Domingo tercero de Adviento/C
Sof 3,14-18ª; Is 12,2-3. 4bcd. 5-6; Fil 4,4-7; Lc 3,10-18
“Alégrate y g￳zate en tu coraz￳n…”
El Adviento invita a todos los bautizados a la vigilancia, a preparar el camino al
Se￱or, a una mayor conversi￳n porque Él viene, porque “el Se￱or está cerca”. La
presencia ya cercana del Señor ha de ser al mismo tiempo la causa de una alegría
creciente, de una alegría intensa para el creyente. Es a esa alegría a la que invita el
ap￳stol Pablo cuando escribe a los filipenses: “Estén siempre alegres en el Se￱or;
se lo repito, estén alegres… El Se￱or está cerca”.
Tomar conciencia de la venida y presencia ya cercana del Señor no sólo es causa de
una alegría creciente, sino que mueve espontáneamente a la preparación: quien
espera, al tiempo que se alegra pensando ya en el momento del encuentro, dispone
todo para que ese encuentro se dé plenamente, para que sea un momento intenso.
El Bautista era aquella “voz del desierto” que llamaba a sus contemporáneos a
preparar el camino al Señor, a cambiar de conducta, a convertirse del mal. Con su
predicación movía los corazones al arrepentimiento, suscitando el deseo de cambio
en sus vidas. Muchos, al escuchar su encendida prédica, se acercaban a él para
preguntarle: “¿Qué hemos de hacer?” (Lc 3,10). ¿Qué acciones concretas debemos
realizar? La conversión exige obras justas según la condición de cada cual, su
propia función en la sociedad.
Juan a esas preguntas sobre el cambio de vida, les contesta con tres cosas, que
garantiza la alegría y la paz:
1) -Generosidad. “El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no
tiene”.
2) -Sentido de justicia y honradez. “No exijan más de lo establecido… no hagan
extorsi￳n”.
3) -Dejarse invadir por Jesús. “El los bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
El Bautista causó una fuerte conmoción en Israel con su figura profética así como
por el anuncio de la cercanía del Reino de Dios. Su autoridad era grande, al punto
que muchos se preguntaban si él no sería el Mesías (ver Lc 3,5ss). Él responderá
con toda humildad, muy consciente de su propia identidad y misi￳n: “Yo los bautizo
con agua; pero viene uno que puede más que yo… Él los bautizará con Espíritu
Santo y fuego” (Lc 3, 16). No es Él el Mesías, sino el precursor, aquel que va
preparando el camino a Aquel que viene.
Juan llama a la conversión, al cambio de vida, a abandonar el sendero que conduce
a la muerte y recorrer el camino que conduce a la Vida. Muchos al escucharlo se
estremecen y profundamente cuestionados por su predicación acogen su llamado y
le preguntan: “¿qué debemos hacer?”. El reconocimiento humilde de los pecados
cometidos, el verdadero arrepentimiento lleva a un serio propósito de enmienda, a
querer cambiar de conducta y poner medios concretos y proporcionados. Quien se
toma en serio la invitación a la conversión se dispone con todo su ser a la acción en
la línea del recto obrar, a procurar seriamente la adquisición de las virtudes que
resplandecen en el Señor Jesús y en su Santa Madre.
“¿Qué debo hacer?”. Esa es también la pregunta que continuamente debemos
dirigirle al Señor y a aquellos que el Señor pone en nuestro camino para ayudarnos
a preparar el camino del corazón al Señor. ¡Qué importante es escuchar al Señor,
sus enseñanzas! ¡Qué importante también es buscar el consejo de personas
experimentadas en el camino de la vida cristiana, de hombres o mujeres sabios y
prudentes, llenos de Dios e inspirados por el Espíritu!
Recurrir a buenos consejeros es fundamental en el propio caminar para no tropezar
o desviarnos del recto camino. Y es que muchas veces nuestras propias pasiones,
afectos desordenados, caprichos, la soberbia de creer que “yo sé mejor qué camino
debo recorrer”, la influencia de los criterios mundanos, los apegos a propios planes
y demás, nos vuelven ciegos para reconocer y recorrer sin tropiezos el camino que
conduce a la verdadera vida y felicidad. Para que eso no ocurra, son necesarios los
guías que con sus consejos nos devuelven la vista y nos ayudan a caminar por el
camino que conduce a la Vida.
Así, pues, el Evangelio de este Domingo nos deja como lección para la vida cristiana
la necesidad de escuchar al Señor para hacer lo que Él nos diga, así como de buscar
las orientaciones de un buen consejero a fin de obrar rectamente. De ese modo
preparamos el camino al Se￱or para que venga y habite en nuestros corazones: “Si
alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él” (Jn 14,23).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)