Ciclo A, 6º domingo del Tiempo Ordinario
Tito Romero, C.M.
El Congreso de nuestro país está tan desprestigiado que, aún faltando meses para
las elecciones, desde ya siento cierta culpabilidad por tener que escoger a alguien,
sabiendo que quizá termine siendo un otorongo más. Se supone que un candidato
al Congreso debe ser una persona preparada, con algo de cultura, que conozca la
realidad del país y de la sociedad, que tenga sensibilidad social, que tenga valores
morales y, además, que conozca de leyes, por cuanto se convertirá en legislador.
Actualmente es difícil encontrar todas estas cualidades en una sola persona. Pues
bien, leyendo el evangelio de de este domingo me he dado cuenta qué gran
congresista sería Jesús, porque cumple con todos los requisitos: conoce al ser
humano a la perfección porque intervino en su creación, conoce la sociedad porque
vivió en ella, vivió los valores cristianos mejor que nadie y, por último, ha
demostrado saber mucho de leyes.
El asunto legal es el tema central del evangelio de hoy. Nuevamente aparece Jesús
dando indicaciones a sus discípulos sobre cómo debe ser la vida cristiana. Así como
hoy existe mucha gente que cree que la vida cristiana se resume en la práctica de
una serie de normas, igual en la época de Jesús muchos judíos basaban su vida
religiosa en el estricto cumplimiento de leyes. Recordemos que en tiempos de
Moisés, los hebreos estuvieron convencidos de que Dios los había escogido como
pueblo y les había dado sus mandamientos para ordenar su convivencia. El pueblo,
por su parte, se había comprometido con Dios a cumplir estos mandamientos como
signo del amor y del respeto que le tenían, y en agradecimiento por haberlos
escogido como pueblo suyo. Vistos así, los mandamientos fueron una especie de
concretización en forma de leyes del amor que Dios le tenía a su pueblo y que el
pueblo le tenía a Dios. Sin embargo, con el tiempo el verdadero sentido de los
mandamientos se fue desvirtuando, debido a que los “legisladores” de la época (los
escribas y los fariseos), inventaron cientos de leyes más, muchas de ellas ridículas,
que no se basaban en el amor a Dios sino en la propia conveniencia (Cf. Mc 7,1-
13). Poco a poco la religión judía se fue convirtiendo en un compendio de normas, y
se pasó a considerar una persona religiosa a quien cumplía fielmente las leyes más
que a quien demostraba amor a Dios.
Cuando Jesús entra en la vida pública de su pueblo, se encuentra con esta realidad:
la religión basada en la práctica legal y no en el amor a Dios. Cualquiera que
estuviese escuchando el discurso de Jesús hubiese pensado que iba a proponer la
disolución de todo precepto, sin embargo Jesús aclara su intención: “No piensen
que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento.” (Mt 5,17). Lo que Jesús pretende, entonces, no es suprimir los
mandamientos, sino devolverles su sentido original. Y el sentido original de los
mandamientos, desde la época de Moisés, es el amor a Dios y a sus cosas.
Para Jesús, el amor es la base de todo respeto a Dios y de toda buena convivencia
entre hermanos. A la persona que ama de verdad no hace falta decirle lo que tiene
que hacer, sino que ella lo hará espontáneamente porque el amor que tiene la
impulsa y le hará buscar siempre el bienestar de sus hermanos. De la misma
manera, por ejemplo, a una persona que ama a Dios y al prójimo no hace falta que
le digan “no mates”; quizá esta norma le parecerá muy grande todavía, porque el
amor que siente la llevará incluso a tratar de no pelearse con sus hermanos (Cf. Mt
5,21-22). El que ama a Dios y a su prójimo no esperará “cometer adulterio” para
considerarse pecador, sino que la simple mirada con deseo a otra persona le
parecerá un acto pecaminoso (Cf. Mt 5,27-28). Quien tenga amor por Dios y por
sus cosas no necesitará “jurar por Dios” para buscar que su argumento sea creíble,
sino que tratará de vivir coherentemente, de manera que le baste solo decir “sí” o
“no” para que los demás crean en él (Cf. Mt 5,33-37).
En este discurso Jesús ha demostrado que sabe más de leyes que cualquier
congresista. Jesús conoce el corazón de la Ley, el amor, y sabe para qué sirven las
leyes: para ordenar la convivencia de toda la sociedad y buscar el bienestar de
todos. Si todas la leyes que existen hoy en nuestra sociedad se basaran en el amor
y buscaran solo el bien común, viviríamos en otro tipo de sociedad, más justa, más
equitativa, menos corrupta. Pero no, en los últimos años hemos sido testigos de la
creación de leyes que solo benefician a un grupo de gente, otras que buscan librar
a algunos de crímenes cometidos, y otras que simplemente carecen de todo
fundamento caritativo. Por eso es que siento culpa anticipada por las elecciones que
se vienen. Cómo desearía que Jesús, que ha demostrado ser un buen legislador,
postule al Congreso. Sin dudarlo votaría por él. Lo que me queda es buscar a
aquella persona que postule y que se parezca un poco a él. ¿Encontraré?
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)