25 de diciembre. Misa del día
“Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habit￳ entre nosotros”
Nunca ha habido otra noticia mejor en toda la historia: “La Palabra se hizo
carne”, es decir, “un Ni￱o se nos hadado”, “nos ha nacido el Salvador”, “ha puesto
se casa entre nosotros”.
Por esto hoy los cristianos de todo el mundo saben muy bien por qué se
alegran y qué es lo que celebran: Dios se ha hecho hombre. Ha querido nacer como
uno de nuestra familia. Por muy angustiados que estemos, por preocupados que
nos tengan las mil dificultades de la vida, hemos escuchado con gozo el mensaje
del profeta: “Rompan a cantar a coro, ruinas de Jerusalén.
Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es
entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes,
durante siglos, había hablado por medio de profetas o había enviado ángeles como
mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo.
Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los ángeles.
Es lo que nos ha dice el autor de la carta a los Hebreos. Y es también lo que
llena de entusiasmo a San Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página
que acabamos de escuchar: “la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios, y
la Palabra se hizo hombre, y acamp￳ entre nosotros…
La Palabra, ya lo sabemos,
se llama Cristo Jesús: el Hijo de Dios, que desde la primera Navidad es
también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros
puede tener tanta trascendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si
nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto, ¿qué será
esa Palabra de Dios, su propio Hijo, que ha querido hacerse uno de nuestra raza y
está para siempre entre nosotros? No. No es un Dios mudo, el nuestro. No es un
Dios lejano, displicente, amenazador. Es un Dios que nos habla, y su Palabra se
llama de una vez por todas, Jesús. Y, desde entonces, siempre es Navidad, porque
siempre está esta Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de
amistad y de alianza.
Ese es el Misterio que hoy celebramos. Y que nos llena de alegría. Una
Palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios, y que nos asegura que a
nosotros también nos acepta como hijos. Alegrémonos, hermanos. Y acojamos a
ese Niño, que es Hijo de Dios y Hermano nuestro. Que no se pueda decir de
nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: al mundo vino y el mundo no le
conoció, vino a su casa y los suyos no le recibieron.
Desde el momento en que estamos aquí, celebrando la Eucaristía de
Navidad, es que sabemos apreciar el gesto de Dios y hemos reconocido al Mesías,
Jesús, lleno de gracia y de verdad. Por este Salvador que nos ha nacido, el mundo
tiene esperanza. El futuro se presenta más prometedor. Porque Él es para siempre,
y sin retractación posible, Dios-con-nosotros.
La Eucaristía de hoy la celebraremos con una gratitud especial. El que nació
de la Virgen María en la primera Navidad, se hace hoy para nosotros Pan y Vino,
para fortalecernos en nuestro camino.
No estamos celebrando una fecha, o un aniversario, o una doctrina. Estamos
celebrando a una Persona que vive, que está presente: El Hijo, el Hermano, el
Salvador. Es el Dios que se ha hecho hombre para hacernos a nosotros partícipes
de la vida de Dios.
Hermanos y hermanas, «el Verbo se hizo carne», ha venido a habitar entre
nosotros, es el Emmanuel, el Dios que se nos ha hecho cercano. Contemplemos
juntos este gran misterio de amor, dejémonos iluminar el corazón por la luz que
brilla en la gruta de Belén. ¡Feliz Navidad a todos!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)