Ciclo C. IV Domingo de Adviento
Rosalino Dizon Reyes
Raíz de todos los males es el afán del dinero (1 Tim 6, 10)
Los poderes financieros dictan austeridad y recortes sociales para solucionar la
crisis de deuda. Con la cooperación de gobiernos sumisos, castigan a todo el
mundo, menos a ellos mismos, los más culpables de todos.
Su culpa se debe a que no se guardan de la codicia. Se dejan llevar por el afán de
enriquecerse a toda costa. No son como los conquistadores de antaño, pero
subyugan, sí, y deshumanizan.
Reducen al ser humano a nada más que poseer, apropiarse de cosas y aun de
personas. Les interesa la religión sólo como un negocio. Promueven el
consumismo, el sistema de vender y comprar con desenfreno. Procuran que se
venda y se compre incluso lo superfluo. Asegurándose de que no se examinen las
letras pequeñas de los contratos, o haciendo caso omiso de la debida divulgación de
información, consiguen que el de recursos inciertos se enganche en hipoteca
subprime o en préstamo garantizado con el valor residual de su vivienda, lo que por
último lo dejará sin hogar ni esperanza. Se preocupan por sus ganancias, no por
sus empleados ni por los cesantes.
Ya es hora de precavernos y sacar a luz las mentiras de los bancos. No creamos
sus anuncios de que la felicidad consiste en ser opulento, en disfrutar de óptima
comodidad, en darse buena vida, que la pobreza significa tristeza.
Esa propaganda, la desmiente el nacimiento de Jesús en Belén (insignificante ésta,
pero provee de pan a los hambrientos), en circunstancias muy pobres e
incómodas. Allí el resplandor no emana ni de las luces ni de los árboles de
Navidad. Tampoco se asocia la alegría con regalos lindamente envueltos. Allí los
ángeles y los pastores dan gloria y alabanza a Dios, y María, sin nada de tristeza,
medita tranquila.
Fijos los ojos en el Nacimiento, volveremos a ser gente sencilla cuyos apuros no
constituyen impedimento para celebrar con agradecimiento siquiera las más
pequeñas bendiciones. Conservaremos el consejo: ᆱVivid sin ansia de dinero …,
pues él mismo dijo: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”; así tendremos valor para
decir: “El Señor es mi auxilio … ”ᄏ. Seremos como san Vicente de Paúl que al oír al
procurador decir que ya no había dinero, replicó: «¡Qué buena noticia! Dios sea
bendito. Ahora es el tiempo de hacer ver que confiamos en su bondad » (Abelly 3,
III, 13). Más estimaremos los preceptos divinos que miles de monedas de oro y
plata.
Los cristianos viviremos según la enseñanza de Jesús: «Aunque uno ande sobrado,
su vida no depende de sus bienes», que nada nos sirve ganar el mundo entero si
arruinamos nuestra vida. En medio de la crisis, recuperaremos con alegría el amor
solidario que nos apremiará a compartir lo que tenemos con los más necesitados
que nosotros y a llorar orando, por ejemplo, con las familias inconsolables de
Newton, Connecticut. Entenderemos que el júbilo y la hermosura son de las
personas que, al igual que María, van aprisa, atravesando la montaña, para
anunciar buenas nuevas de paz y gozo.
El maldito dinero busca nuestra perdición. Jesús, en cambio, designa paz para
nosotros, un porvenir, una esperanza. Y nos invita al pesebre eucarístico para
darnos alimento y una prenda de la gloria futura, y para desafiarnos cada vez a que
almacenemos, mediante las buenas obras, tesoros para la vida verdadera, y
estemos siempre, como exhortó Pablo VI al pueblo mexicano, «en primera línea en
todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la
situación de los que sufren necesidad».
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)