Encuentros con la Palabra
Domingo XXI Ordinario – Ciclo A (Mateo 16, 13-20)
“¿Quién dicen que soy?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta una vocecita de unos cinco años... – Por
favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? – No,
señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder hablar con algún
mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de unos minutos de silencio, vuelve
a tomar el teléfono y dice que no puede pasar a su hermano... – ¿Por qué no me puedes
pasar a tu hermano? Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo
de la cuna. – Lo siento, dice la niña...
Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más indefensas de la naturaleza. No
podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces de valernos por nosotros mismos para
sobrevivir ni un solo día. Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros
padres o de otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al
nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos
ir... Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio en el que
aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos... Todo nos llega, en cierto
modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado.
Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.
Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces de elegir cómo queremos transitar
nuestro camino. Este proceso, que comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término,
que a su vez vuelve a ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia
frente a nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no
llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo,
diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la libertad es lo
más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como social.
La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente de ello cuando pregunta primero a sus
discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa
necesaria e inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza
nuestra primera profesin de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y
otros dicen...”
Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener nuestro camino en la afirmación de lo
que otros dicen. Es indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta
que hace el Seor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las
respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros... Cada uno, desde
su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta. Pedro tiene la
lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder,
desde su propia experiencia y sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un
conocimiento adquirido “por medios humanos”, sino la revelacin que el Padre que está en el
cielo nos regala por su bondad.
La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos
repitiendo lo que „otros‟ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del
Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido
último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono
cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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