CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C.
Lc. 1, 39-45
En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un
pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto
Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel
del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de
mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría
en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor
se cumplirá."
CUENTO: LA GOLONDRINA Y EL PRÍNCIPE FELIZ
La estatua del príncipe feliz dominaba la ciudad. Toda ella estaba revestida de
láminas de oro, por ojos tenía dos diamantes y un gran rubí resplandecía en
la empuñadura de su espada. Una noche llegó a la ciudad una golondrina.
Sus compañeras se habían marchado al sur seis semanas antes. Ella se había
retrasado y debía volar antes de que llegase el frío. Vio la estatua encima de
una columna y decidió pasar la noche allí. Se posó a sus pies, protegió la
cabeza debajo de las alas y se durmió hasta que sintió que le caía una gota
de agua. ¿Estará lloviendo? - se preguntó la golondrina, y le cayó otra gota.
Segura de que llovía decidió buscar mejor sitio para dormir. Pero antes de
que pudiese abrir sus alas, la golondrina vio algo asombroso: a la estatua del
príncipe feliz le brotaban lágrimas de los ojos. Eran las gotas que la habían
mojado. ¿Por qué lloras? - le preguntó la golondrina intrigada. -Lloro porque,
cuando estaba vivo, tenía un corazón como el tuyo y me pasaba las horas
jugando en los jardines de mi palacio. Todo me alegraba y por eso me
llamaban príncipe feliz. Pero, desde que me han puesto en este lugar tan
alto, puedo contemplar a todas las personas tristes del pueblo y, aunque
ahora tengo un corazón de plomo, la tristeza de los demás me hace llorar.
Mira, no lejos de aquí vive la señora más pobre de este pueblo. Su hijo está
enfermo y tiene mucha sed. El niño le pide naranjas a su madre, pero ella no
tiene con qué comprarlas y sólo puede darle agua del río. Toma uno de mis
ojos de diamante y llévaselo. Aunque la golondrina sabía que debía huir de
aquel frío mortal, hizo lo que le pidió el príncipe feliz. Cogió en su pico uno de
los ojos de diamante y lo llevó a la madre. Cuando la golondrina regresó a la
plaza donde estaba la estatua, dijo al príncipe. -¡Qué extraño! Con todo el
frío que hace, siento un calorcillo que me crece en el pecho. -Te sientes así -
comentó el príncipe - porque has obrado bien. Toma ahora mi otro ojo y
entrégaselo a aquella niña que busca pan para la familia y no lo encuentra. -
Pero no podrás ver - dijo la golondrina - -No me importa. Lo que más deseo
es que esa niña y su familia puedan tener la comida que necesitan. Otra vez
hizo la golondrina lo que el príncipe le pedía. Cuando regresó, comenzó a
nevar nuevamente. -Vete a reunirte con tus compañeras - le aconsejó el
príncipe -, que el frío se acerca. -No - respondió la golondrina - ahora que no
puedes ver, me quedaré contigo y te acompañaré siempre. Aunque tenga
mucho frío, te contaré lo que vea. -Dime qué cosas tristes ves en el pueblo.
-Veo a muchos niños con hambre recorriendo las calles. - Toma el oro que
cubre mi cuerpo - pidió el príncipe y repártelo entre esos niños. Nevaba y
nevaba y, aunque la golondrina sentía mucho frío, nada la detenía y repartió
las piezas de oro a los niños que gritaban: ¡al fin podremos comer!. Pero la
golondrina sufría cada vez más por el frió hasta que finalmente enfermó. Para
espantar el frío, no dejaba de mover las alas, mientras contaba al príncipe
todo lo que veían sus ojos. No le quedaban muchas fuerzas y comprendió que
no podría resistir ya mucho más. -Adiós mi querido príncipe feliz - dijo la
golondrina. Le dio un beso y cayó a sus pies. En el mismo instante, el
corazón de plomo de la estatua se rompió en pedazos. Y el día en que Dios
dijo a uno de sus ángeles "tráeme las dos cosas más hermosas de ese
pueblo", el ángel llevó ante él a la buena golondrina y el corazón de plomo de
la estatua del príncipe feliz, que habían sido tirados por la gente importante
de la ciudad. Desde ese día la golondrina canta a Dios y el príncipe feliz les
habla de los pobres que todavía quedan en el mundo.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
El Aviento va tocando a su fin. Por todas partes se habla ya de la Navidad.
Pero muchas veces, en vez de prepararnos para acercarnos al pesebre de
Belén, la mayoría de la gente corre y corre para entrar en los nuevos
templos del consumo, como si se fuera a terminar todo, como si no hubiera
algo más importante qué hacer que salir de compras, no importa que sea al
precio de caer al borde del estrés o el ataque de nervios. ¿Qué hemos
hecho de la Navidad? Cada vez más este acontecimiento único y
revolucionario lo hemos despojado de significado espiritual y solidario, para
convertirlo en la fiesta del regalo y de las comilonas. En contraste, en la
liturgia de esta semana del cuarto domingo de Adviento se nos presenta la
figura de María y la de su prima Isabel, como modelos ideales de
preparación de la Navidad que llega. Actitud total de fe, de disponibilidad y
de generosidad. María sale al encuentro del necesitado, en este caso su
prima Isabel. Y no repara en distancias, peligros, problemas,
incomodidades. ¡Qué ejemplo de cristiana, qué maravilla de sencillez y
humildad, de solidaridad y bondad, de serena alegría y paz!. María nos
muestra el camino para ir a Jesús, para encontrarlo esta Navidad allí donde
estará y donde ha estado siempre desde que vino a este mundo por primera
vez: los pobres, los desahuciados, los marginados, los sin techo, los
inmigrantes, los que están solos, los mendigos, los vagabundos, los
enfermos, los tristes, los abandonados. Cenar en familia es algo bueno y
necesario, comprar regalos puede ser un signo de agradecimiento y
muestra de cariño y aprecio, salir de fiesta puede ser una manera positiva
de vivir la dimensión lúdica de la existencia, que bastante monótona es a
veces. Pero también podría ser dedicar algún día a visitar enfermos, a
atender ancianos, a visitar niños, a repartir comida a los pobres, a acoger a
algún vagabundo, a sentar a la mesa a algún mendigo, a reconciliarse con
algún alejado o enemistado, a valorar el amor de la familia y de los amigos,
a hacernos regalo para los otros, regalando nuestro tiempo, nuestra
escucha, nuestra cercanía, participar más activamente en la liturgia de la
Iglesia e intensificar la vida interior y de oración. Porque lo podemos hacer
todo, solidaridad y diversión, familia y pobres, regalos y compartir.
Entonces sí será la verdadera Navidad. Y nos pasará como al príncipe feliz
del cuento y como a aquella golondrina que prefirieron morir a sí mismos
para hacer felices a los demás. QUE TENGÁIS UNA SEMANA FINAL DEL
ADVIENTO LLENA DE LA GOZOSA EXPECTATIVA DE LA LLEGADA DEL
SEÑOR Y QUE HAGÁIS FELICES A MUCHAS PERSONAS CON VUESTRA
SOLIDARIDAD.