Ciclo A. 14º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mario Yépez, C.M.
Estamos ante un Dios tan poderoso, tan extraordinario; pero a la vez tan sencillo,
tan cercano. Esta es la gran contradicción a la que nos lleva Jesús, el Hijo de Dios,
el Salvador del mundo que nos revela el rostro misericordioso del Padre. El profeta
Zacarías ejerce su ministerio en el contexto de la vuelta del destierro, tiempo donde
era necesario infundir esperanza para reconstruir la vida del pueblo judío. Es el
tiempo de volver a poner la confianza en el “Dios de los padres”, brotando así la
esperanza en el Mesías, llamado a devolver el poder de los hijos de Israel sobre las
naciones paganas. Pero ya la lección debía ser aprendida. El poder de Dios se
trasluce en la humildad de sus siervos. Está latente el peligro de olvidar las proezas
de Dios y ensalzar la figura del líder. Por ello, el que dará ejemplo de liderazgo será
el propio Mesías, aquel rey que viene a Jerusalén montado no sobre un caballo sino
un pollino. Por ello, también Pablo ayudará en este reflexión al distinguir
claramente cómo debemos dejarnos transformar por el Espíritu de Dios y que, en
definitiva, es quien nos impulsa a estar unidos a Dios. La vida espiritual sostiene a
nuestra vida natural y por ello, es necesario el discernimiento para que nuestros
impulsos humanos sean siempre ordenados y orientados según el espíritu. Así, la
humildad siempre estará por encima del abuso del poder aunque para este mundo
resulta más efectivo lo contrario. Jesús en el evangelio viene a confirmar lo dicho:
“las cosas de Dios reveladas a la gente sencilla”. Nuestro mundo vive de lo
espectacular y eso solo queda en el impacto visual, en lo superficial. Mientras que
Dios se va revelando en lo sencillo y para los sencillos. La tregua ante el duro
trabajo de todos los días, con sus preocupaciones es Cristo. ¿No sentimos que
cuando fijamos nuestra atención en las cosas de este mundo pareciera que nos
causara gran satisfacción, pero luego nos invade una sensación de vacío y se
agranda más la necesidad de satisfacción? Descarga ese peso muerto; ya tienes
quién te puede ayudar. Llena ese vacío de tu vida con Dios. Dios es un Misterio que
nunca lo abarcaremos, pero sí hay algo cierto: cuando crucemos el umbral de la
muerte con la firme esperanza en él, llegaremos a esa plenitud tan anisada, que
recién comprenderemos, por qué hemos pasado lo que hemos vivido. Confiemos en
quién nos da el yugo llevadero.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)