Ciclo A. Solemnidad. Domingo de Pentecostes
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
¿Alguna vez oyeron hablar de la Era del Espíritu Santo ? Empezó el año 38 d.C,
cuando al término de los cincuenta días de Pascua (Pentecostés), el Espíritu Santo
irrumpió en la historia, cambiándolo todo. Vino de parte de Jesús, enviado por el
Padre Dios. Y vino como lo que es: una Persona Divina, invisible por ser
espíritu , pero visible por sus impresionantes obras. De hecho, se presentó como
el protagonista de todo. Protagonista de la creación, obra principal del Padre
Dios, cuando Éste la hubo terminado al sétimo día y descansó, es decir, confió al
Espíritu el perfeccionamiento de su creación. Y protagonista de la Redención,
cuando Jesucristo, cumplido todo, exhaló su espíritu, es decir confió al Espíritu
Santo el relevo de su Misión Redentora y Salvadora.
Desde Pentecostés y por voluntad del Padre y del Hijo, c uanto se hace depende del
Espíritu Santo. Es bueno tenerlo en cuenta para secundar sus inspiraciones y
dejarse llenar y llevar por Él, como lo hizo Jesús (Mc 1, 10-12). Y como lo
hicieron los primeros cristianos. Y como lo han hecho todos los santos hasta
nuestros días, demostrando que el Espíritu Santo actuó siempre y sigue actuando
hoy. De un modo discreto , aunque muy efectivo, como en el Pentecostés de los
Apóstoles del evangelio (Jn 20,19-23). O de un modo bullicioso -y también muy
efectivo- como en el Pentecostés con truenos, vientos y leguas de fuego, que más
conocemos (Hech 2, 1-11).
Sin duda, nadie va a decirle al Espíritu Santo en qué forma va a actuar en un
momento de la historia, pero muchos quisiéramos -y le pedimos- , que actúe más
visible y llamativamente. Con más fuerza y empuje. Como lo hizo en la primitiva
iglesia, según nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, que es más bien la
historia del Espíritu Santo. Entonces El se hacía manifiesto a cada rato, sobre todo
cuando alguien era bautizado. Descendía con fuerza sobre el bautizado, lo llenaba
de sus gracias y dones y lo movía a actuar (1 Cor 12, 7-11). Su presencia
vivificante y renovadora estaba por todas partes. De repente llena de entusiasmo y
valentía a los apóstoles, que se lanzan a hablar de Jesucristo a la gente, haciéndose
entender por todos, sin importar la diferencia de lenguas. De repente unos 3,000
acogen la palabra de Pedro y se bautizan, iniciando la primera comunidad cristiana
¡y qué comunidad! (Hech 2, 41-47).
Podríamos seguir contando las maravillas que el Espíritu obraba por todas partes y
en todos. Digamos que es ese fuego del Espíritu el que necesitamos hoy, para
acabar con la falta de fervor en los fieles y en los ministros, que se manifiesta en la
fatiga y en la desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre
todo, en la falta de alegría y de esperanza (cfr. RM, 36). ¿Qué nos está pasando
con el bautismo? Sigue siendo con agua y el Espíritu Santo, pero no se nota que
llene y transforme nuestras personas haciéndonos “otros Cristos”. ¡Ven Espíritu
Santo, llena nuestros corazones y enciéndelos con el fuego de tu amor!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)