Domingo XXI del tiempo Ordinario del ciclo A.
¿Por qué es el Papa el representante de Cristo en la tierra?
Introducción.
Estimados hermanos y amigos:
En esta semana en que Benedicto XVI celebra la Jornada Mundial de la Juventud
(J. M. J.) en España, os propongo una meditación sobre el papel que el Papa
desempeña en la Iglesia, pues este tema es muy polémico, porque no todos los
católicos están bien formados en el conocimiento de la fe que dicen profesar, y
porque las sectas se aprovechan de las dudas que muchos de ellos tienen con
respecto a la jerarquía eclesiástica, para terminar de desestabilizar su débil
convicción religiosa.
¿Por qué gobierna el Papa la Iglesia?
Ya que esta reflexión no ha de extenderse mucho con el fin de que pueda ser
leída y comprendida por el mayor número de mis lectores posible, voy a intentar
abarcarla, respondiendo las preguntas que mis lectores me han planteado sobre el
tema que meditaremos en esta ocasión, desde que empecé a evangelizar a través
de Internet.
El Papa.
"Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus
discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (MT. 16, 13).
A la hora de reflexionar sobre el papel que desempeña el clero en la Iglesia,
podemos hacerlo como quienes desconfían de los religiosos, cuya postura en cierta
forma es justificable, porque no todos los ministros de Cristo de todos los tiempos
han tenido como objetivo principal de su vida el hecho de prestarles servicios
desinteresadamente a quienes han requerido del ejercicio de sus dones y virtudes,
pero también podemos hacerlo como creyentes en Dios, lo cual no tiene por qué
estar relacionado con el hecho de ocultar los pecados de los religiosos, pues
comprendemos que, como humanos que son, los ministros de Cristo pueden pecar,
tal como podemos hacerlo nosotros. Es muy cómodo el hecho de afirmar que "no sé
quién no debería haber actuado de tal manera porque es cura", sin tener en cuenta
que todos podemos hacer algo parecido e incluso más superfluo.
Para todos los cristianos, -independientemente de que seamos religiosos o laicos-
, el hecho de formar parte de la Iglesia, -y, por tanto, de la familia de Dios-, es un
don celestial, pero también constituye un serio compromiso. La Biblia puede
prestarse a interpretaciones de muy variada índole, pero existen mandamientos
bíblicos que conocemos aunque no seamos creyentes -tales como los relacionados
con amar a nuestros semejantes, no matar ni hurtar, etcétera-, que, si no los
cumplimos, podemos finalizar nuestra relación con nuestro Santo Padre.
El Evangelio de hoy, además de aclararnos la razón por la que el Papa es el
máximo representante de Cristo en la tierra, nos ayuda a comprender el significado
que tiene el compromiso de vivir como hijos de Dios que adoptamos cuando
decidimos servir a nuestro Padre común en sus hijos los hombres, aunque, con tal
de no alargar excesivamente esta meditación, únicamente reflexionaremos sobre el
papel que desempeña el Papa en la Iglesia.
Jesús les preguntó a sus discípulos sobre la opinión que tenían de él aquellos a
quienes tanto su Maestro como ellos les predicaban el Evangelio. Para comprender
mejor la meditación evangélica que estamos llevando a cabo, os sugiero que nos
imaginemos que nos encontramos con Jesús y sus Apóstoles en el campo, un lugar
que, por el silencio que lo caracteriza, nos invita a meditar sin prisa, olvidándonos
de nuestras preocupaciones ordinarias.
¿Qué opinión tiene de Jesús la gente con que nos relacionamos?
¿Podríamos influir para mejorar la opinión que tienen de Jesús quienes tienen una
fe poco madura por falta de formación y guía espiritual?
¿Nos sentimos capaces de anunciar la fe que nos caracteriza en los entornos en
que la misma es rechazada?
¿Nos sentimos libres para expresar nuestros pensamientos de cristianos en
nuestro entorno familiar y social, o evitamos hacerlo, ante el temor a no ser
comprendidos, o a ser objeto del desprecio de quienes no concuerden con nuestra
forma de pensar?
"Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías
o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»" (MT. 16,
14-15).
Hace algún tiempo, tuve la oportunidad de escuchar una homilía, cuyo autor se
quejaba constantemente, de que los laicos estamos más dispuestos a incumplir
nuestros deberes religiosos, que a acatarlos. El predicador elaboró una cuidadosa
lista de excusas que pueden servirnos a los seglares para incumplir los
Mandamientos de Dios y de la Iglesia, la cual, para estar completa, necesitaba un
poco de humildad de su parte, para ver si él mismo, con su tono exigente, y con su
excesivo amor propio de ministro de Cristo, estaba ganándose la desconfianza de
sus feligreses.
De la misma manera que los Apóstoles no tuvieron ninguna dificultad para decirle
a Jesús que sus hermanos de raza lo confundían con algún gran personaje del
Antiguo Testamento, nosotros podemos describir lo que sabemos referente al
comportamiento de quienes nos rodean y sabemos -o creemos- que son cristianos.
Otra cosa más difícil de hacer tanto para los Apóstoles como para nosotros, es
pensar lo que significan la Persona y el mensaje de Jesús para nosotros, porque
cuando nos acostumbramos a un determinado nivel -o ritmo- de vida podemos
sentir miedo o pereza ante las novedades a que tenemos que estar abiertos, desde
el momento que tomamos la decisión de ser cristianos practicantes.
La gran mayoría de los católicos, han sido educados de tal manera que han
aceptado a pies juntillas lo que sus sacerdotes les han predicado, no porque lo han
comprendido, sino porque no han creído conveniente el hecho de resolver sus
dudas de fe por medio de preguntas. A partir de los años del Concilio Vaticano II
(1962-1965), en que muchos obispos han reconocido la utilidad que puede tener el
desempeño de la labor de los laicos en la Iglesia, se ha hecho necesaria una nueva
instrucción religiosa acorde a los tiempos que vivimos, adaptada a iluminar
nuestras expectativas vitales, que, para ser llevada a cabo, requiere que los
formadores se metan en la piel de quienes instruyen, con el fin de resolver sus
dudas, pues los tales han de estar preparados para anunciarles su fe a sus
allegados.
No existe ninguna religión en cuya historia no hayan existido líderes que se hayan
aprovechado de su posición privilegiada para llevar a cabo las tropelías que han
podido. Esta es la razón que les sirve de argumento a quienes ven la religión como
una carga para rechazarla enérgicamente, porque no han descubierto que la misma
puede ser utilizada para que muchos abatidos por sus dificultades alcancen su tan
ansiada liberación.
¿Quién es Jesús para nosotros?
¿Qué implica nuestra aceptación del Evangelio como mensaje divino?
¿Vivimos bajo la observancia de los preceptos cuya eficacia aceptamos porque
creemos en Dios, o somos cristianos de Misa dominical o de cuando no tenemos
más remedio que ir a la Iglesia, y, por tanto, ni conocemos ni queremos saber
interpretar la Palabra de Dios?
Si el hecho de que la existencia de Dios no ha sido demostrada científicamente
influye a la hora de que mucha gente no crea en El, hay una razón más poderosa
que esa que hace que mucha gente no tenga fe, la cual es el mal comportamiento
de muchos predicadores. A la hora de juzgar el mal comportamiento de un ministro
religioso, no se ha de juzgar a todos los creyentes de su religión, sino a quien hace
el mal. Ello es lo mismo que ha de suceder si un político es corrupto, pues no todos
sus compañeros de partido han de ser considerados corruptos por ello.
"Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»" (MT. 16, 16).
¿Por qué San Pedro le dijo a Jesús que es el Mesías y el Hijo del Dios vivo? Para
sus hermanos de raza, el Mesías no podía ser Hijo de Dios tal como creemos que es
Jesús, porque ellos pensaban que el Altísimo no podía tener hijos. Precisamente, los
miembros del Alto Tribunal de los judíos, condenaron a nuestro Señor a muerte,
porque el Hijo de María dijo de Sí mismo que es Hijo de Yahveh.
Jesús no felicitó a Pedro porque había intuido que El es el Mesías, sino porque
había sido Dios Padre, por medio de su Espíritu Santo, quien le había inspirado esa
verdad. Este hecho me recuerda que los predicadores no tenemos que
preocuparnos por el fruto que produce nuestro trabajo en la viña del Señor, ya que
nuestra labor se reduce exclusivamente a la siembra, porque es el Dios Uno y Trino
quien tiene que recoger el fruto de nuestra actividad.
Dios se vale de sus evangelizadores para darnos a conocer su Palabra, pero es el
Espíritu Santo quien hace que la verdad fructifique en los corazones de quienes
deciden aceptarla.
"Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no
te ha revelado esto la carne ni la sangre (ningún ser humano), sino mi Padre que
está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella" (MT. 16,
17-18).
¿En qué sentido es Pedro la piedra sobre la que se levanta el edificio espiritual
que es la Iglesia?
¿Significa este hecho que los católicos consideramos a San Pedro y a sus
sucesores los Papas como si fuesen superiores a Dios, porque presiden la fundación
de Cristo?
Veamos lo que se nos dice en la Biblia con respecto a la piedra angular sobre la
que se fundamenta la Iglesia:
"La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular:
es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente" (SAL. 118, 22-23).
¿Quién es la piedra angular mencionada por el Salmista? En el citado extracto del
Salmo 118, se nos anuncia proféticamente, que Cristo es la piedra sobre la que se
sostiene el edificio del Cristianismo, una piedra que fue rechazada por los líderes
del Judaísmo, los cuales lo condenaron a muerte, pero Dios lo glorificó, así pues,
por haber llevado a cabo el cumplimiento de la misión que le encomendó, lo
ascendió a su presencia, y lo hizo Rey.
Meditemos el siguiente texto de San Pedro:
"Al integraros en el Señor, piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida
y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, constituís un templo
espiritual y un sacerdocio consagrado, que por medio de Jesucristo ofrece
sacrificios espirituales y agradables a Dios. Pues dice la Escritura: Mirad, yo coloco
en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; quien ponga su confianza en ella,
no se verá defraudado. Piedra de gran valor para vosotros los creyentes. En
cambio, para los incrédulos: la piedra que desecharon los constructores, se ha
convertido en la piedra principal. En piedra de tropiezo, en roca donde uno se
estrella. Y, efectivamente, en ella tropiezan los que no aceptan el mensaje; tal es
su destino. Pero vosotros sois "raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada,
pueblo de su posesión", destinado a cantar las grandezas del Dios que os llamó de
las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes érais "No pueblo", sois ahora
pueblo de Dios; los que no habíais alcanzado misericordia, sois ahora objeto de su
amor" (1 PE. 2, 4-10).
Aunque muchos les aplican el texto que estamos considerando superficialmente
exclusivamente a los religiosos, porque los tales viven consagrados al cumplimiento
de la voluntad de Dios, dado que San Pedro escribió sus Cartas en un tiempo en
que el clero no estaba organizado tal como lo está actualmente, esta razón puede
servirnos para considerar que, independientemente de que seamos religiosos o
laicos, podemos aplicarnos las palabras del citado Apóstol, sin temor a
equivocarnos.
San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso:
"Sois piedras de un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y los
profetas. Y Cristo Jesús es en ese edificio la piedra angular" (EF. 2, 20).
Dado que Cristo es la piedra angular de la Iglesia, los Papas son sus máximos
representantes, -y por tanto las piedras angulares sostenedoras de la fe de los
católicos-, mientras cumplan la voluntad del Dios Uno y Trino.
Pedro es la piedra sobre la que se edifica la Iglesia, en el sentido de que los
católicos debemos acatar su autoridad, lo cual no significa que debemos adorarlo, -
como creen muchos que no comprenden esta enseñanza eclesiástica-, pues, según
nuestra confesión de fe, Jesucristo es la piedra angular del edificio espiritual de la
Iglesia. Si Jesús llamó a Pedro metafóricamente "piedra", ¿qué sentido tendría por
su parte hacer una referencia a una piedra distinta a dicho Apóstol?
Tal como veremos más adelante, los Apóstoles de Jesús, siempre actuaban de
acuerdo a la voluntad de San Pedro, el cual era el primero a la hora de predicar la
Palabra. Recordemos que, cuando San Andrés le presentó a su hermano Pedro a
Jesús, el Señor le cambió el nombre a su futuro Apóstol misteriosamente. San Juan
omitió la explicación de este hecho en su Evangelio, pero, tal como estamos
recordando, San Mateo nos explica ese suceso indirectamente.
"Lo primero que hizo Andrés fue ir en busca de su hermano Simón para
anunciarle:- Hemos hallado al Mesías (esta palabra quiere decir "Cristo"). Y se lo
presentó a Jesús, quien fijando en él la mirada, le dijo: -Tú eres Simón, hijo de
Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir Pedro)" (JN. 1, 41-42).
Dado que Jesús interrogó a sus Apóstoles con respecto a lo que creían de El, y
San Pedro fue el único que manifestó su opinión, la Iglesia, considerando que el
citado Apóstol fue el principal seguidor del Señor, -por cuanto tenía el deber de
representarlo en su fundación-, considera que, la citada respuesta petrina, no se la
dio el citado Apóstol a Jesús únicamente en su propio nombre, sino que también lo
hizo en nombre y representación de sus compañeros, los cuales, al tener el deber
de subordinársele, debían compartir los pensamientos de San Pedro, los cuales le
fueron inspirados por el Espíritu Santo, lo cual, -según se cree desde la celebración
del Concilio Vaticano I-, confirma la infalibilidad papal, en materia religiosa.
Jesús interrogó a sus Apóstoles sobre Sí mismo, para probar la fe de sus
principales seguidores, y para revelarles que era el Mesías tan esperado por sus
hermanos de raza. El hecho de que todos los Apóstoles, al ver cómo el Señor hizo
milagros ante ellos, consideraban que Jesús era un Hombre extraordinario,
confirma la creencia eclesiástica, de que Pedro respondió la pregunta que su
Maestro les hizo, tanto en su nombre, como en nombre y representación de sus
compañeros de ministerio apostólico.
Jesús le dio a entender a San Pedro, que no solo debía sentirse dichoso de que el
Espíritu Santo le dio a conocer su mesianismo, pues también debía sentirse
dichoso, por causa de la responsabilidad que lo caracterizaría en su Iglesia.
¿Qué significado tienen las palabras que Jesús le dijo a San Pedro, referentes a
que el poder del mal no exterminaría su fundación?
Jesús, -según se deduce del discurso misionero de MT. 10 y del sermón
escatológico de MT. 24-, era consciente de las persecuciones a que tendrían que
sobrevivir los hijos de las iglesias primigenias, las cuales se extenderían por el
Imperio de los Césares. Esta es la causa por la que el Señor representa a su Iglesia
por medio de las fuerzas del bien, en continua lucha con las fuerzas del mal,
representadas por los detractores de su fundación.
Jesús le siguió diciendo a San Pedro:
"A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará
atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»"
(MT. 16, 19).
El hecho de que Jesús le dio a San Pedro las llaves del cielo, significa que le dio la
potestad de permitirles y negarles la permanencia en la Iglesia a quienes juzgase
oportuno mantener en la misma o excluir de la fundación de Cristo.
Las palabras "atar" y "desatar", se corresponden con las palabras "prohibir" (lo
que no está permitido por Dios) y "permitir" (que se haga todo lo que no nos
impide cumplir la voluntad de nuestro Santo Padre). Los Papas tienen el poder de
interpretar la Palabra de Dios, y de juzgar lo que es lícito o ilícito, aunque ello solo
se pueda deducir implícitamente (por fe) al interpretar la Biblia. Aunque el poder de
atar y desatar es característico tanto de los Apóstoles como de sus sucesores los
obispos, recae sobre el Papa de una manera especial, pues tiene la facultad de
mantener el edificio espiritual de la Iglesia, haciendo que las disputas internas y los
embates externos, no exterminen la fundación del Señor.
Los siguientes versículos bíblicos, nos explican en qué consiste el poder petrino
de aceptar y rechazar a quienes desean formar parte de la Iglesia, no en base a sus
deseos, sino ateniéndose al cumplimiento de la voluntad de Dios.
"Pondré la llave de la casa de David
sobre su hombro.
Abrirá, y nadie cerrará,
cerrará, y nadie abrirá" (IS. 22, 22).
Dado que el Cristianismo se convirtió en la religión verdadera de Dios, una vez
que concluyó el plazo que los judíos tenían para percatarse de que no podían
salvarse por su imperfección a la hora de cumplir la Ley de Moisés, los católicos han
de entender que, el texto del primer Isaías que estamos considerando, hace
referencia a la Iglesia, que considera al Rey David como su antepasado, pues, la
fundación de Cristo, surgió del Judaísmo.
Jesús le dio a San Pedro las llaves con que puede hacernos acceder al Reino de
Dios, porque El tiene ese poder, según deducimos este hecho, del siguiente texto
del Apocalipsis:
"-No temas; yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive. Estuve muerto,
pero ahora ya ves. Mía es la vida por siempre y tengo en mi poder las llaves de la
muerte y del abismo... Escribe al ángel de la iglesia de Filadelfia: Esto dice el
Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David; el que, cuando abre, nadie puede
cerrar, y, cuando cierra, nadie puede abrir" (AP. 1, 18. 3, 7).
Jesús le recordó a San Pedro el poder que le confirió de atar y desatar.
"Terminada la comida, Jesús preguntó a Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas
tú más que éstos? Pedro le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo:
-Apacienta mis corderos. Jesús volvió a preguntarle: -Simón, hijo de Juan, ¿me
amas? Pedro respondió: -Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: -Cuida de
mis ovejas. Por tercera vez le preguntó Jesús: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro se entristeció al oír que le preguntaba por tercera vez si le amaba, y
contestó: -Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Entonces Jesús le dijo: -
Apacienta mis ovejas" (JN. 21, 15-17).
Dado que Pedro negó a Jesús tres veces la noche de su Pasión, el Señor hizo que
su Apóstol le dijera que lo amaba otras tantas veces, y lo confirmó en el
cumplimiento de la misión que le encomendó.
Las ovejas y corderos mencionados por el Evangelista, representan a todos los
hijos de la Iglesia. Los corderos son los demás Apóstoles, y las ovejas somos los
laicos. Todos los religiosos tienen el deber de pastorear a las ovejas, pero han de
desempeñar su trabajo sometiéndose al mismo tiempo al Papa, pues él tiene la
misión divina de pastorearlos también a ellos.
La palabra "apacentar", referida a los hombres, significa "gobernar".
"Nada he callado de cuanto debía anunciaros sobre el plan de Dios. Ciudad de
vosotros mismos y de todo el rebaño sobre el que os ha puesto el Espíritu Santo
como vigilantes. Pastoread la iglesia que el Señor adquirió con el sacrificio de su
propia vida" (HCH. 20, 27-28).
Dado que los versículos bíblicos que estamos considerando son un extracto de un
discurso paulino para predicadores, podemos comprender fácilmente que el rebaño
de que habla el Apóstol, está constituido por el común de los creyentes.
Podemos demostrar con la Biblia en la mano que los miembros de la Iglesia
primitiva de Jerusalén respetaban la primacía de San Pedro sobre sus compañeros
Apóstoles. Veamos varios ejemplos de ello.
En las listas en que aparecen los nombres de los Apóstoles, Pedro es mencionado
el primero.
"Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y
su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y
Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el
Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó" (MT. 10, 2-4).
"Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de
Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges,
es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el
de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó"
(MC. 3, 16-19).
"Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los
que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano
Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de
Alfeo y Simón, llamado Zelote; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó
a ser un traidor" (LC. 6, 13-16).
"Cuando llegaron, subieron al piso en que se alojaban; eran Pedro, Juan,
Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago hijo de Alfeo, Simón
el Celote y Judas, hijo de Santiago" (HCH. 1, 13).
En el Nuevo Testamento, también encontramos expresiones referentes a la
sumisión de los creyentes a San Pedro. Veamos ejemplos de ello.
"Simón y los demás fueron en su busca" (MC. 1, 36).
Jesús fue a orar, y sus amigos le buscaron, porque la gente quería que le
predicara el Evangelio. San Marcos nos dice que Simón Pedro buscó al Señor con
sus compañeros, recordándonos la primacía del primer Papa con respecto a los
demás Apóstoles.
"Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que
no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su
manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?»
Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen.»
Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido
de mí"" (LC. 8, 43-46).
Jesús quiso saber quién lo había tocado, y Pedro le dijo que, viendo que la gente
lo estaba oprimiendo, no parecía coherente que se extrañara de que lo estaran
tocando. Fue Pedro, y no otro de sus compañeros, quien le dirigió la palabra al
Señor, venciendo la extrañeza y timidez de sus condiscípulos.
"Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían
despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió
que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí.
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin
saber lo que decía" (LC. 9, 32-33).
Los versículos lucanos que hemos recordado, son un extracto del pasaje de la
Transfiguración del Señor. Los Apóstoles vieron a Jesús tal cual se les aparecería
nuestro Señor después de resucitar de entre los muertos, conversando con Moisés
y Elías. San Pedro, después de experimentar el gozo que sentiremos cuando la
tierra sea el Reino de Dios, le insinuó a Jesús que no quería bajar jamás del monte
Tabor, ignorando que, la visión que había contemplado, tenía que servirle para
afrontar las incertidumbres y persecuciones del futuro. Una vez más, ante el
silencio de sus compañeros, Pedro fue quien tomó la palabra, para dirigirse al
Rabbi.
Las mujeres que buscaron a Jesús en el sepulcro y se encontraron la tumba
vacía, oyeron una voz angélica, que les dijo:
"Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea;
allí le veréis, como os dijo."" (MC. 16, 7).
El hecho de que San Marcos mencionara a Pedro por su nombre y a los
discípulos, obedece a dos motivos: La supremacía del citado Apóstol sobre sus
compañeros, y el hecho de que el autor del Evangelio de San Marcos, fue intérprete
del pescador de Galilea, lo cual nos hace suponer, que Juan Marcos debía apreciar
mucho a quien le hizo de maestro espiritual.
En cierta ocasión en que Jesús instaba a sus discípulos mediante una parábola a
que dedicaran esta vida a prepararse a vivir en la presencia de nuestro Padre
común cuando la tierra sea el Reino de Dios, acaeció el siguiente hecho:
"Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?»" (LC. 12,
41).
A pesar de que Pedro negó a Jesús tres veces durante la noche de la Pasión del
Salvador, existía una confianza especial entre ellos, que hacía posible que el citado
Apóstol se sintiera con ánimo de plantearle sus dudas al Mesías.
"Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el
didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?»" (MT. 17, 24).
Los encargados de cobrar el citado impuesto, se dirigieron a San Pedro en vez de
hablar con uno de sus compañeros, considerando que, el citado Apóstol del Señor,
era quien más representatividad tenía, en el grupo de los Doce.
San Pedro pagó el citado impuesto por sí mismo y por Jesús.
"Dice él: «Sí.» Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te
parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus
hijos o de los extraños?" Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por
tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo,
vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y
encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti.»" (MT. 17, 25-27).
Dado que San Pedro, -a pesar de su debilidad-, tenía mucha convicción a la hora
de predicar el Evangelio, Jesús, cuando le anunció que lo iba a traicionar, le dijo:
"«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo;
pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto,
confirma a tus hermanos."" (LC. 22, 31-32).
San Pedro, junto a sus compañeros los hermanos Santiago y Juan, -hijos de Alfeo
el pescador-, vivió momentos de la vida del Señor, que no compartieron los demás
Apóstoles.
La resurrección de la hija de Jairo.
"Al llegar a la casa, no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan y Santiago,
al padre y a la madre de la niña. Todos la lloraban y se lamentaban, pero él dijo:
«No lloréis, no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él, pues sabían que
estaba muerta. El, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate.»
Retornó el espíritu a ella, y al punto se levantó; y él mandó que le dieran a ella de
comer. Sus padres quedaron estupefactos, y él les ordenó que a nadie dijeran lo
que había pasado" (LC. 8, 51-56).
La Transfiguración del Señor.
"Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se
puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto,
se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él" (MT. 17, 1-3).
La agonía de Jesús en el huerto de los Olivos, antes de que sus enemigos lo
arrestaran.
"Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los
discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.» Y tomando consigo a Pedro y a
los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice:
«Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo"" (MT.
26, 36-38).
Antes de aparecérseles a sus Apóstoles después de resucitar de entre los
muertos, Jesús se le manifestó primeramente a San Pedro.
""¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!"" (CF. LC. 24,
34).
San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto:
"Primero y ante todo, os transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo
murió por nuestros pecados, conforme a lo anunciado en las Escrituras; que fue
sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a esas mismas Escrituras; que se
apareció primero a Pedro, y más tarde a los doce" (1 COR. 15, 3-5).
Hubo una ocasión en que Jesús predicó desde la barca de San Pedro.
"Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco
de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre" (LC. 5, 3).
¿Siguió cumpliendo San Pedro el encargo que Jesús le encomendó de gobernar la
Iglesia después de que aconteciera su Ascensión al cielo, o, con el paso del tiempo,
los demás Apóstoles siguieron cada uno su camino, con independencia de lo que
hicieran sus compañeros?
Los seguidores de Jesús, antes de que los Apóstoles recibieran el poder del
Espíritu Santo en Pentecostés, se reunían para tributarle culto a Dios, bajo la
dirección de San Pedro, quien les propuso eligieran a un nuevo Apóstol que
sustituyera a Judas, el traidor de Jesús que se suicidó, después de haberse
arrepentido de haber vendido a su Maestro, como si hubiese sido su esclavo, a fin
de que las autoridades de Palestina pudieran juzgarlo y maltratarlo tal como hacían
con quienes carecían de libertad.
"Uno de aquellos días, Pedro, puesto en pie en medio de los fieles, que formaban
un grupo de ciento veinte personas aproximadamente, habló como sigue: -
Hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo anunció de antemano, por
medio de David, referente a Judas, el guía de los que detuvieron a Jesús. Era uno
de los nuestros y había tomado parte en nuestra tarea. Pero después, con el
producto de su delito, compró un campo, se tiró de cabeza desde lo alto y reventó
por medio, desparramándose todas sus entrañas. Este suceso se divulgó entre
todos los habitantes de Jerusalén, por lo cual llamaron a aquel lugar, en su propio
idioma, "Hacéldama", es decir "campo de sangre". Todo esto está escrito en el libro
de los Salmos: "Que su mansión se vuelva un desierto y no hay quien habite en
ella." Y también: "Que otro ocupe su cargo." Se impone, por tanto, que alguno de
los hombres que nos acompañaron durante todo el tiempo en que Jesús, el Señor,
se encontraba entre nosotros desde el día en que recibió el bautismo de Juan hasta
que se marchó de nuestro lado, se agregue a nuestro grupo para ser con nosotros
testigo de su resurrección. Así, pues, propusieron a dos: a José Barsabás, llamado
también Justo, y a Matías. Luego hicieron esta oración: "Señor, tú que conoces a
todos en lo íntimo de su ser, manifiesta a cuál de estos dos has escogido para que
pase a ocupar en este ministerio apostólico el puesto del que renegó Judas para
irse al lugar que le correspondía." A continuación echaron suertes, y le tocó a
Matías, quien fue agregado al grupo de los otros once apóstoles" (HCH. 1, 15-26).
Pedro instó a los creyentes a que escogieran a un sustituto de Judas, pero no
actuó obedeciendo a su deseo de imponerse a sus compañeros Apóstoles, sino que,
-como hemos comprobado-, se valió de un texto bíblico, para justificar la necesidad
existente, de que escogieran a un sustituto de su ex compañero. Este hecho nos
recuerda a los cristianos, -independientemente de que seamos religiosos o laicos-,
que debemos actuar en base a la justicia de Dios, evitando los abusos de poder
característicos de quienes son excesivamente ambiciosos, hasta el punto de que no
les importan las consecuencias de sus deseos de hacer lo que sea sin importar la
maldad de sus actos, con tal de hacerse poderosos.
San Pedro, tanto en su nombre como en el nombre de sus compañeros, predicó
el Evangelio con gran éxito el día de Pentecostés. Dado que la citada intervención
del primer Papa es un poco larga, solo os copiaré un pequeño fragmento de la
misma.
"David no ascendió al cielo, y, sin embargo, dice: Dijo el Señor a mi Señor:
"Siéntate a mi derecha hasta que yo ponga a tus enemigos por estrado de tus
pies." Por consiguiente, sepa con seguridad todo Israel que Dios ha constituido
Señor y Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros habéis crucificado.
Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón; así que dijeron a Pedro y a
los demás apóstoles: -¿Qué debemos hacer, hermanos? Pedro les contestó: -
Convertíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo, a fin
de obtener el perdón de vuestros pecados. Entonces recibiréis, como don de Dios,
el Espíritu Santo. Porque la promesa os corresponde a vosotros y a vuestros hijos,
e incluso a todos los extranjeros que reciban la llamada del Señor, nuestro Dios.
Con estas y otras muchas razones los instaba y animaba, diciendo: -Poneos a salvo
de este mundo corrompido. Los que aceptaron con agrado la invitación, se
bautizaron, y aquel día se unieron a los apóstoles alrededor de tres mil personas"
(HCH. 2, 34-41).
Cuando los Apóstoles Pedro y Juan fueron arrestados, fue San Pedro quien les
habló a los magistrados, tanto en su nombre, como en nombre de su compañero.
"Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: -Jefes del pueblo y ancianos: ha
sido curado un enfermo, y se nos pregunta quién le ha curado. Pues bien, habéis de
saber, tanto vosotros como todo el pueblo israelita , que este hombre se encuentra
ahora sano ante vuestros ojos gracias a Jesús de Nazaret, a quien vosotros
crucificásteis y a quien Dios ha resucitado. El es la piedra rechazada por vosotros
los constructores, pero que ha resultado ser la piedra principal. Ningún otro puede
salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya
constituido autor de nuestra salvación" (HCH. 4, 8-12).
San Pedro fue el encargado de recibir a los no judíos en la Iglesia. En el capítulo
diez de los Hechos de los Apóstoles se relata la conversión del centurión Cornelio y
de sus allegados.
He aquí lo que sucedió cuando Pedro fue recriminado por haber permitido que los
extranjeros, -los considerados como perros por sus hermanos de raza-, formaran
parte de la fundación de Cristo:
"Por consiguiente, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros que hemos
creído en Jesucristo el Señor, ¿quién era yo para oponerme a Dios? Estas razones
calmaron a los oyentes, que alabaron a Dios y comentaron: -¡Así que Dios ha
concedido también a los no judíos la oportunidad de convertirse para alcanzar la
vida eterna!" (HCH. 11, 17-18).
El hecho de que San Pedro les diera explicaciones de su conducta a quienes le
recriminaron por cristianizar a extranjeros incircuncisos, debe recordarles a las
autoridades eclesiásticas, el deber que tienen de hacer todo lo que esté a su
alcance, para difundir la Palabra de Dios, y ejemplificar la grandeza de la
misericordia divina, mediante sus obras.
En el capítulo quince de los Hechos de los Apóstoles, se nos narra la celebración
del Concilio de Jerusalén, una reunión en que los Apóstoles, junto a los Santos
Pablo y Bernabé, debían tomar la decisión de si los extranjeros que se
cristianizaban debían ser circuncidados y estar obligados a cumplir las
prescripciones de la Ley de Moisés. En el texto -que no os transmito por su
extensión-, podemos comprobar que San Pedro presidió el citado encuentro, y
dictaminó que los extranjeros no estaban obligados a cumplir la mayor parte de los
preceptos de la Ley mosaica. Con la intención de no mantener divididos a los
partidarios de que los extranjeros cumplieran la Ley mosaica y a quienes no
deseaban que ello sucediera, el primer Papa de la Iglesia, dictaminó unos cuantos
preceptos de la Ley de Israel que debían cumplir los extranjeros, con tal de
contentar a los que deseaban que dichos nuevos cristianos fueran circuncidados, a
fin de que se les permitiera abrazar la fe cristiana.
San Pablo afirma en su Carta a los cristianos de Galacia que se entrevistó con
San Pedro, con tal de conocer su doctrina.
"Tres años más tarde fui a Jerusalén para conocer a Pedro, y estuve con él quince
días" (GÁL. 1, 18).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a nuestro Padre común que, la
celebración de la J. M. J., nos ayude a ver aumentado el número de cristianos
comprometidos con el trabajo en la viña del Señor, pues nuestro Redentor ha
dispuesto actuar por medio de sus fieles siervos.