Ciclo A. Solemnidad. Domingo de Pentecostes
Mario Yépez, C.M.
Hemos celebrado 50 días de alegría pascual y abrimos el “hoy” de la presencia del
Espíritu en medio de la Iglesia con el memorial de Pentecostés: la venida del
Espíritu Santo sobre María y los apóstoles. Pentecostés es para nosotros el
acontecimiento que impulsó a la Iglesia reconocer su razón de ser, su naturaleza: la
misión. Las maravillas obradas por Dios desde antiguo hasta la llegada del
Salvador, no pueden ser calladas. Es tiempo de proclamar en diversas lenguas la
salvación de nuestro Dios, algo que ha ido haciendo la Iglesia todo este largo
tiempo hasta nuestros días. Aquellas gentes, testigos de tal acontecimiento,
representan el mundo entero que tiene que recibir la Buena Noticia, abriéndose la
esperanza de la reconstitución de la creación desordenada por el pecado. De allí
que, Pablo nos recuerde el mayor signo de identificación de la Iglesia: la caridad.
Los talentos y dones han sido concedidos para acrecentar la comunión, no la
separación; para buscar servir y no para aprovecharse. La imagen del cuerpo es
más clara para nuestros oídos. Por ello, el Espíritu Santo santifica, transmite los
auxilios divinos y hace posible que tal acción se expanda por el bien de la
humanidad que al final de sus días reconocerá a su juez y salvador. Por ello, la
potestad de perdonar los pecados que se recoge de este texto evangélico
fundamenta el poder y a la vez el amor de Dios que perdona a sus hijos, pero que
también por su disposición, puede ser retenido, no por Dios sino por las condiciones
no adecuadas del penitente. Así, pueden haber muchos hermanos, pero hay un solo
sentir; se puede desear la paz a todos, pero Jesús se los dice a los suyos
personalmente, pues hay un camino hecho que no se puede renunciar.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)