Solemnidad de la Asunción de María Santísima al cielo.
La Asunción de Nuestra Señora al cielo.
Estimados hermanos y amigos:
La Solemnidad de la Asunción de María al cielo, aunque tiene la finalidad de
hacernos anhelar el hecho de vivir en la presencia de nuestro Padre común, siendo
purificados de nuestros pecados, y libres de las dificultades que nos caracterizan, es
un tema muy polémico, porque la Asunción de Nuestra Señora no aparece descrita
ni mencionada en la Biblia explícitamente, lo cual tiene el efecto de que muchos
católicos se muestren disconformes con la celebración de la misma, y de que los
miembros de muchas sectas la aprovechen, para acusarnos a los católicos de
manipular la Biblia, con el fin de seguir extendiendo nuestras supuestas mentiras
por el mundo.
Si la Asunción de Nuestra Señora no aparece descrita en la Biblia, ¿por qué la
celebramos los católicos?
Jesús les dijo a sus Apóstoles durante la celebración de la última Cena:
"Tendría que deciros muchas cosas más, pero no podríais entenderlas ahora.
Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará para que podáis entender la
verdad completa. No hablará por su propia cuenta, sino que dirá únicamente lo que
ha oído y os anunciará las cosas que han de suceder" (JN. 16, 12-13).
¿Por qué no estaban los Apóstoles de nuestro Salvador en condiciones de
comprender el mensaje que Jesús quería transmitirles plenamente?
Los citados seguidores de nuestro Señor no podían comprender cómo el Hijo del
Dios Todopoderoso se iba a dejar asesinar. Los Apóstoles de nuestro Salvador, en
vez de comprender la humildad de su Maestro, podían pensar que su Señor iba a
ceder ante una debilidad humana que en realidad sabían bien que no lo
caracterizaba en absoluto, lo cual los tenía sumidos en un grave estado de
confusión.
Ya que los Apóstoles de nuestro Salvador no fueron henchidos de los dones del
Espíritu Santo hasta el día de Pentecostés, sus mentes no estaban preparadas para
abarcar el mensaje que Jesús quería transmitirles plenamente.
¿Concluyeron las revelaciones que Dios nos hizo cuando San Juan Evangelista
terminó de escribir el Apocalipsis, -es decir, el último libro de la Biblia-, o ha
seguido Dios revelándoseles a sus hijos durante los últimos diecinueve siglos?
La Iglesia siempre ha venerado a María, lo cual no significa que la ha adorado
como dicen muchos de sus detractores, sino que ha sabido reconocerle su dignidad
de Teothocos (Madre de Dios). De la misma manera que los Apóstoles de nuestro
Señor no podían abarcar el significado del mensaje que Jesús les quería transmitir
plenamente, la Iglesia, sin modificar la Palabra ni la interpretación del designio
divino de salvarnos, nos ilumina a través del paso de los siglos para que no
perdamos la fe, porque, según la fe que profesamos, su Magisterio interpreta la
Biblia bajo la inspiración del Espíritu Santo, lo cual hace que dicha interpretación
sea infalible.
¿Era conveniente en el siglo primero conmemorar los cuatro dogmas marianos
que celebramos en la actualidad?
Este hecho hubiera sido perjudicial para la fe que profesamos, porque, los
creyentes poco formados en el conocimiento de la Biblia, hubieran confundido a
Nuestra Señora con la diosa griega Isis, lo cual hubiera tenido la consecuencia de
que su fe se hubiera reducido a la práctica de ritos griegos y cristianos, lo cual
habría tenido el efecto de que, dicha fe, no hubiera sido conforme a la voluntad del
Dios Uno y Trino.
Una vez desaparecido el culto a Isis, ¿qué hecho nos impide venerar a Nuestra
Santa Madre?
Quienes sostienen la creencia de que el Espíritu Santo no es una Persona, sino la
fuerza activa de Dios, utilizan Jn. 16, 13, para afirmar que, si el Espíritu Santo no
actúa por su propia cuenta, ello significa que, efectivamente, el Paráclito no es una
Persona responsable de sus actos, sino la fuerza divina que ellos creen.
Cuando Jesús les dijo a sus amigos íntimos que el Espíritu Santo no nos habla por
su propia cuenta, sino que nos comunicará lo que les ha oído tanto al Padre como a
El, ello significa que el Espíritu Santo no nos comunica una doctrina que le es
exclusiva, pues la misma es tanto del Padre, como del Hijo y del Paráclito.
Aunque la Asunción de Nuestra Santa Madre no se describe en la Biblia, las
Sagradas Escrituras no niegan la misma. Si la Biblia no niega el hecho de que María
Santísima haya sido asunta al cielo, y nuestra razón humana nos hace comprender
que existen razones de peso como para que ello haya sucedido, no tenemos
ninguna razón convincente que nos impida celebrar la Solemnidad cuyo recuerdo
nos colma el alma de dicha este día.
¿Existe alguna verdad de fe, -aparte de la Asunción de María Santísima-, que no
se describa en la Biblia?
Aunque en la Biblia no se nos describe a Dios como Trinidad Beatísima, al meditar
las Sagradas Escrituras en su conjunto, nuestra razón humana, nos hace
comprender, que tanto el Padre, el Hijo como el Espíritu Santo, aunque son tres
Personas diferentes entre sí, comparten la Deidad, de la misma manera que, -por
citar un ejemplo os digo esto-, los conocedores de la Numerología Simétrica, saben
que, la unidad, la bondad y la belleza, constituyen el núcleo de la felicidad a que
aspiramos.
Existen razones de peso para que María se nos haya anticipado en su vivencia de
la dicha que esperamos alcanzar cuando seamos purificados y la humanidad
reconozca a Jesucristo como Rey y al anciano de días del Apocalipsis (a Dios Padre)
como progenitor. Recordemos las palabras que Jesús les dirigió a sus seguidores en
el Templo jerosolimitano:
"Vosotros, en cambio, no os hagáis llamar "maestros", porque vuestro único
maestro es Cristo. Vosotros sois hermanos unos de otros. Ni tampoco llaméis
"padre" a nadie en este mundo, porque vuestro único padre es el que está en el
cielo. Ni tampoco os hagáis llamar "preceptores", porque vuestro único preceptor es
Cristo. El más grande entre vosotros es aquel que está dispuesto a servir a los
demás" (MT. 23, 8-11).
Jesús no pretende impedirnos que llamemos "papá" a nuestros padres, ni que
llamemos "padre" a nuestro sacerdote porque le respetamos hasta aceptar sus
enseñanzas y consejos aunque a veces no le comprendamos porque estamos
seguros de que quiere lo mejor para nosotros, ni que les agradezcamos lo que han
hecho por nosotros a todos los que, desde sus puestos de responsabilidad, han
sabido servirnos admirablemente. Lo que Jesús les dice a quienes ostentan el
poder, -independientemente de que dicho poder sea religioso o político-, es que no
lo utilicen para hacerse adorar por nadie, pues ello es pecaminoso, porque Dios no
quiere que adoremos a nadie más que a El.
Otra verdad revelada en la Biblia implícitamente, -es decir, que indirectamente ha
sido anunciada, aunque no narrada-, es el dogma de la Inmaculada Concepción de
Nuestra Santa Madre. En la Biblia no existe ningún versículo en que se afirme que
la Madre de Jesús nació sin estar marcada por la mácula -o mancha- del pecado
original, pero ello es fácil de deducir, porque la hija de los Santos Joaquín y Ana es
Madre de Dios, y, al estudiar la Sagrada Biblia, comprobamos que, todas las
personas y cosas que pertenecen a Dios, no pueden estar relacionadas con el
pecado, pues, de estarlo, no pertenecen a nuestro Padre común.
Recordemos que, aunque en la Biblia se nos insta a creer que somos miembros
del pueblo de Dios, aún corremos el riesgo de perder ese don celestial, si nos
dejamos seducir por el mal, porque, si amamos la impureza, -la maldad-, no
podemos considerarnos hijos de Dios. Recordemos que, a pesar de que Dios es
amor (CF. 1 JN. 4, 8), ello no significa que su justicia no se ejecutará a su tiempo,
pues una cosa es que se nos perdonen los pecados, y otra cosa es el deber que
tenemos de pagar el daño que les hemos causado a nuestros prójimos los hombres,
el mal que nos hemos hecho, y las ofensas que hemos proferido contra el Dios Uno
y Trino.
Los símbolos expuestos en los libros de la Biblia son interpretados de muchas
formas. Cada religión de las muchas que existen tiene su propia interpretación de
los citados signos. ES bueno recordar que los símbolos bíblicos tenían una
interpretación que sin duda conocían perfectamente aquellos para quienes fueron
escritos inicialmente, cuando sus autores no podían imaginar que sus escritos
tendrían alcance universal, y que, a través de la Hermenéutica (el estudio de la
Biblia, tanto desde el punto de vista científico como desde la óptica religiosa),
podemos utilizar dichos símbolos, para extraer enseñanzas útiles para nosotros. Si
los símbolos bíblicos no tienen utilidad para aportarles enseñanzas útiles a los
creyentes de un determinado tiempo, pierden su valor para los mismos.
Personalmente, le doy un voto de confianza a la Iglesia a la hora de interpretar
los símbolos bíblicos, pues, aunque la exactitud de la interpretación católica de los
mismos no se puede demostrar científicamente, porque pertenece al campo de la
fe, la fundación de Cristo, si bien les da a los citados símbolos interpretaciones
adecuadas a los tiempos y circunstancias históricas en que predica la Palabra de
Dios, no cambia radicalmente el sentido de los mismos, como han hecho los líderes
de algunas sectas, cuando, por ejemplo, sus predicciones del fin del mundo han
fracasado estrepitosamente, o, al morir unos líderes, otros les han sustituido,
aportándoles a sus creyentes sus creencias, amparándose en la excusa de que
actúan bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Recordemos la interpretación que la Iglesia hace de GN. 3, 15, el versículo
bíblico, en cuyas palabras, se nos descubre el misterioso dogma de la Inmaculada
Concepción de Nuestra Señora.
Dios le dijo a la serpiente que engañó a Eva, para que tanto Adán como ella
comieran del fruto prohibido, -es decir, para que se revelaran contra Dios-:
"Enemistad pondré entre ti y la mujer,
y entre tu linaje y su linaje:
él te pisará la cabeza
mientras acechas tu su calcañar" (GN. 3, 15).
Según GN. 3, 20, Adán llamó a su mujer Eva, porque ella sería la madre de los
vivientes. La serpiente mencionada en el citado versículo del Génesis es el demonio
o Satanás. Dado que el demonio se interpuso entre Dios y la mujer para impedir
que el Creador del universo cumpliera su propósito de hacernos felices viviendo en
su presencia por envidia, es normal el hecho de pensar que habrían de existir
hostilidades entre el linaje de la mujer (la parte de la humanidad que acepta a Dios
como Padre) y la descendencia del demonio (los ángeles rebeldes a Dios y la parte
de la humanidad que, conociendo a nuestro Padre común, le rechaza).
¿Hubiera podido Eva, después de cometer el pecado original desligándose de Dios
por su carencia de pureza, ser la Madre de la humanidad redimida por Jesús en la
cruz? Ello no sería acepto por Dios, porque, tanto las personas como las cosas que
le pertenecen definitivamente, deben ser puras, porque, nuestro Creador es amor,
pero también es justicia.
Si Eva no puede ser la Madre que ha de ser para la humanidad redimida un signo
de pureza, ¿quién pudo sustituir a nuestra antepasada común? Está claro que la
Madre de la humanidad redimida es María de Nazaret, la mujer de quien los
católicos, aunque ello no se afirma en la Biblia explícitamente, tenemos razones
para creer que nació sin estar marcada por la mácula del pecado de origen.
¿Podemos los cristianos aplastarle la cabeza al demonio, mientras él acecha
nuestro tobillo para mordérnoslo? Aunque Dios nos acepta como hijos si a pesar de
nuestra imperfección cumplimos su voluntad dentro de nuestras posibilidades, por
causa de nuestra imperfección, estamos incapacitados para tener un papel
relevante en la redención de la humanidad.
Aunque nosotros no podemos redimirnos, Jesús, por su perfección, mediante su
Pasión, muerte y Resurrección, pudo demostrarnos el amor del Padre para con
nosotros, y su sacrificio fue acepto por Dios. Si Adán siendo semiperfecto
desobedeció a Dios, solo el Hombre perfecto Jesús tenía la virtud necesaria para
redimirnos, porque, por no tener como suyo nada que sea imperfecto, Dios no
hubiera consentido que ningún redentor imperfecto se hubiera sacrificado para
santificar a los pecadores, pues solo aceptó a un Santo Redentor, para que
purificara a quienes creían que no merecían el perdón divino.
Si María Santísima no hubiera nacido con el privilegio de no estar marcada por la
mácula del pecado original, por causa de su carencia de perfección, no hubiera
podido dar a luz al Hombre perfecto que pudo aplastarle la cabeza al demonio,
aunque para ello se tuvo que dejar morder el tobillo, -es decir, Jesús derrotó a
Satanás en el sentido de que el diablo no podrá impedir la realización del designio
de nuestra redención y salvación, lo cual le costaron los padecimientos de su Pasión
y muerte-.
Si María nació sin estar marcada por la mácula del pecado original, -es decir, la
tendencia que nos arrastra irremediablemente a desobedecer a Dios-, ello nos hace
comprender que Nuestra Santa Madre nunca sucumbió al pecado.
Si la Madre del Señor Jesús jamás pecó, ¿qué hecho le impide permanecer tal
cual seremos cuando resucitemos al final de los tiempos, cuando la tierra sea el
Reino de Dios, en la presencia del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?
Además, si María sufrió por Jesús desde el mismo instante en que estuvo en
estado de gestación, temiendo que José la denunciara por haberle sido infiel, y
compartió todos los padecimientos de nuestro Salvador, ¿qué le impide compartir la
gloria del Mesías?
Los dogmas marianos no son aceptados por los católicos porque los Papas nos los
han impuesto como afirman muchos detractores de la Iglesia e incluso católicos
poco formados en la fe que profesamos, pues, después de haber sido meditados
durante muchos siglos por los teólogos, se hace necesario hacer de los mismos
verdades de fe irrebatibles, no por imposición, sino porque Dios quiere que ello
suceda.
¿Por qué es la Madre de Jesús la nueva Eva perfecta en cuyo estado de creyente
resucitada ciframos nuestra esperanza del futuro?
María de Nazaret no es una creyente en quien se ha manifestado alguna gracia o
cualidad divina, sino que es la llena de gracia, según palabras del Arcángel San
Gabriel, pronunciadas en el pasaje de la Anunciación:
""Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"" (CF. LC. 1, 28).
Para definir la gracia divina en pocas y concisas palabras, podemos decir que la
misma es la gratuidad con que Dios nos ama, y, una vez la aceptamos, se convierte
en nuestro servicio desinteresado al Dios Uno y Trino en nuestros prójimos los
hombres.
María es llena de gracia porque en su persona se manifestaron admirablemente
los dones divinos al nacer sin estar marcada por la mácula del pecado de origen, y
le prestó a Dios un gran servicio, al convertirse en la Madre, no solo de su Hijo, sino
de su pueblo peregrino y triunfante.
Dios le concedió a María de Nazaret la gracia de nacer sin pecado original, la
gracia que la hizo Santa, y la gracia de ser su Madre, junto a la gracia de pasar por
la muerte, una muerte que no fue consecuente de sus pecados, sino un abrir y
cerrar de ojos, que cambió la vida en que le probó a Dios su fidelidad entre intensos
sufrimientos, por una vida de felicidad sin fin, en la presencia del Dios Uno y Trino.
San Pablo les escribió a los cristianos de Roma:
"Porque el salario que ofrece el pecado es la muerte, mientras que Dios ofrece
como regalo la vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro" (ROM. 6, 23).
Al haber nacido sin estar marcada por el pecado original, y al haber evitado la
comisión de pecados personales, María Santísima experimentó la muerte, pero su
cuerpo no se corrompió en el sepulcro, porque fue asunta a la presencia del Dios
Uno y Trino.
El hecho de que María fue llena de todas las gracias divinas, se constata en las
palabras que le dirigió su parienta Elisabeth, en el pasaje de la Visitación.
"Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (CF. LC. 1, 42).
Sabemos que, a partir de la década de los sesenta del siglo pasado, la difusión de
un Catolicismo muy cristocéntrico, disminuyó notablemente la devoción de muchos
creyentes a María Santísima, porque, el hecho de vivir en un mundo que progresa a
una velocidad vertiginosa, en que la ciencia alcanza cada día una mayor aceptación,
coarta la creencia en las revelaciones o apariciones de nuestro Señor, de su Santa
Madre y de otros Santos. Aunque cada día nos cuesta más creer en los milagros, -
hay quienes dicen que los milagros que Jesús hizo no eran reales, sino símbolos
que fortalecían la credulidad de sus oyentes en su predicación-, los católicos
seguimos profesando la misma fe que hemos profesado siempre, así pues, la
Asunción de Nuestra Señora al cielo es milagrosa, y es esperanzadora para nuestra
fe, porque, en el Catecismo de la Iglesia, leemos:
"“Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado
original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y
elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más
plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte”
(LG 59; cf. la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen
María por el Papa Pío XII en 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen
constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una
anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado el
mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que
concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la
muerte (Liturgia bizantina, Tropario de la fiesta de la Dormición [15 de agosto])"
(CIC. 966).
Para nosotros, la Asunción de la Virgen al cielo es muy importante, porque, si la
Madre de la Iglesia ha resucitado, y vive con el corazón henchido de gozo en la
presencia del Dios Uno y Trino, algún día, también viviremos junto a ella en su
estado de creyente resucitada.
Por nuestra fe sabemos que en la presencia de Dios viven muchos Santos
espiritualmente, independientemente de que la Iglesia los venere como tales,
porque muchos de ellos son desconocidos para el común de los creyentes de todos
los tiempos, porque vivieron una vida de fe sencilla, por lo que no destacaron en el
mundo. Nuestra Santa Madre se diferencia de tales Santos, en que ella ha
resucitado de entre los muertos, mientras que los citados creyentes serán
resucitados al final de los tiempos.
Juan Pablo II dijo en la Audiencia General del 9/07/1997:
"El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después
de su muerte. En efecto, mientras que para los demás hombres la resurrección de
los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo
se anticipó por singular privilegio".