Ciclo A. Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Mario Yépez, C.M.
Yo creo que Jesús está presente en el altar y me uno a la Iglesia que dedica este
día a contemplarlo como pueblo que camina necesitado de Dios y que éste se nos
manifiesta en el misterio de la Eucaristía. ¡Qué más necesitamos para convencernos
de la cercanía de Dios y de su bendición! En medio de tantas discusiones sobre la
manera cómo nos relacionamos con Dios surge para nosotros este sagrado Misterio,
expresado en la humildad de los dones presentados por los fieles en la misa y que
se transforman por acción del Espíritu en la presencia real de Cristo. Debemos
superar las incongruencias como católicos y abrir categóricamente nuestro corazón
a quien se ha dignado quedarse en medio de nosotros. Temo decir algo que es una
verdad que duele: no estamos aún convencidos de la presencia de Cristo en la
Eucaristía. Si realmente lo sintiéramos así, ¿cómo podríamos faltar a esta cita
importante? ¿qué tiempo le damos para buscarlo en la adoración del Santísimo en
nuestras comunidades parroquiales? ¿Por qué no nos acercamos frecuentemente a
comulgar? Es cierto que no debemos faltar el respeto a la eucaristía y que es
necesario estar en gracia para poder recibirlo; pero no hagamos de ello una
justificación vana para no comulgar porque la Iglesia nos propone el medio para
acceder a la comunión. ¡Es Cristo! ¿Es que no queremos estar unidos a él? Dejemos
atrás la soberbia, dejemos atrás nuestro pesimismo, dejemos atrás nuestra
indiferencia, dejemos atrás nuestra vergüenza. Es un misterio tan grande y a la vez
tan pequeño. Si tanto cuestionan los llamados ateos o agnósticos las efigies
colosales o imágenes de Cristo o todo signo que nos hable del “gran Jesús de
Nazaret”, pstrate ante la humildad de un pequeo pan que encierra la presencia
del Todopoderoso. Tal vez no lo hagan porque también encontrarán razones para
negarlo, mientras, quienes creemos firmemente en este misterio de amor nos
postraremos ante el Dios que nunca quiere abandonarnos. Hace poco recordábamos
las palabras del Beato Juan Pablo II: “hambre de pan, no; hambre de Dios, sí”.
Pues hagamos realidad eso en nuestras vidas como comunidad. Sintamos la
necesidad de Dios y busquémoslo con ahínco.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)