Ciclo A. Solemnidad. Santísima Trinidad
Mario Yépez, C.M.
Quién no recuerda que cuando pequeños, lo primero que aprendimos de nuestros
padres sobre Dios, fue el santiguarnos. Allí empezamos nuestro dialogo con el Dios
Trinidad. Estamos ante este Dios que es misterio, porque no podríamos nunca
abarcarlo plenamente, pero que jamás se opondría a que lo busquemos, a que
dialoguemos con Él y a que venga a morar en nosotros; y que la teología nos ayuda
a saber marcar esa diferencia esencial con relación a sus criaturas, pero también a
hacernos más conscientes de la oportunidad que tenemos de conocer su
manifestación de amor para con nosotros: su salvación. Sin duda, en el Antiguo
Testamento, en este acercamiento al Dios que se revela como liberador del pueblo
de Israel, el sumo respeto a Dios queda expresado en la teología de la santidad de
Dios, en donde “nadie podía mirar a Dios y quedar vivo” y alusiones de este tipo,
pero también vemos notando una notable evolución del pensamiento religioso con
los encuentros de Dios con Moisés. Dios se vale de personas también para dar a
conocer sus designios y los signos hablan de su presencia como la nube que relata
el libro del éxodo. Es este Dios que es alabado eternamente por sus criaturas y
recogido en la literatura bíblica y que ha brotado de experiencias de fe en la historia
de los hombres. Este Dios que se ha manifestado plenamente en la misión de
Jesucristo, su Hijo, revelando el amor entrañable del Padre que quiere salvar al
hombre del pecado. Pablo lo ha asumido de tal manera que perfectamente lo refiere
como un hermoso saludo o más aún, un deseo de bendición, recogido en sus cartas
para sus hermanos cristianos. Hoy la Liturgia nos invita a adorar al Dios amor que
se ha revelado como comunidad y que quiere que acojamos su salvación.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)