XXI DOMINGO ORDINARIO
(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-26; Mateo 16:13-20)
Sócrates vivió en Atenas cuatrocientos años antes de Cristo. Como Jesús Sócrates
no nos dejó ningún escrito existente. Sin embargo, otra vez como Jesús, fue el
maestro más célebre de su época. Se aprovechaba de un método de pedagogía que
ahora lleva su nombre. El “método socrático” persigue el conocimiento por hacer
varias preguntas del objeto eliminando lo que no sigue bien hasta que llegue a la
verdad. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo una pregunta que nos
conduce a la verdad de verdades.
Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen que soy yo?” No es un joven
inseguro de su parentesco. Ni quiere probar a sus seguidores del entendimiento
para su mensaje. No, su propósito es para enseñarles ambas su identidad y su
misión. Es como el entrenador que enfatiza los básicos por llegar a la práctica con
balón en mano preguntando, “¿Qué es esto?”
Hoy en día nosotros seguimos preguntando: ¿quién es Jesús? Además de decir que
fue un maestro judío, que vivió en Galilea hace dos mil años, y que fue crucificado
por los romanos, podemos delinear varias maneras para describir su impacto a la
humanidad. Aquí vamos a nombrar tres que corresponden a tendencias
significantes en nuestros tiempos. Primero, del punto de vista personalista Jesús es
uno de los hombres más coherentes de la historia. Predicaba el amor al prójimo y
murió defendiendo la causa. Nunca traicionó sus valores. Segundo, de la
perspectiva egoísta Jesús es uno de los más ilusos que se puede imaginar. No sólo
murió en la pobreza y de edad tierna sino inspiró a miles de millones de personas a
vivir sujetando sus impulsos más creativos a una fantasía comunal. Tercero, de la
mirada humanista-religiosa Jesús es el Dios-hombre que anunció el reino de los
cielos a la gente como motivo para arrepentirse de sus pecados. Se entregó a sí
mismo a la muerte para liberar al mundo del pecado.
En el evangelio Jesús cambia el nombre a Simón para indicar su papel en el
proyecto salvífico. En adelante Simón será “Pedro” porque como una piedra él
tendrá que mantener a la comunidad estable en la verdad y el amor. Asimismo
cómo nosotros identificamos a Jesús determinará el modo en que vamos a vivir. Se
puede ponernos un nombre que indica nuestro planteamiento. Si optamos para los
personalistas, nos llamaríamos “Ernesto”. Seguiríamos nuestra propia luz interior
aun rechazando la moral del evangelio como interpretado por la Iglesia si no nos da
la gana. Tampoco reconoceríamos la necesidad de la gracia que los sacramentos
imparten para llegar a la felicidad. Seríamos “Ricardo” si nos ponemos con los
egoístas. Desearíamos ser ricos y como un cardo picaríamos para poner más plata
en el bolsillo. Aunque podríamos regalar Mercedes a compañeros cercanos, no
alzaríamos el dedo para ayudar a los demás. Ni por los huérfanos nos
preocuparíamos. Finalmente si ponemos nuestro destino con los humanistas
religiosos, nos podríamos llamarnos “Amado” porque reconoceríamos el montón del
amor que Dios tiene para nosotros. No seríamos perfectos pero nos esforzaríamos a
complacer al Señor cada momento. No nos avergonzaríamos a arrodillarnos a rezar
a Él por todos incluyendo nosotros mismos.
Como los Amados conoceríamos la paz en tierra porque nos daríamos cuenta de
que Dios también es todopoderoso. Mejor aún, como en el evangelio el Señor le da
a Pedro las llaves del Reino, nos concedería a nosotros la clave a la gloria en la
muerte. Tal vez como los Ricardos nos conseguiríamos la propiedad de una
empresa multimillonaria y como los Ernestos recibiríamos la llave a los corazones
de otras personas. Sin duda estos tesoros nos traerían alguna satisfacción como
tener boletos al partido campeonato. Pero al final de cuentas palidecería en
comparación a Cristo como asientos detrás del gol a los de media cancha.
Hemos visto tarros de café llevando la explicación del nombre de una persona. Por
ejemplo, diría uno, “Carmelo: de Carmel, un monte de Israel asociado con la virgen
María; suave y fuerte”. Podemos inventar un tal dicho para los Amados. “Amado:
querido, no perfecto pero sabe los básicos, destinado al cielo”. Amado es cada uno
de nosotros que seguimos a Jesús. Amado es cada uno de nosotros.
Padre Carmelo Mele, O.P.