III Domingo de Adviento, Ciclo C.
Pautas para la homilía
“¡Dichosa tú que has creído!
“¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”
Como hombres y mujeres de nuestro tiempo y nuestra cultura estamos
acostumbrados a valorar los acontecimientos como manifestación de nuestros
deseos, nuestra creatividad y nuestro poder. Y desde ahí determinamos qué es lo
pequeño y lo grande, quiénes son los pequeños y los grandes.
La Palabra de Dios nos trasmite otra posible forma de pensar, de valorar, y de
situarnos ante los hechos que llenan la experiencia de cada día y las aspiraciones
para el futuro.
El gran protagonista de la historia que rememoran el Adviento y la Navidad es Dios
mismo. No se conformó con crear el mundo y a los hombres para después
mantenerse al margen, Es él quien toma la iniciativa, quien lanza metas y propone
caminos, quien nos acoge en nuestros quebrantos y quien tercamente nos insiste
en que, más allá de lo circunstancial y pasajero, sigue habiendo un margen para la
esperanza.
Esa convicción tan cristiana no está reñida con nuestra responsabilidad. Y nos
interpela a una sencilla y productiva colaboración con Él.
Claro que esto tiene sus consecuencias en nuestro modo de ver la vida y situarnos
ante ella.
Una primera consecuencia es la valoración de lo pequeño. Belén de Judá es un buen
ejemplo. El Mesías no llegará a nosotros desde lo deslumbrante de una gran ciudad,
sino desde una pequeña aldea. Los ojos de los que esperaban algo grande sólo lo
descubrirán si se fijan en lo pequeño, si no desprecian lo que fácilmente pudiera
pasar desapercibido.
Una segunda consecuencia es el enaltecimiento de lo cotidiano. Cristo cuando entra
en el mundo no ofrece al Padre holocaustos o víctimas costosas. Ofrece su propio
cuerpo: lo que le hace vulnerable al cansancio, la enfermedad, el dolor y la muerte.
También a los sencillos gozos de la vida y la amistad. El que “pasó por uno de
tantos” lleva en la sencillez de su persona la salvación de todos.
Otro tanto hizo María al llegar a la casa de Isabel en la montaña. No viene cargada
de ricos regalos, trae su presencia, su cercanía, su solidaridad.
Isabel pone palabra a la actitud de fondo: María es feliz porque ha creído. La fe no
es una experiencia que atormente o eche pesados fardos sobre nuestras espaldas.
Tampoco es una ideología que encubra nuestras frustraciones. Ni el opio que nos
haga olvidar a las personas y a los pueblos los dramas y las injusticias de la
historia. La mejor historia de los creyentes es también la de los más lúcidos y
esforzados compromisos con los más pequeños de la Tierra.
Pero María no es feliz por cualquier cosa. Es feliz porque confía en que lo que le ha
dicho el Señor se cumplirá.
¿Es así nuestra fe? ¿Va más allá de la memoria de algunas doctrinas, el
cumplimiento de unas normas y el servicio del culto? ¿Nos lleva a valorar lo
pequeño a los ojos del mundo como lo grande a los ojos de Dios? ¿Nos pone, tal
como somos, al servicio del Reino y al de los demás humanos? ¿Nos mantiene en
esta historia compleja con la alegría de saber que lo que Dios nos promete se
cumplirá?
Fray
Fernando
Vela
López
Convento Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)