“EL CÓDIGO DE LA HUMILDAD”
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 4to. domingo de Adviento
Estamos próximos a celebrar la noche buena. El gozo del nacimiento de Jesús, el Dios
con nosotros. En este domingo vamos terminando el tiempo del adviento, la espera y la
expectativa de los contemporáneos de Jesús en la llegada del Mesías. El texto del Evangelio
(Lc. 1,39-45), nos propone la visitación en el que Isabel se llena de gozo por la visita de
María embarazada: “Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno…”.
Sabemos que vamos transitando caminos exigentes. En nuestra vida cotidiana nos
encontramos con muchas circunstancias complejas, inquietudes que no nos dejan discernir
aquello que es importante. La Navidad, el nacimiento de Jesús en el pesebre, del Dios
hecho hombre nos permite comprender “el lenguaje de Dios” y ubicarnos en aquello que es
“central” para responder mejor a tantas urgencias que nos agobian.
En reflexiones anteriores subrayamos la necesidad de evaluarnos, o bien de realizar un
examen de conciencia, hecho con humildad desde “la verdad” de nuestras vidas, también
desde el respeto a la verdad en los otros, y como base para construir sólidamente en nuestra
sociedad. Este camino de evaluaci￳n, o bien de “examen de conciencia” en este adviento
que termina, y en el fin de a￱o, tiene como efecto principal la posibilidad de “volver a
Dios”, y ponerlo a Jesucristo en el centro de nuestras vidas. De alguna manera nos puede
ayudar a que no seamos cristianos que vivimos con un pesebre sin “el Ni￱o Jesús”.
La noche buena y la Navidad es una oportunidad que tenemos como cristianos y como
discípulos de volver a tenerlo a Jesucristo, el Señor, su Persona , como Aquel a quien
queremos seguir. Aparecida nos se￱ala: “En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y
practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor
y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a
los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta
el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los
Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en
las actuales circunstancias” (139).
Es cierto que muchos celebran la Navidad y se olvidan del nacimiento de Jesús
vaciándola en su contenido central. Pero aún así debemos señalar que nuestra gente tiene
una gran religiosidad, y la mayoría somos cristianos. La Navidad es un tiempo oportuno
para colocar a “Jesucristo, el Se￱or” en el centro de nuestras vidas y madurar la fe. En las
capillas se multiplican los pesebres y las Misas navideñas. La fe necesita ser compartida, y
requiere nuestro compromiso y búsqueda de comunión con otros hermanos que están en el
mismo camino. El pesebre nos ayuda a convertirnos. Nos permite comprender aquello que
necesitamos para ser amigos de Dios. Ante el pesebre descubrimos que para ingresar al
camino que nos conduce a Dios debemos hacernos pequeños, y que la humildad es
generadora de esperanza, en una sociedad excesivamente cargada de soberbia. Orando ante
el pesebre comprendemos más profundamente la bienaventuranza: “Felices los que tienen
alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos” (Mt. 5,3).
Una de las dificultades para recuperar la centralidad de Jesucristo, es el creciente
subjetivismo e individualismo de la fe. Cuando nos pasa esto es porque fuimos
acomodando la fe a nuestro parecer, afectos y criterios. Es una tendencia muy fuerte el
adecuar la Palabra de Dios a lo que nos parece, porque su propuesta es exigente, pero
siempre es el camino que nos lleva a la verdadera felicidad.
Al finalizar esta reflexión próxima a la Navidad, no quiero dejar de tener
especialmente presente a aquellos que padecen alguna forma de sufrimiento, a los que están
presos, a los que padecen alguna enfermedad, o en la noche buena estarán en alguna sala de
un hospital, a los que están solos, a los que tienen poco para comer. El Señor los considera
sus privilegiados y a ellos especialmente los invita a su mesa. Nosotros como cristianos
también los queremos tener presentes en nuestro corazón y oración.
¡Feliz Navidad y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas