Ciclo A. 15º Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos:
Lo mejor que tiene la Parábola del Sembrador (Mt 13, 1-23) es que la explica el
mismo Jesús. Dando por sobrentendido que el Sembrador es Dios (y Jesús y tú y
yo), que la semilla es la Palabra de Dios (el Reino de Dios, un buen ejemplo, una
sonrisa, etc.), y los terrenos las personas, Jesús se pone a hablar de cuatro clases
de terrenos (personas, familias e Instituciones), en las que cae la semilla. Cómo
son esos terrenos y cómo la acogen. Da también por supuesto que la semilla es
buena y el sembrador es también bueno, además de conocedor de su oficio y
esforzado. (Entre paréntesis, uno se pregunta si en nuestro caso no es dar por
supuesto demasiado, pues de hecho muchas veces sembramos cizaña en vez de
buen trigo y a veces no somos tan buenos ni tan conocedores del oficio ni tan
esforzados).
En relación con la siembra de la Palabra de Dios (el Reino de Dios, la fe, etc.), Jesús
habla de cuatro clases de terrenos: los que son caminitos transitados por los que
todos pasan, los terrenos pedregosos , los llenos de espinos y los de tierra
buena . Que corresponden respectivamente a las personas “superficiales” (en
las que las semillas se las comen los pájaros (el Maligno) antes de que penetren;
las “áridas” (por su inconsistencia e inconstancia en el obrar); las “preocupadas”
(por los afanes y las seducciones de la vida) y “las buenas” (que dan fruto del 30,
60 ó 100 %). No habla de los terrenos pura roca o graníticos (ateos y agnósticos
militantes), que no sólo no acogen la Palabra de Dios sino que la rechazan y
maldicen.
Clasificar los terrenos y señalar las personas que los representan puede parecer
interesante, pero lo que realmente interesa es saber el fruto que pueden dar. En
cantidad y calidad. Porque la Palabra de Dios sembrada no puede no dar
fruto . ¿Cuál es el fruto que el Señor espera que demos ? Por sus frutos los
conocerán, dice el Señor en otra parte (Mt 7,16). No bastan las buenas palabras e
intenciones. Tenemos que dar frutos buenos, abundantes y duraderos. Como los
llamados frutos del Espíritu Santo (Gal 5, 22-23). Pero sobre todo, tenemos que
buscar el Reino de Dios y su justicia, construir el Reino de Dios, pese a todo. Y
hacer que la fe venza a la incredulidad y que arraigue y profundice, no obstante las
dificultades y las vicisitudes por las que tenga que pasar.
Ciertamente la Palabra de Dios que es la semilla que el sembrador siembra es ante
todo Jesucristo. Conocerlo, amarlo y hacerlo crecer en nosotros; así como darlo a
conocer a los demás para que crezca en ellos y cambie sus vidas, es el fruto que se
espera de nosotros. Palabra de Vida pero también las palabras de la Palabra…
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)