SOMOS SERES COMUNITARIOS
(DOMINGO XXIII T.O. Ciclo A)
4 septiembre 2005
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso,
llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de
dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y, si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano..." (Mt 18,15-
20)
No sé si caemos en la cuenta de lo que se nos dice en este texto. En el fondo de su
enseñanza, está la importancia y el valor de la comunidad. Hasta el punto de
convertirse en la piedra de toque para saber si alguien es o no creyente, o, por el
contrario, pagano y publicano.
Seguro que esto extraña a más de uno. Hoy, nuestra sensibilidad parece ir en otra
dirección. Es la nuestra una época esencialmente individualista. Eso de ir a lo
nuestro, de hacer lo que cada uno quiera, de buscar lo que me interesa o apetece...
eso de esgrimir el derecho que cada uno tenemos a hacer, prácticamente en todos
los campos, lo que queramos sin tener que dar cuenta a nadie... es lo que se lleva
y lo que proclamamos casi todos a todos los vientos. Y así vivimos: con lo mío,
hago lo que quiero; cada uno, con su cuerpo, hace lo que quiere; yo tengo derecho
a ser feliz...
En el fondo, se trabaja con la convicción de que cada uno de nosotros somos
completamente independientes y nos valemos por nosotros mismos, sin necesitar
para nada de los demás. Y, por eso mismo, pensamos que lo que hagamos o
dejemos de hacer no repercute para nada en los demás: se queda en nosotros y
nos ayuda o perjudica a cada uno de nosotros.
El Evangelio de hoy nos abre a la comunidad y a la comunitariedad. Si no tuviera
nada que ver nuestra vida con la comunidad (con los demás), ¿por qué tendría que
intervenir la comunidad en las acciones de cada uno? ¿Es tan difícil ver que, al estar
como estamos tan estrechamente relacionados unos con otros, lo que hagamos o
dejemos de hacer, para bien o para mal, afecta en los otros. ¿Es tan difícil entender
esto? Todo grupo es "bueno" o "malo" en la medida en que lo sean todos y cada
uno de sus miembros. Si uno es generoso, en él, su grupo gana en generosidad. O,
por el contrario, si uno es egoísta, en él, su grupo avanza en egoísmo. Y, si esas
actitudes, positivas o negativas, se dan en más de un miembro del grupo, éste
suma y aumenta su bondad o su maldad.
De ahí se deriva que, por nuestras actitudes y comportamientos no adecuados,
debamos reconocerlo ante la comunidad y pedirle perdón. (Desde aquí se entiende
muy bien por ejemplo, el sacramento de la confesión.)
También hay que descubrir que la comunidad nos ayuda a ser mejores en todos los
sentidos. Aunque esto suponga, a veces, tener que negarnos en algunas cosas. Eso
mismo hace que pongamos en juego actitudes que, de otro modo, se nos quedarían
inéditas, y seríamos, por eso, menos completos y menos ricos como personas.
Piénsalo. ¿Eres una persona para la que tiene importancia la comunidad, es decir,
los otros? Para responderte, mira si te complicas a favor de los demás, y hasta qué
punto; mira si te dejas exigir por los demás, y vives tratando de respetarlos y de
ayudarlos...
El otro no es tu enemigo, sino tu complemento. Aunque su presencia te marque
algunos límites: lo que, a la misma vez, te estará obligando a poner en juego una
serie de actitudes que son muy positivas.
Miguel Esparza Fernández