según los designios divinos. “No se enciende una luz para ocultarla” sino para que
alumbre. Ser discípulo del Señor supone llevar la luz en el corazón, dejar que
penetre la luz divina y contagiar a los demás con nuestra claridad. La humildad, el
espíritu de las Bienaventuranzas, el fomento incansable del amor mutuo, serán
algunas de las pautas esenciales para sentirnos sal y luz en una sociedad cada vez
más necesitada de testimonios vivos de la presencia de Jesús en el mundo.
En un sector influyente de la sociedad secularizante y relativista, con cierta pérdida
de los valores cristianos, ser sal y luz nos garantiza el impulso y el fortalecimiento
de la fe desde el encuentro personal y testimonial de Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)