Comentario al evangelio del Miércoles 17 de Agosto del 2011
Queridos amigos y amigas:
Cuando leo esta lectura del Evangelio de los jornaleros siempre me pregunto: ¿cuánto sería entonces
un denario? ¿El amo de la viña pagó de más a los últimos o de menos a los primeros? Porque con
nuestra lógica mercantil tuvo que pasar algo de eso: o racaneó con unos o se pasó de generoso con los
otros.
Probablemente ese tipo de razonamiento es el que el propio Jesús quiere desmontar con la parábola.
Para Dios no hay “contratos” ni “intercambios mercantiles”. Para Dios hay cariño, y Él siempre quiere
totalmente, infinitamente, a todos, independientemente de las “horas” que hayan trabajado en la viña.
Entonces viene lo de siempre: ¿para qué trabajar todo el día si vas a cobrar lo mismo? O lo que es
igual: ¿para qué “ser bueno” toda la vida si basta con serlo al final?
La respuesta es tan simple como ilógica desde el punto de vista humano. Todos sabemos por
experiencia que los que consiguen seguir a Jesús más de cerca, los que más enfrascados están en el
trabajo de la viña, son mucho más felices, tienen su vida en manos de Dios y ello les da una
perspectiva, una seguridad, una esperanza, una fortaleza frente a las dificultades, una capacidad de
disfrutar de las cosas pequeñas, un grado de satisfacción íntima y, como decíamos, una mayor cercanía
a la auténtica Felicidad, que hace que sin duda merezca la pena “contratarse” lo antes posible y
disfrutar de la vida de Dios con mayor la intensidad que nuestra frágil naturaleza nos permita.
Manolo Tamargo, cmf
Manolo Tamargo, cmf