Ciclo A. 6º domingo de Pascua
Antonio Elduayen, C.M..
Queridos amigos
Los dos mayores regalos que Jesús nos hizo son: dársenos en persona en la
eucaristía y enviarnos desde el Padre al Espíritu Santo (Jn 6,51; 14,16). Es lo
que nos dice el evangelista Juan , quien, en el evangelio de hoy (Jn 14, 15-21) nos
da la primicia de que, gracias a Jesús, el Padre va a enviarnos el Espíritu Santo
para que esté siempre con nosotros. Hasta ahora el Espíritu Santo ha aparecido
en los evangelios eventualmente, si bien en forma decisiva (por ejem.: Mt 1,18;
3,11; Lc 3,22; 4,1). Pero desde este momento sabemos que, cuando Jesús se vaya,
el Espíritu Santo vendrá y se quedará con nosotros para siempre. Es lo que Juan va
a confirmarnos en los capítulos 15 y 16. Mientras tanto y como anticipo, nos habla
de algunas cosas muy valiosas , pero que para él serían debidas al Espíritu Santo.
Las siguientes, por ejemplo: los que me aman guardan mis mandamientos (Jn
14, 15), que Jesús explicará en un dicho de Mateo (7,21-23). A quien me ama, mi
Padre y yo lo amaremos…y haremos morada en él (Jn 14,23). No los dejaré
huérfanos, volveré …, una vez resucitado, para estar siempre con nosotros (Mt
28,20; Heb 13, 8: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre). Yo estoy con mi
Padre o, como se dice en Juan 10,30: el Padre y yo somos una misma cosa .
Ustedes están en mí como yo estoy en mi Padre, es decir, la unión en el amor
que el Padre y el Hijo se tienen, es la que Jesús quiere tener con nosotros. Es un
deseo que repetirá en la llamada oración sacerdotal (Jn 17,21). Todo lo susodicho
tiene en sí mismo un gran valor, pero Jesús quiere que lo veamos como resultado
de la acción del Espíritu Santo.
Es gracias al Espíritu Santo que podemos amar a Jesús y guardar sus
mandamientos; y tener de nuevo a Jesús entre nosotros, pues fue el Espíritu quien
lo resucitó (Rom 8,11); y ser amados por Jesús y por el Padre, con un amor que
nos hace estar misteriosamente unidos a ellos… Digamos que el Padre y Jesús
nos dieron el Espíritu Santo para que, con su ayuda, lleguemos a
conocerlos de verdad, amarlos de corazón y ponernos por entero a su
disposición, continuando su obra en este mundo. Es a lo que Él se comprometió
por amor al Padre y al Hijo. Al Espíritu Santo Jesús lo llama Paráclito, palabra
griega que en castellano significa “abogado”, en su sentido etimológico de ad
vocatus , es decir, la persona que se pone al lado de otra para auxiliarla,
asesorarla, defenderla.
Es justamente lo que hace la tercera Divina Persona , que discretamente viene en
nuestra ayuda con sus inspiraciones, sus dones y sus carismas. Jesús lo llama
también Espíritu de la verdad, porque, como intérprete del Padre y de Jesucristo,
nos enseñará todas las cosas y nos recordará cuanto Jesús nos enseñó (Jn 14, 26).
Desde Jesús como fuente y modelo nos ayudará a transformarnos en Él, para
ser cristianos de verdad. Lamentablemente el mundo de la triple concupiscencia (1
Jn 2, 15ss) no lo recibirá. Y será tarea del Espíritu y nuestra, dar testimonio
de Cristo haciendo ver al mundo su pecado, su injusticia y su necesidad de
conversión (Jn 16, 8-11)
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)