Ciclo A. 4º domingo de Pascua
Mario Yépez, C.M..
Creo que no hay discusión en el reconocimiento del Buen Pastor y en el desafío
constante de la vocación de servicio de los consagrados buscando asemejarnos a
este único pastor. Quiero detenerme en esta oportunidad en las ovejas, en la grey.
Se ha hablado mucho de una crisis vocacional lo que no significa que Dios dejó de
llamar, parece más bien, que hay otros condicionantes que están casi obligando a
los vocacionados, centrar su vida en los afanes de esta tierra. Y aquí es donde entra
a tallar el rol de la Iglesia local como promotora de vocaciones. La vocación siempre
será un misterio, no existe la receta maravillosa para tener más vocaciones, pero sí
debemos como Iglesia no cesar de hablar, de orar y de respirar el deseo de que
surjan vocaciones. Las ovejas necesitan del pastor, pero para ello deben reconocer
su voz, involucrarse con él. Si por una parte, no cultivamos vocaciones, por otra no
ayudamos a los pastores a vivir su consagración con alegría. Dentro del misterio de
la vocación está también el misterio de este pastoreo en el que no podemos
renunciar a creer que Cristo es el buen pastor y en quien realmente ponemos
nuestra confianza para que nos lleve por buenos caminos y a buenos pastos y en
ello debemos reconocer que lo hace a través de esta mediación indigna pero eficaz
que es el sacerdote. El pueblo de Dios tiene que estimular a sus sacerdotes a
entregarse más a su vocación y misión. Quizá, más unidos en la acción pastoral,
tendremos la posibilidad de ver frutos, es decir, respuestas firmes al llamado de
Dios y de esta manera las ovejas siempre tendrán un guía adecuado en su itinerario
de fe. Hoy te pido que reflexiones: ¿qué hago yo por las vocaciones en la Iglesia?.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)