II M ARTES DE A DVIENTO
T IEMPO DE CONSOLACIÓN
Consolad, consolad a mi pueblo
-dice vuestro Dios-; hablad al corazón de
Jerusalén (Is 40, 1).
Nuestro Dios llega (Sal 95).
Vuestro Padre del cielo: no quiere que se
pierda ni uno de estos pequeños” (Mt 18,14).
M EDITACIÓN
El pueblo de Dios ha vivido tiempos recios de soledad espiritual, se ha sentido
culpable, desterrado, exiliado por su idolatría y deslealtad. Ha penado en tierra
extranjera por la lejanía del templo. Ahora recibe alborozado el anuncio de que el Señor
no lleva cuentas del mal, que vuelve a rescatarlo, a salvarlo, porque “la Palabra de Dios
permanece para siempre”.
Si esta consideración fuera tendenciosa, halago para las mentes inquietas, para que
se serene la angustia, aun siendo una estrategia bondadosa, llevaría al desengaño y a la
mayor frustración. Pero el discurso que aviva la confianza, que invita a cantar la
proximidad de nuestro Dios no es un lenguaje político interesado, para mantener a los
fieles sumisos, sino la certeza de la fe.
“No temas”. “El Señor viene… como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo
lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”. No nos inventamos
la ternura de Dios. No es artificio de lenguaje la llamada a la alegría, porque ya está
pagada nuestra deuda.
Más que nunca, si nos apartamos de la lectura creyente de la Palabra, nos puede
parecer artificial el discurso. Y sin embargo, precisamente cuando la realidad se vuelve
adversa es posible mantener la estabilidad por la certeza de la promesa divina.
El creyente guarda el secreto de la confianza, por aciagas que sean las
circunstancias; se abre, en todo tiempo, a la posibilidad de luz que contiene aun la peor
noticia. Es verdad que “toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta
la hierba, se marchita la flor…” Sin embargo, el salmista, desde la experiencia creyente
es capaz de entonar “alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque” (Sal 95).
S ÚPLICA
“Ven, Señor”.
C ONTRASTE
¿Das crédito a la Palabra? ¿Crees que el Señor Dios es tu Padre, el pastor bueno?
El anuncio de la proximidad de Dios, ¿te da alegría o temor?