III Domingo de Adviento, Ciclo C
Alegría y Esperanza
El tercer domingo de Adviento es un canto a la alegría por la esperanza mesiánica.
Las lecturas bíblicas litúrgicas ayudan a entrar en el dinamismo de esta dimensión
de la vida cristiana. Sofonías nos brinda un auténtico himno a la alegría (Sof 3,14-
18) con el anuncio de la restauración esperada que tiene su centro de atención en
la ciudad de Jerusalén perdonada y reconstruida. La carta a los Filipenses es por
antonomasia la carta de la alegría en el Nuevo Testamento, y el evangelio de Lucas
continúa con la presentación de Juan Bautista (Lc 3,10-18), cuyo mensaje
caracterizado también como evangelio y por tanto con el valor de la buena noticia
de la salvación invita a la conversión más radical y concreta, proponiendo un
cambio de vida y de conducta a cada cual según su posición. Pero el motivo
principal de la alegría se hace explícito en la carta de Pablo (Flp 4,4-7) al
presentarnos la cercanía inminente del Señor cuando repite “estad siempre
alegres”, y añade “en el Señor” y porque “el Señor está cerca”.
Si bien Pablo tenía presente en el horizonte de su mensaje originario en aquella
carta el encuentro próximo y definitivo con el Señor en la parusía, nosotros
sabemos, también por vía paulina, que ese encuentro con Cristo trasciende el
tiempo, pues el que vendrá en la parusía es el que ya vino históricamente en la
primera Navidad y el que viene continuamente en las múltiples manifestaciones
también históricas de su presencia sacramental en la vida humana. Esta presencia
última es la más cercana siempre y abarca desde el encuentro vivo con su palabra
a través de la Sagrada Escritura hasta la maravillosa experiencia espiritual de los
sacramentos en la Iglesia, particularmente en la Eucaristía, pasando por la no
menos importante y trascendental manifestación de su parusía en el encuentro con
Dios en el prójimo necesitado. Todas estas realidades reveladoras de Dios son la
cercanía del Señor en nuestra vida y todas ellas suscitan la más profunda alegría
del ser humano, la alegría del espíritu, de la que la Virgen María hace gala en el
cántico del Magnificat, la alegría que no está sometida a las vicisitudes históricas
sino que desde la fe puede estar presente en todas ellas, incluso en las adversas. El
Señor está cerca y de manera inminente e irreversible. Lo podemos creer o no,
pero su cercanía es imparable. Y la certeza de su cercanía se hace patente tanto en
el paso inexorable del tiempo, pues dentro de unos días es Nochebuena, como en el
reclamo inapelable del otro necesitado, pues a cada paso está nuestro prójimo. La
cercanía del Señor en el tiempo de nuestra historia y en el espacio de nuestra tierra
es el motivo de la alegría más exultante.
La carta de Pablo a los Filipenses ofrece los componentes genuinos de la alegría en
la vida cristiana y la presenta como el talante propio de la oración (Flp 1,4). La
alegría tiene su centro en Cristo (1,18) y es el don permanente del Espíritu en la
vida cristiana. Por eso es la manifestación más viva de la esperanza (1,20). La
alegría no se puede confundir con un optimismo fácil, ni siquiera con el éxito en la
acción. No es la razón de la alegría cristiana el hecho de que las cosas vayan bien.
Pablo estaba en la cárcel al escribir esta carta y lo estaba por ser cristiano (1,14).
La alegría es asimismo expresión de seguridad. La seguridad de Pablo es enorme:
Vivir o morir es relativo, lo que importa es que en su persona, en su cuerpo, se
manifieste la grandeza de Cristo (1,20-21). La alegría es al mismo tiempo un fruto
del amor, del sacrificio por los demás. El sacrificio personal conduce a la alegría
cristiana. El colmo de la alegría del apóstol es el amor recíproco en el interior de la
comunidad. Es la alegría de la concordia y de la unidad. La búsqueda de la unidad
en el amor (2,2), de la humildad en las relaciones internas de la comunidad (2,3) y
del altruismo (2,4) siguiendo el modelo de la entrega de Cristo, haciéndose esclavo
hasta la muerte en cruz (2,6-11), es el motivo de la auténtica y plena alegría.
Creer en Cristo supone sufrir por Cristo (cf. 1,29-30). La alegría en el sufrimiento
es un tema frecuente en todo el NT: Mt 5,12; Lc 6,23; Col 1,24; 1Pe 4,13-14. El
sacrificio es la prueba del amor y por eso la alegría que de él se deriva es el colmo
del amor y de la paradoja de la vida cristiana, como paradójico es que la carta
principal sobre la alegría en todo el Nuevo Testamento sea una carta escrita desde
la cárcel. No es necesario entender este texto en un sentido martirial. Pero la
presencia del sufrimiento por la hostilidad ambiental en Filipos así como el
sufrimiento del apóstol por estar en la cárcel, permiten a Pablo poner en relación su
situación personal con la de los filipenses. La diferencia entre el uno y los otros es
sólo de grado. Por eso Pablo se presenta como ejemplo.
Por último, Cristo muerto y resucitado, el Señor, es el fundamento de la alegría.
Estar siempre alegres es un distintivo cristiano. La repetición del imperativo le da
fuerza a esta llamada de Pablo. Pero la alegría no es un estado subjetivo de
introversión sino de manifestación de lo que se es: Que todos noten vuestra
amabilidad (4,5). Esta alegría y amabilidad tienen una referencia nueva en 4,5: “El
Señor está cerca”. El encuentro con el Señor es causa de la alegría. Un nuevo y
definitivo impulso recibe la motivación a la alegría.
Para experimentar esta alegría de la Buena Noticia basta con atender a la respuesta
de Juan, que no es otra que compartir los bienes y recursos con los necesitados, y
no permitir ningún tipo de corrupción, extorsión ni abuso, en el ámbito político,
social y económico. Abandonar estas formas y estilos de vida y dejarse llenar por el
Espíritu de Dios es la auténtica conversión que tiene en la alegría su testimonio más
evidente y la seña de identificación de una vida profundamente cristiana.
Feliz domingo de la alegría
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura